Los
últimos días del imperio otomano*
Luis
Guillermo Vélez Álvarez
Economista
La primera guerra mundial vio
el derrumbe de cuatro de los ocho grandes imperios existentes a finales de
Siglo XIX. Cayeron, el Ruso, arrasado por los bolcheviques en 1917; el Alemán y
el Austrohúngaro, en 1918, y el Otomano, en 1922[1].
La disolución del orden
político de los imperios - caracterizado por la una autoridad sobre territorios
habitados por múltiples etnias, con diferentes religiones y distintas
tradiciones culturales- dio paso al orden político de los estados nacionales,
caracterizados por la homogeneidad étnica, religiosa y cultural. Ese tránsito
implicó la fragmentación de territorios, el desplazamiento de poblaciones y el
exterminio de pueblos enteros, nada de lo cual está exento de violencia. La
transformación del Imperio Otomano en la nación turca tuvo dosis importantes de
todo ello.
La decadencia de todos los
grandes imperios históricos, el Otomano no fue la excepción, inicia en el
momento mismo en el que alcanzan su máxima extensión y cesa su expansión. El proceso de contracción, usualmente en
medio de guerras externas y conflictos internos, puede durar muchos años,
incluso siglos. Aunque a todo lo largo del Siglo XIX, el Imperio Otomano perdió
territorio, todavía en 1900, controlaba la Anatolia, parte de los Balcanes sin Grecia,
partes de Europa del Este, parte del norte de África y el Medio Oriente, donde
sus valiatos se extendían hasta el Mar Rojo y el Golfo Pérsico.
Pero esa gran extensión era
más expresión de cierta inercia histórica que de verdadera fortaleza y control
efectivo de unos territorios que de facto gozaban de mucha autonomía. Con
relativa facilidad, en 1912, Italia le arrebató a Libia, entonces el valiato de
Trípoli, y en la primera guerra balcánica perdió la casi totalidad de los
territorios europeos que conservaba aún en 1900.
Según Gingeras, los dirigentes
del Comité de Unión y Progreso (CUP) que estaban en el poder en 1914 – Enver
Pasha y Talat Pasha – vieron en la guerra contra la Entente al lado de las
Potencias Centrales una oportunidad para recuperar el antiguo prestigio
del Imperio y vengar el desastre de la guerra de los Balcanes. Esperaban que el
conflicto se resolviera en cuestión de semanas y pospusieron la entrada en
combate hasta que los alemanes empezaron a perder la paciencia[2].
El CUP surgió como una
sociedad secreta en la década de 1880 entre oficiales militares y estudiantes
universitarios que se oponían al régimen autoritario del sultán Abdulhamid II.
Inicialmente, su objetivo era restaurar la Constitución de 1876 y el sistema
parlamentario suspendido por el sultán en 1878. En 1908, tras una serie de revueltas en los
Balcanes y la presión de sectores del ejército, el CUP forzó a Abdul Hamid II a
restablecer la Constitución y el Parlamento, iniciando la Segunda era
Constitucional en el Imperio Otomano.
En 1913 los líderes del CUP consolidaron
su poder y establecieron un régimen casi dictatorial y emprendieron una radical
política de turquificación del Imperio acompañada de una brutal represión de
minorías étnicas y religiosas, que alcanzó su máxima expresión en el Genocidio
Armenio de 1915. Por ello, tras la derrota, los líderes del CUP huyeron al
extranjero y fueron juzgados en ausencia por crímenes de guerra. Muchos de sus
miembros participaron en la construcción de la República de Turquía bajo Mustafá
Kemal Atatürk, aunque este último rechazó explícitamente el legado del CUP y
sus métodos.
El trabajo de Gingeras sigue
la orientación de historiadores modernos que buscan mostrar los acontecimientos
desde la experiencia de las personas comunes y corrientes, de quienes no eran
generales ni grandes estadistas, y la forma en que se vivieron en las
localidades pequeñas o el sector rural, no solo en las capitales o las grandes
ciudades. Para ello recurre a los relatos de personas corrientes como los
recopilados por Michael Hagopian, un sobreviviente del genocidio armenio.
Hagopian, vástago de una
familia armenia de clase media, dedicó la mayor parte de su vida adulta a
registrar en videos los recuerdos de otras personas que había vivido los
últimos días del Imperio Otomano. En las historias de los más de cuatrocientos
testigos y supervivientes entrevistados, como ocurre con frecuencia con todo lo
humano, se combinan el recuerdo del sufrimiento con el de la calidez de la vida familiar. Escribe
Gingeras:
“A través de ellas, el imperio
y su desaparición parecen mucho menos abstractos o desvinculados del presente.
Ver los rostros de hombres y mujeres que en otro tiempo fueron ciudadanos
otomanos, permite al espectador empatizar con ellos y con una historia que
suena auténtica y real”[3].
Recomiendo vivamente la lectura de esta obra y confío en que los historiadores colombianos, al dar cuenta de los conflictos actuales, sigan el enfoque de Gingeras y recojan el testimonio de los miles de ciudadanos que lo padecen y llevan su vida cotidiana en medio de una guerra que no es la suya.
LGVA
Febrero de 2026.
* Gingeras,
Ryan (2023). Los
últimos días del Impero Otomano. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2023.
[1]
El Imperio Español había dado el último suspiro, en 1898, en la guerra con
Estados Unidos, en la que perdió las Filipinas y sus posesiones restantes en el
Caribe. El japonés, al quedar confinado
a sus islas historias en 1947, dejó de ser imperio, aunque su monarca mantuvo
el título de emperador. Con la independencia de la India en 1947, el británico
quedó convertido en la British Commonwealth of Nations, entidad sin
ninguna significación política y económica. El increíble Imperio Portugués se
mantuvo hasta 1975, año en el cual el gobierno surgido de la Revolución de
los Claveles, se apresuró a deshacerse de las posesiones africanas que solo
dejaban pérdidas económicas y humanas.
[2]
“Después de vincular el destino del imperio al de las Potencias Centrales a
principios de agosto de 1914, ni Enver ni Talat esperaban que la guerra durara
mucho. Pese a los enfebrecidos llamamientos de Berlín, los ministros del CUP
dudaban en entrar en el conflicto pronto, convencidos de que este terminaría en
cuestión de semanas. Sin embargo, cuando el avance se estancó al norte de
Paris, Berlín avisó al gobierno otomano: o entraba en la guerra o se
arriesgaría a perder la ayuda económica alemana.” Gingeras, Ryan (2023). Páginas
81-82.
[3] Gingeras, Ryan (2023). Página 29.
No hay comentarios:
Publicar un comentario