Powered By Blogger

miércoles, 28 de agosto de 2013

Presidencialismo y conflicto político


Presidencialismo y conflicto político

 

Luis Guillermo Vélez Álvarez

Economista, Docente Universidad EAFIT

En última instancia las diferencias entre un monárquico y un demócrata se reducen a que el primero prefiere los azares de la genética en tanto que el segundo se inclina por los de la voluntad popular, porque tanto uno como el otro desean que el gobernante esté adornado con los atributos de la bondad, la sabiduría y el carácter.

La observación más superficial sugiere que los hombres excepcionales en todo sentido son más bien raros. Son raros los extremadamente bondadosos al igual que los extremadamente malos; la estupidez supina es tan infrecuente como la gran sabiduría; la pusilanimidad extrema es tan rara como la grandiosidad de carácter.  La mayor parte de la humanidad está formada por seres medianos en estos aspectos y en todos aquellos que definen su naturaleza.

No hay ninguna razón para suponer que quienes nos gobiernan, por herencia o elección, se aparten de la forma de ser de los demás mortales. Los “calígulas” son tan infrecuentes como los “aurelios” y la aparición de un Hitler es tan insólita como la de un Adenauer. La historia de los reinados y la de las democracias muestra una sucesión de medianías coronadas o electas interrumpida de tanto en tanto por princeps excepcionales por su inteligencia y su bondad o por tiranos abyectos e infames.

Si el princeps fuera siempre el filósofo, como soñara Platón, el buen gobierno estaría garantizado. La sabiduría le permitiría identificar el bien común más allá de toda duda y la bondad haría que aplicara todos sus esfuerzos a su obtención. Las reglas y las instituciones son innecesarias en el reino del princeps filósofo. Allí, el objeto de la ciencia política, como creía Leo Strauss, no puede ser otro que el de ahondar en el conocimiento del bien común y de los medios para alcanzarlo. Cuando ello no es así, es decir, cuando el bien común no es ostensible y los gobernantes son, como sus gobernados, humanos demasiado humanos, se precisan reglas o instituciones que los restrinjan en el ejercicio del poder para evitar que éste se torne despótico y arbitrario.  

La realización de elecciones de periódicas es la institución más importante de la democracia porque, como lo señalara Karl Popper, permite a los pueblos deshacerse de los malos gobernantes sin derramamiento de sangre. Las monarquías absolutas carecían de una institución semejante y cuando la genética les deparaba un príncipe inepto o criminal no quedaba más que la esperanza del accidente afortunado o la intervención oportuna del veneno o el puñal regicidas.

Las democracias y las monarquías parlamentarias europeas disponen de mecanismos para perpetuar en el poder a los buenos gobernantes, deshacerse de los malos y resolver los conflictos entre el parlamento y el jefe del ejecutivo: el voto de confianza y la disolución. Los regímenes presidenciales con sus períodos fijos y el origen popular de los mandatos del presidente y el congreso se enfrentan periódicamente a graves bloqueos institucionales cuando los presidentes enfrentan fuerte oposición, como Samper, y también cuando gozaron de gran apoyo popular, como Uribe. El régimen parlamentario habría permitido abreviar el mandato del primero y prolongar el del segundo sin ningún conflicto institucional.

Desde principios de los noventa se ha presentado en los países de América Latina, donde el presidencialismo es el régimen político típico, por lo menos de 15 bloqueos institucionales que llevaron a decisiones políticas, un tanto al margen de la constitución o con reformas sobre medida,  para prolongar el mandato de presidentes con gran apoyo popular, como Fujimori, Chávez y Uribe; o  abreviar el de mandatarios profundamente desprestigiados, como Collor de Mello, Abdala Buracán y Sánchez Lozada. La intolerancia de la comunidad internacional frente a los gobiernos de facto probablemente evitó que buena parte de esos conflictos se hubiera resuelto por la vía del golpe militar. Pero nada garantiza que no pueda ocurrir en el futuro pues lo que sí es seguro es la persistencia de conflictos como los descritos que parecen inherentes al régimen presidencial. Parece que ya es hora, en Colombia y América Latina, de empezar a andar el camino hacia el parlamentarismo.              

LGVA

Agosto de 2013.    

No hay comentarios:

Publicar un comentario