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viernes, 9 de marzo de 2012

Comercio exterior e inversión extranjera en Colombia

Comercio internacional e inversión extranjera en Colombia[1]

Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economista, Consultor, Docente.
Universidad EAFIT

I
Agradezco la invitación de FENADECO a este Encuentro Regional de Estudiantes de Economía. Abordaré el tema que me han propuesto, “Comercio Internacional e inversión extranjera en Colombia”, desde la perspectiva de mis áreas de especialidad: la Historia del Pensamiento Económico y la Historia Económica de Colombia, que son las asignaturas de las que me ocupo en la Escuela de Economía de la Universidad EAFIT. Aquellos de ustedes que han sido mis alumnos encontrarán familiares las reflexiones que siguen a continuación.

II
Empezaré por recordar que la economía política nace como una defensa teórica de la libertad comercial en los ámbitos nacional e internacional. El pensamiento económico dominante hasta mediados del siglo XVIII – la que Adam Smith  llamó Escuela Mercantil – había entendido la importancia de la libertad de comercio al interior de las fronteras de los estados nacionales, pero frente al comercio entre las naciones partía de una concepción según la cual éste sólo era beneficioso para las naciones que lograran obtener de forma permanente un excedente en su balanza comercial. Thomas Mun (1571 – 1641), comerciante y notable autor mercantilista inglés, lo expresaba de la siguiente forma:

“Los medios ordinarios (…) para aumentar nuestras riqueza y tesoro son por el comercio exterior, por lo que debemos siempre observar esta regla: vender más anualmente a los extranjeros en valor de lo que consumimos de ellos”.  Esto lo llevaba a formular una política comercial centrada en los “medios y métodos que incrementarán nuestras exportaciones y disminuirán nuestras importaciones de mercancías”.[2]
Durante cuatro siglos las naciones europeas practicaron una política comercial de este tipo. Esa es la época del mercantilismo que se extiende hasta el siglo XIX.

En su forma más elaborada – como se encuentra en la obra John Locke[3]  – esta tesis se basaba en la idea según la cual la tasa de interés dependía de la cantidad de metales preciosos de que disponía la economía nacional para satisfacer sus necesidades de dinero líquido. Suponiendo dado el nivel de precios y los salarios nominales, un incremento en la cantidad de metales preciosos, resultante de un saldo positivo en la balanza comercial, aumentaba la cantidad real de dinero y de esta forma reducía la tasa de interés estimulando la inversión. ¿Pero era lícito suponer que los precios y los salarios nominales permanecerían por siempre inalterados?. Este fue el supuesto que rechazó David Hume quien señaló que los incrementos en la cantidad de dinero en los países excedentarios - y las reducciones concomitantes en los deficitarios -  llevarían a la larga a un incremento proporcional en el nivel de precios – reducción en los deficitarios – que al modificar los términos de intercambio conducirían a un cambio en los flujos del comercio.  Vale la pena recordar la formulación de Hume:

“Supongamos que una cuarta parte de todo el dinero de Gran Bretaña sea aniquilada en una noche y que la nación quede reducida, con relación de la moneda, a la misma situación que en los reinados de los Enriques y los Eduardos. ¿Cuál sería la consecuencia?. ¿No deberían los precios del trabajo y las mercancías caer proporcionalmente y toda cosa ser vendida tan barata como lo era en esas épocas?. ¿Qué nación podría entonces competir con nosotros en cualquier mercado extranjero, o pretender navegar o vender manufacturas al mismo precio que a nosotros nos aportaría un beneficio suficiente?. ¿En cuánto tiempo, sin embargo, debe regresar el dinero que habíamos perdido y elevarnos al nivel de todas las naciones vecinas?. Una vez allí habremos perdido la ventaja de la baratura del trabajo y las mercancías y el flujo de dinero es detenido porque estamos repletos. Una vez más, supongamos que toda la cantidad de dinero de Gran Bretaña se multiplicara por cinco en una noche, ¿no se seguiría el efecto contrario? ¿No se elevaría el precio del trabajo y de todas las mercancías de forma tan exorbitante que ninguna nación vecina podría comprarnos; mientras que sus mercancías, por otra parte, se hacen tan comparativamente baratas que, a pesar de todas las leyes que puedan expedirse, ellas vendrían a nosotros y nuestro dinero fluiría afuera hasta que cayéramos al nivel de los extranjeros…?[4]
 III

Posteriormente Adam Smith y David Ricardo desarrollarían la teoría de la ventaja absoluta, el primero, y de la ventaja comparativa, el segundo como fundamento del libre comercio internacional. Desde entonces la teoría se ha perfeccionado y continúa siendo la base de nuestro entendimiento del comercio internacional. A principios del siglo XX, Heckscher y Ohlin la transformaron haciendo depender la ventaja comparativa de la dotación de factores de los países. Paul Krugman recibió el nobel de economía en 2008 por hacerla compatible con el hecho aparéntenme contradictorio de que  un país pueda ser al mismo tiempo importador y exportador de automóviles, por ejemplo.
Ricardo desarrolló su modelo bajo el supuesto de no había movilidad de factores de producción entre países:

“En términos generales – escribe Ricardo – las utilidades de un mismo país siempre están en un determinado nivel; o difieren solamente cuando la inversión de capital es más o menos segura y apetecible. No sucede esto entre distintos países. Si los beneficios derivados del capital invertido en Yorkshire excediesen los que se obtienen del capital empleado en Londres, el capital de Londres se trasladarían rápidamente a Yorkshire y se realizaría una igualación de utilidades; en cambio, si a consecuencia de una tasa reducida de producción en Inglaterra, debido al aumento de capital y de la población, se registrase una aumento de los salarios y se redujesen las utilidades, no sería de esperar que el capital y la población inglesa emigrasen a Holanda, España o Rusia, donde las utilidades podrían ser mayores”[5]
Es curioso que Ricardo haya escrito eso porque él pertenecía una familia de comerciantes con inversiones en Holanda, país donde desarrolló actividades mercantiles en su juventud. De hecho frente a la movilidad internacional del capital Smith tenía una posición más avanzada que Ricardo. Reconocía la existencia de los movimientos internacionales de capital y señalaba que “cuando (el comerciante) prefiere la actividad económica en su país a la extranjera, únicamente considera la seguridad”[6]

En todo caso puede decirse que la mayoría de los economistas liberales de todas las épocas suscriben la afirmación de Jevons:

“La libertad de comercio puede considerarse un axioma fundamental de la economía política…”[7]

 He dicho la mayoría. Deben mencionarse como excepción los seguidores de Federico List, economista alemán de mediados del siglo XIX, que desarrolló la teoría proteccionista de la industria naciente.

IV
Ahora bien, en la práctica el avance hacia el libre comercio entre las naciones no ha sido un proceso armonioso y libre de dificultades. Todo lo contrario. Las tendencias proteccionistas han estado presentes en todos los países y en todas las épocas. Gran Bretaña, por ejemplo, practicó hasta mediados del siglo XIX un proteccionismo activo con relación a sus ventajas tecnológicas. Una ley de 1795 prohibía la exportación de maquinaria así como la emigración de trabajadores calificados. Esta ley se mantuvo vigente hasta 1824. Las leyes de granos, que imponían un elevado arancel a la importación de cereales y contra las cuales combatió Ricardo, sólo fueron derogadas en 1843[8].  En Estados Unidos las tendencias proteccionistas han sido muy fuertes y persistentes desde que Alexander Hamilton publicara en 1791 su célebre Informe sobre las manufacturas en el que propugnaba por medidas proteccionistas para la industria naciente. De hecho, List se inspira en el trabajo de Hamilton.

De todas formas en el siglo XIX el comercio internacional crece prodigiosamente: en 1913 el movimiento internacional de mercancías era 25 veces el registrado en 1820. El crecimiento del comercio internacional fue durante todo el siglo superior al crecimiento de la producción industrial. También creció la inversión extranjera directa. El capital exportado en el siglo XIX se calcula en 9.550 millones de libras esterlinas, 43% de Gran Bretaña y 22% de Francia.  Esto países fueron prácticamente los únicos exportadores de capital hasta 1870. A partir de este año se les sumarían Alemania y Estados Unidos. Europa y los Estados Unidos fueron los principales receptores de capital, con el 51%, seguidos de América Latina. El gran hito en la implantación del librecambismo lo constituyó la firma en 1860 del Tratado Cobden-Chevalier entre Gran Bretaña y Francia, que puede considerarse como el primer TLC. En la difusión del librecambismo fue de gran importancia la cláusula de nación más favorecida, incluida por primera vez en ese tratado, de acuerdo con la cual un país debía otorgar a sus socios comerciales con los que había suscrito un tratado una rebaja automática de aranceles si pactaba con un tercero una tarifa más baja.
V

Hacia mediados del siglo XIX prácticamente todos los países de América Latina siguieron la senda del librecambismo y adoptaron, con diferente grado de éxito, un modelo de desarrollo guiado por las exportaciones de productos primarios agrícolas y mineros. La dotación de factores de estos países se caracterizaba por una insuficiencia crónica de capital físico y humano y por la abundancia de recursos naturales y fuerza de trabajo de baja calificación. De acuerdo con la teoría de las ventajas comparativas no tiene nada de sorprendente el patrón de producción y comercio internacional seguido por nuestros países. 

Gráfico 1

 
También con éxito desigual,  los países latinoamericanos trataron de superar la escasez de capital y fuerza de trabajo calificada incentivando la inversión extranjera y la inmigración. Argentina, Brasil y Chile lograron atraer importantes flujos de inmigrantes. No fue este el caso de Colombia donde sólo llegaron unos pocos empresarios ingleses al sector de la minería de oro.
Tampoco fuimos muy afortunados en lo referente a la inversión extranjera.  Como se aprecia en los Cuadro 1 y 2, los indicadores de inversión extranjera directa y de deuda pública externa están entre los más bajos del continente.  En 1914, el acumulado de inversión extranjera directa era de 54 millones de dólares, poco más de 10 dólares por habitante. Argentina, México y Brasil fueron los grandes receptores de inversión extrajera directa que se orientó principalmente a los ferrocarriles. Es bueno recordar que el ferrocarril fue la gran revolución en el transporte en el siglo XIX. En 1913 Argentina tenía más de 30.000 kilómetros de vías férreas, Brasil 25.000, México 26.000 y Colombia apenas 500.

 Cuadro 1

Cuadro 2


El mediocre desempeño exportador de Colombia en el siglo XIX y la incapacidad de atraer inversión extranjera ha sido objeto de diferentes interpretaciones. Algunos sostienen que ello se debió a factores institucionales asociados a las dificultades que experimentó nuestro país en el proceso de construcción de un estado nacional después de la independencia. Las frecuentes guerras civiles (Tirado Mejía) y la inestabilidad constitucional (Kalmanovizt) se ponen de presente para fundamentar esta interpretación. Hay algo de verdad en esta interpretación. Sin embargo, es forzoso recordar que países como Argentina y México padecieron también importantes conflictos políticos y militares durante el siglo XIX.
Otra hipótesis llama la atención sobre el precario desarrollo de un mercado laboral moderno, es decir, trabajo asalariado y movilidad laboral (Bulmer-Thomas, Ocampo). También se ha mencionado como limitante al desarrollo exportador los conflictos por los derechos de propiedad en las zonas que se incorporaban a la frontera agrícola en respuesta a la demanda mundial de materias primas y alimentos (Le Grand, Sanchez Torres).

Seguramente todos esos factores juegan un papel importante en la explicación de la mediocre inserción de Colombia en la economía mundial en la segunda mitad del siglo XIX. A ellos habría que añadir lo que el economista cubano Carlos Díaz-Alejandro denominara la “lotería de las materias primas”. Un producto exitoso en el comercio mundial se caracteriza por tener una elevada elasticidad al ingreso – su demanda crece tanto o más que el PIB mundial – y una baja elasticidad de sustitución – baja competencia de productos sustitutivos. Las efímeras bonanzas exportadoras que experimentó Colombia en la segunda mitad del siglo XIX se asociaron a productos (tabaco, quina, algodón, añil) que aparentemente no cumplían con esas condiciones. Sólo a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, encontraríamos en  el café ese producto “estrella” cuya producción y exportación serían determinantes en  la historia económica de Colombia hasta los años 80 del siglo pasado.
VI

En muchos aspectos la situación económica del mundo actual, desde los años 80,  se asemeja a la vivida entre mediados de siglos XIX y el comienzo de la primera guerra mundial en 1914. Una gran oleada de innovaciones tecnológicas y un gran crecimiento de la economía mundial y del comercio internacional. Grades flujos de capital. Aparición de nuevas grandes potencias económicas. Todo esto para países como Colombia se ha traducido en un gran auge exportador y de inversión extranjera directa. Estamos exportando más de 40 mil millones de dólares e importando otro tanto. Como el PIB está bordeando los 300 mil millones, el grado de apertura de la economía está en 26%.  La inversión extranjera directa ha alcanzado niveles inimaginables hace 10 años.

Gráfico 2

 
En el contexto latinoamericano, a diferencia del siglo XIX, el país ocupa un lugar destacado. En 2008, Colombia recibió en  IED casi tanto como Argentina y sólo fue superada por Brasil y México.

Cuadro 3

VII
Sin duda alguna Colombia está viendo un auge exportador y se está beneficiando de flujos de inversión como nunca en el pasado. Sin embargo, es preciso llamar la atención sobre el destino y la composición de las exportaciones y sobre los efectos de la inversión en minería y petróleo en los demás sectores de actividad económica por la vía de la revaluación. 

Cuadro 4

En cuanto al destino de las exportaciones llama la atención el hecho de que en los últimos quince años ha aumentado la dependencia del mercado de Estados Unidos. Han aparecido otros destinos al tiempo que se ha disminuido la participación de socios comerciales tradicionales como Venezuela y Alemania (cuadro 4).
En cuanto a la composición se destaca la participación del petróleo y el carbón que representan el 56% de lo exportado en 2010, frente 31% hace 15 años.  También es notoria la disminución de la participación de las exportaciones agrícolas e industriales. Esto me lleva al último punto que quiero tratar: el riego de que el auge del carbón y del petróleo lleve a un marchitamiento de la actividad industrial y de la agricultura de exportación. El riego de la llamada enfermedad holandesa.

Cuadro 5

VIII
Se da el nombre de enfermedad holandesa a la apreciación real de la moneda nacional que se presenta cuando se da un auge exportador bienes primarios como el carbón y el petróleo. Esto le ocurrió en Holanda en los años 60, de ahí su nombre,  con ocasión  de la explotación de yacimiento petroleros en el Mar del Norte. Como consecuencia de la apreciación de la moneda los sectores que no se benefician del auge – la agricultura y la industria – ven afectada su producción y sus ingresos pues se les dificulta exportar y porque el mercado nacional se expone a la entrada de productos importados más competitivos. Adicionalmente, si los sectores que no participan del auge son más intensivos en empleo que los sectores exportadores, como es el caso actual, se presenta la situación paradójica de una economía creciendo a tasas elevadas con un alto nivel de desempleo.
Los sectores afectados presionan por la intervención del banco central para que mediante compras masivas de divisas evite la devaluación nominal. Esto es lo que ha venido haciendo el Banco de la República desde el año pasado comprando hasta 20 millones de dólares mensuales. Esta intervención puede ser efectiva cuando se trata de un auge exportador breve; pero se torna perjudicial cuando, como parece ser el caso,  el auge de las exportaciones primarias es duradero,  pues eleva la inflación y lleva a una mayor apreciación del tipo de cambio real.  

La única forma de enfrentar la enfermedad holandesa es mediante la política fiscal. Ante todo es necesario capturar parte de las rentas de los sectores en auge, elevando sus impuestos,  y controlar el gasto público, especialmente en bienes no transables. El gobierno debe ahorrar, buscar el equilibrio fiscal y reducir su endeudamiento externo. Estas recomendaciones son obvias y con ellas están de acuerdo la mayoría de los economistas.
El problema actual en Colombia es que la fiscalidad del sector petrolero y minero está separada de la fiscalidad general. El régimen de regalías mediante el cual se crea una especia de presupuesto público paralelo sobre el que el gobierno nacional tiene muy poco control es peor de los mundos para enfrentar la enfermedad holandesa. Aunque la última reforma a dicho régimen dio al gobierno nacional instrumentos para controlar el uso de las regalías, la verdad es que estos son insuficientes para que el país genere los niveles de ahorro que necesita para evitar la apreciación real de la tasa de cambio.

IX

¿Qué debe hacerse en la actual coyuntura?
1.      Avanzar en diversificación de los destinos de exportación mediante la firma de acuerdo comerciales con el mayor número de países que sea posible.

2.      Aumentar el ahorro público utilizando las rentas provenientes de las actividades exportadoras, buscar el equilibrio fiscal  y reducir el endeudamiento público externo.

3.      Reducir los impuestos y/o otorgar subsidios los sectores industriales y agrícolas de exportación.


LGVA
Marzo de 2012.



[1] Conferencia dictada en el Segundo Encuentro Regional de Estudiantes de Economía realizado por la Federación Nacional de Estudiantes de Economía – FENADECO- en la Universidad Nacional Sede de Medellín. Marzo 2 de 2012.

[2] Mun, Thomas. (1664). La Riqueza Inglesa por el Comercio Exterior. Primera edición en español 1954, primera reimpresión 1978. Fondo de Cultura Económica, México. Capítulo II. Páginas 58 y 59.

[3] Locke, J. “Some considerations of the consequences of the lowering of interest, and raising the value of Money”. En Several papers relating to money, interest and trade. 1696. Reprinted by A.M. Kelly Publishers, New York, 1968. Página 30.

[5] Ricardo, D. (1817,1997). Página 102.

[6] Smith, A. (1776,1979). Página 402.

[7] Citando por Landes (1998, 1999). Página 572.
[8] Wallerstein, I. (1988, 2006). Página 164.

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