¿Para qué sirve un economista liberal?
(Para Majo Bernal)
Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economista
Con mucha frecuencia, jóvenes economistas liberales
amigos míos me hacen parte de la indignación que les causa ver a tantos
políticos y a economistas intervencionistas proponer medidas de política
pública que, además de coartar la libertad de elegir de las personas, resultan
completamente inadecuadas para lograr los objetivos que supuestamente se
pretende con ellas, como lo revelaría el más mínimo análisis. También se
indignan de ver a tanta gente sin formación económica – periodistas,
escritores, historiadores, empresarios, etc. – pontificando sobre toda clase de
asuntos de economía pública, ignorando las restricciones presupuestales, los
costos de oportunidad y los efectos espaciales e intertemporales siempre
presentes en toda decisión económica. Invariablemente les respondo que deben
armarse de paciencia y continuar predicando porque la defensa de la libertad económica
y el mercado no admite desfallecimiento alguno.
En las escuelas de economía se les enseña a los
jóvenes una serie de técnicas de medición, estimación, programación y
pronóstico que les permiten prestar sus servicios a empresas, gremios o
entidades gubernamentales que requieren de ellos. Esas técnicas no están fuera
del alcance de otros profesionales – estadísticos, administradores, ingenieros,
etc. – quienes las aprenden también en sus respectivas escuelas y que por ello
compiten con los economistas en el mercado laboral. Como profesor, a mis
estudiantes los impulsé siempre a hacerse muy competentes en el manejo de esas
técnicas para desempeñarse exitosamente en el mercado, sin dejar de recordarles
que no es eso lo que marca la diferencia de su disciplina con las de otros
profesionales con los que deben competir.
Lo que hace a uno economista – les digo siempre a mis
alumnos - es la comprensión del funcionamiento del mercado, no un mercado en
particular, sino de ese inmenso tejido de relaciones e intercambios voluntarios
que surge de la actuación libre de las personas guiadas por su propio interés
en un mundo donde prevalece la escasez, como enseñara Adam Smith. Lo que lo
hace a uno economista – les insisto – es el asombro y la perplejidad que causa
entender, como lo indicó Kenneth Arrow, que una economía regida por el interés
individual y controlada por un gran número de agentes, diferentes en sus habilidades
y preferencias, no termina en el caos o la violencia, sino en una disposición
coherente de los recursos económicos, muy superior a disposiciones alternativas
que podrían alcanzarse mediante la coacción. Es por ello que economista liberal
respeta el mercado.
He tratado de enseñarles también que la información
subyacente al proceso de mercado está diseminada en la mente de millones de
personas y que cambia permanentemente, de tal suerte que resulta imposible almacenarla,
sistematizarla y procesarla por una inteligencia única, natural o artificial.
Cada agente particular – actuando como empresario o consumidor – conoce mejor
que cualquiera su propio mercado sin que esto lo exima del riesgo del error,
porque el mercado es también un mecanismo de experimentación y descubrimiento,
según dejó dicho Hayek.
Aparte de algunas estimaciones y pronósticos sobre el
mercado, el economista tiene poco que decirle al hombre de negocios de sus
procesos productivos, asunto para el cual están mejor capacitados los
ingenieros; ni sobre la oportunidad de lanzar nuevos procesos o nuevos
productos o incursionar en nuevos mercados, lo que es la esencia misma del ser
empresario. Tampoco está en condiciones de “orientar” las preferencias de los
consumidores y mucho menos contribuir a dictarlas autoritariamente.
Hoy y mañana la principal labor del economista liberal
es la misma de Adam Smith: explicar el funcionamiento de la economía de
mercado, tarea vital para su preservación, porque muchas personas sin
información, o influenciadas por los enemigos del libre mercado, continúan
creyendo que este es caótico y que produce desigualdad, destruye el ambiente y
otras sandeces.
En las economías actuales, fuertemente intervenidas por
los gobiernos, la labor del economista es evidenciar y denunciar sin descanso
las consecuencias nefastas de esa intervención, no solo en términos generales
sino también con referencia a las intervenciones específicas que se están
produciendo todos los días.
Gobiernos intervencionistas son el ideal y la
justificación de la mayoría de los políticos, pero sería un error creer que la
intervención ocurre por decisión autónoma y exclusiva de ellos: la gente la demanda.
Todo mundo lo hace: empresarios, trabajadores, desempleados, consumidores. Todo
mundo aspira a una transferencia, subsidio o medida que favorezca su interés y
su propio mercado sin percatarse de que de que cada transferencia o medida
afecta el interés de otras personas o el funcionamiento de otros mercados. Por
eso, frente al actuar del gobierno, la labor del economista consiste en
aplicar, de forma general y específica, lo que Henry Hazlitt llamara la lección
única de la economía política:
“El arte de la economía consiste en considerar los
efectos más remotos de cualquier acto o política y no meramente sus
consecuencias inmediatas; en calcular las repercusiones de tal política no
sobre un grupo, sino sobre todos los sectores”
El economista liberal está obligado a intervenir en
política, a hacer “economía política” en el sentido literal del término. Es ahí
donde entra en juego la esencia de su profesión: el conocimiento de las
consecuencias alternativas de las decisiones de política económica.
La participación del economista liberal en política no
significa, pero no la excluye, la vinculación a un partido o la aspiración a
cargos de elección popular. Esa participación puede hacerse desde la cátedra,
la escritura pública o los centros de pensamiento para la difusión del
pensamiento liberal.
Sobre la cátedra, que ha sido el campo más preciado de
mi ejercicio profesional, debo decir que suscribo plenamente la posición de Max
Weber: la cátedra está vedada al ejercicio de la política partidista activa,
por respeto a los alumnos y a la integridad intelectual del catedrático.
Aunque, al hablar incluso de los principios económicos más abstractos, la
frontera con la política partidista es siempre incierta, el catedrático de
economía debe siempre hacer el máximo esfuerzo para no traspasarla, so pena de
dejar de serlo y convertirse en activista.
En las sociedades actuales la labor del economista
liberal es pues fundamentalmente educativa, como lo señalara Rothbard. Hay que
educar a los ciudadanos, a los empresarios y, por supuesto, a los políticos. La
tarea es inmensa pues todo parece indicar los principios del libre mercado no
crecen de forma espontánea en la mente de la mayoría de las personas, sino que deben
ser sembrados y cultivados con especial esmero.
LGVA
Noviembre de 2020.
Excelente. Tengo la sospecha de que, en muchos casos en Colombia, la enseñanza de la teoría económica elude (o da poca importancia a) el tema de la eficiencia del sistema de mercado en su conjunto.
ResponderEliminarLamentablemente, apreciado Luis Guillermo, desde mi labor como docente observo la inmensa estulticia de los q usan las aulas para pontificar sobre ideologías partidistas.
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