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sábado, 25 de noviembre de 2017

¡Empresarios, a manteles con las FARC!


¡Empresarios, a manteles con las FARC!



Luis Guillermo Vélez Álvarez

Economista, Universidad EAFIT

“…el último capitalista venderá la soga con la que ahorcaremos al penúltimo”

(Frase atribuida a Lenin)



Las FARC eran  una organización político-militar que durante más de cinco décadas trató de imponer a la sociedad colombiana por la fuerza de las armas su ideología marxista leninista, lo cual supone, como ha ocurrido donde quiera que los marxistas-leninistas han llegado al poder, instaurar la dictadura del proletariado y suprimir la democracia pluralista. Las FARC, como lo han declarado abiertamente, no han renunciado a ese propósito ni a su proyecto último de construir una sociedad comunista sin mercados libres ni propiedad privada.

En las negociaciones de La Habana, el gobierno le otorgó a las FARC ventajas exageradas para su participación en política, beneficios judiciales escandalosos y otra serie de prebendas ominosas de las que la sociedad se ha ido percatando poco a poco. Las pocas y tímidas modificaciones que el Congreso y la Corte Constitucional han introducido a los acuerdos no impedirán la llegada de sus representantes al Congreso y la consolidación, acrecentamiento y legitimación de su poder en muchas regiones y localidades del País.

Por ello no sorprende que los personajes más desprestigiados de la clase política, como el expresidente Samper y la exsenadora Córdoba, estén dedicados a cortejar a los miembros del Secretariado convertidos, por obra del despliegue exagerado y estúpido que la mayoría de los medios dan a sus más nimias actuaciones, en las estrellas rutilantes de la política colombiana. Ningún movimiento o personaje de la política ha recibido el “free press” del que se han beneficiado las FARC en los últimos años. Tampoco deberá sorprendernos que, en una eventual segunda vuelta presidencial, otros personajes de la política, que hoy guardan taimado silencio frente a los desafueros y el proyecto político de las FARC, reciban unos votos que podrían resultar definitivos para decidir la contienda electoral.

Lo que es definitivamente incomprensible es que amplios sectores del empresariado o de la burguesía, para emplear un término del agrado de los marxistas-leninistas, estén facilitando por acción y omisión la promoción de la imagen maquillada de los dirigentes de las FARC; invitando a sus asambleas gremiales a personajes afines a su proyecto político y permitiendo que los medios de comunicación de su propiedad o que se mantienen por su pauta se conviertan en caja de resonancia de sus ideas mediante crónicas insulsas y  complacientes entrevistas que periodistas bobalicones hacen a sus dirigentes. El señor Arismendi, en la celebración del aniversario de la firma de los acuerdos, encontró que era mejor darle, para su lucimiento, el micrófono al señor Timochenko que al desprestigiado nobel de la paz. ¡Eso es tener visión de futuro!  

La esencia de una sociedad liberal y democrática es la tolerancia y el respeto por las ideas de los demás. Esto plantea a las sociedades liberales el problema fundamental de qué hacer con los intolerantes, con aquellos que buscan valerse de las instituciones de la democracia para acabar con ellas y con la tolerancia a la primera oportunidad. Este es el proyecto político de las FARC, hasta que sus dirigentes digan lo contrario renunciando al marxismo leninismo.

En una de sus obras, Karl Popper recuerda la historia de una comunidad de la selva india que despareció a causa de su creencia de que la vida, incluida la de los tigres, era sagrada. El problema fue que los tigres no pensaban lo mismo. El tolerante absoluto corre un riesgo similar. Por ello, como señala Popper, sobre el tolerante no puede recaer la obligación de tolerar al intolerante.

Este problema solo admite una solución pragmática. Es inevitable que  en las sociedades liberales aparezcan grupúsculos intolerantes: racistas, fascistas, comunistas, raelianos, socialistas siglo XXI, etc.  A estos grupos y a todos los de la franja lunática, en una sociedad liberal, hay que otorgarles una especie de tolerancia condicionada, condicionada a que con sus acciones no atenten violentamente contra lo demás. Esa tolerancia condicionada significa también que no hay que facilitarles las cosas otorgándoles ventajas en política o medios materiales para la difusión de sus delirios.  Hay que respetar la vida de los tigres, pero hay que mantenerlos alejados de nuestras viviendas y propiedades.

La democracia es un sistema político extremadamente frágil. Para bien y para mal en democracia vota todo mundo y el votante medio, que no suele ser muy ilustrado y perspicaz, es sensible a los más insólitos halagos. Lenin no ganó la mayoría en los soviets prometiendo el Gulag,  Hitler no tenía en su programa los campos de concentración, ni Chávez ofreció acabar con la propiedad privada y el mercado libre. El discurso de Lenin para las masas, consignado en sus famosas “Tesis de abril”, se resumía en tres palabras: paz, pan, tierra. Hoy, cien años después, ese es el mismo discurso de las Farc consignado en un documento también titulado “Tesis de abril”, como puede constarlo cualquiera que ponga esas palabras en Google. No es coincidencia lo del nombre, las Farc saben de qué están hablando. También, como Lenin, Timochenko habla de “gobierno de transición”. ¿De transición a dónde? Al socialismo, por supuesto.   

Los empresarios y capitalistas no deben temer ser acusados, como lo serán, de ser antidemocráticos si hacen que en los medios de su propiedad o que financian con su pauta, en sus espacios gremiales, en las universidades y  en todas las entidades que apoyan financieramente se lleve a su mínima expresión la propaganda política de las FARC y sus aliados ideológicos. En Polonia, donde saben bien lo que es el comunismo,  acaban de aprobar una ley que prohíbe los símbolos comunistas, como están ya proscritos en toda Europa sus parientes cercanos los símbolos nazis. Probablemente en Colombia no sea posible ir hasta allá, pero si es necesario  que los empresarios entiendan que por el camino del micrófono ilimitado, las entrevistas adocenadas y toda la exposición mediática que les están dando,  van a terminar sentados a manteles con las FARC.

Noviembre de 2017.

domingo, 19 de noviembre de 2017

A propósito de los aniversarios de Marx (I) Teoría de la explotación


A propósito de los aniversarios de Marx (I)

Teoría de la explotación

Luis Guillermo Vélez Álvarez

Economista, Universidad EAFIT



El pasado mes de septiembre se cumplieron ciento cincuenta años de la publicación del tomo 1 de  “El Capital”, la principal obra de Karl Marx. Los tomos  2 y 3 se publicaron, respectivamente, en 1885 y 1894, bajo el cuidado editorial de Friedrich Engels, pues Marx falleció en 1883, a la edad de 65 años. El año próximo, el 5 de mayo, será el bicentenario de su nacimiento. Ese par de aniversarios suscitan interés por su obra y su persona.

Los intereses intelectuales de Marx fueron amplios y variados: filosofía, historia, sociología, ciencia política, periodismo y, por supuesto, economía. Creyó, incluso, haber inventado una nueva ciencia: el materialismo histórico. Esta nota se ocupa del Marx economista en un aspecto clave de su pensamiento: su teoría de la explotación. En próxima entrada se tratará su teoría del derrumbe, también fundamental.

Marx es el más reconocido y más exitoso exponente de la teoría de la explotación,  la que probablemente aprendió de Karl Rodbertus (1805-1875), un economista alemán prácticamente olvidado, quien la había puesto en boga en Alemania en los años de formación de Marx. Entonces, como ahora, la explicación de la distribución de la producción en términos de explotación resulta muy atractiva por su aparente simplicidad.

No hay producción sin trabajo. Todos los bienes económicos son producto del trabajo. En las sociedades de clases los productores directos – esclavos, siervos o proletarios – no recibe la totalidad del producto creado por ellos pues los arreglos institucionales permiten que las clases no trabajadoras – amos, señores o capitalistas – se apropien de una parte del producto. En la sociedad capitalista, la institución de la propiedad privada da a los capitalistas el poder de disponer de los medios de producción y de forzar por tanto a los  obreros, mediante el contrato de trabajo, a vender su fuerza de trabajo solo por una parte de lo que pueden producir. El capitalista se apropia del resto como una ganancia que obtiene sin esfuerzo alguno.   

El anterior es el enunciado de la teoría de la explotación. En una economía esclavista o en una economía feudal la realidad de la explotación parece evidente y se deriva enteramente de las relaciones de poder. El amo es dueño del esclavo y por tanto del producto de su trabajo; el señor feudal es dueño de la tierra y puede imponerle al siervo de la gleba la obligación de pagarle en trabajo o en especie por permitirle cultivar una porción de tierra para su propio sustento. No es así en la economía capitalista. El obrero no es propiedad del capitalista, quien tampoco puede imponerle por la fuerza la obligación de trabajar en su fábrica. En la economía capitalista la explotación, si es que existe, se da por medio de relaciones de intercambio. Eso lo entendió cabalmente Marx. También entendió que la explotación no puede ser el resultado de relaciones de intercambio contingentes y arbitrarias en la que una parte impone a la otra su voluntad. La realidad de la explotación debe surgir de una teoría del valor general y abstracta que explique las relaciones de intercambio o, lo que es lo mismo, los precios relativos en lo que se denomina condiciones de competencia perfecta.

El punto de partida es pues la teoría del valor. Marx encontró su inspiración en la obra de los economistas ingleses, principalmente Adam Smith y David Ricardo, la que denominó economía clásica. Smith había postulado que, en una economía donde los productores directos fueran dueños de los instrumentos de trabajo y la tierra fuera tan abundante como para hacer imposible su apropiación privada, las relaciones de intercambio entre los bienes estaban regidas por las cantidades de trabajo necesarias para su producción. A cambio de un castor se entregaban dos venados porque la caza del primero exigía el doble de tiempo de trabajo que la caza del segundo. Smith entendió cabalmente el problema que a su teoría planteaba la especificidad de las diferentes clases de trabajo y lo escamoteó con una “solución” que Marx retomará al pie de la letra, como se verá más adelante[1].

Suponiendo resuelto el problema de la heterogeneidad de los trabajos, Smith se enfrentó con una dificultad mayor que lo obligó a abandonar la simple teoría del valor trabajo cuya validez dejó confinada a lo que llamó  “el estado primitivo y rudo de la sociedad que precede a la acumulación del capital y a la apropiación de la tierra”.  En efecto, una vez que el capital se acumula en poder de un grupo de personas y la tierra es apropiada por otras, el precio real de toda mercancía se resuelve en tres componentes: salarios, beneficio y renta; los cuales corresponden a las remuneraciones de trabajadores, capitalistas y terratenientes[2]. Las relaciones de intercambio entre los bienes ya no están regidas por las cantidades de trabajo sino por la sumas de las remuneraciones. Smith consagra buena parte de su obra a establecer las leyes gobiernan esas remuneraciones, estableciendo al mismo tiempo el canon de la llamada “distribución funcional del ingreso”  que aún hoy es fuente de tanta confusión teórica y tantos errores de política económica.  

David Ricardo, quien irrumpe en la teoría económica casi 40 años después de la publicación de La Riqueza de la Naciones, encuentra totalmente insatisfactoria la solución dada por Smith al problema de la distribución. Ricardo está preocupado por los determinantes de la acumulación de capital. Como hombre de negocios que es, sabe que el móvil de la inversión es el beneficio y que éste debe guardar la misma proporción con el valor del capital invertido cualquiera sea la forma material de la inversión. Adam Smith ha hecho ya de esta idea el postulado central de su teoría de la distribución y de los precios. Desde entonces, toda la teoría clásica de los precios, hasta su último gran exponente moderno, Piero Sraffa, se construirá sobre la base del postulado de la tasa de beneficio uniforme determinada por fuera del sistema de precios[3].

Ricardo tiene la intuición de que existe una relación inversa entre el salario nominal y la tasa de beneficio. Por eso la teoría de los componentes de Smith no le parece satisfactoria pues dichos componentes pueden evolucionar independientemente los unos de los otros. En la fórmula de Smith el salario puede variar sin que cambie el beneficio lo cual implica que la variación del salario hace cambiar los precios relativos. Por eso Ricardo arranca la formulación de su teoría del valor diciendo tajantemente que “el valor de un artículo, o sea la cantidad de cualquier otro artículo por la cual puede cambiarse, depende de la cantidad relativa de trabajo que se necesita para su producción, y no de la mayor o menor compensación que se paga por dicho trabajo”[4]

 El trabajo al que se refiere Ricardo es trabajo asalariado, razón por la cual no enfrenta el problema de Smith, que luego enfrentará Marx, de homogeneizar las distintas clases de trabajo concreto. Basta con conocer los salarios de las distintas clases de trabajo para reducir su diversidad a unidades de trabajo homogéneo. Pero obviado este problema, queda la dificultad que supone la diversidad de proporciones en que el capital invertido en salarios se combina con el capital invertido en maquinaria, edificios y toda clase de instrumentos de producción duraderos. Es ostensible que cualquier variación del salario tendrá un efecto mayor sobre los sectores que emplean mucho trabajo inmediato que sobre aquellos que emplean poco.

Ricardo admite que esa diversidad de proporciones modifica considerablemente el principio de que la cantidad de trabajo empleada determina el valor relativo de los bienes, lo cual  impide establecer sin ambigüedad la buscada relación inversa entre salarios y beneficios. Hasta el final de su vida, en 1823, Ricardo buscará una medida invariable del valor que le permita sostener, esa, la proposición central de su teoría. John Stuart Mill, el último de los clásicos, será incapaz de resolver el problema[5] que tendrá que esperar hasta la ingeniosa solución de Sraffa con su mercancía patrón[6].

Marx encuentra la cuestión en el estado en que la dejaron Ricardo y Mill: el valor de las mercancías está determinado, principalmente, por la cantidad de trabajo empleada en su producción y, también,  por la proporción en que se combinan el capital circulante (salarios) y el capital fijo, los que Marx denominará, respectivamente, capital variable y capital constante.  

Para Marx el principal mérito de Ricardo es el haber puesto de manifiesto el antagonismo económico existente entre las diversas clases. Y su principal deficiencia, el haber sido incapaz de diferenciar el concepto de plusvalía de las formas específicas en que se manifiesta: la ganancia, la renta del suelo y el interés. Sin el concepto de plusvalía, cuyo descubrimiento pensaba Marx era su mayor contribución teórica, es imposible establecer analíticamente, no solo enunciar, el antagonismo entre las clases a nivel de la distribución. Para Marx, el error de Ricardo consistió en suponer, al estudiar el valor, la existencia del salario, el beneficio, la tasa de ganancia y todas las demás categorías que solo serán inteligibles después de establecidas las leyes del valor y la plusvalía que surgen del análisis de la mercancía.

Marx arranca pues su investigación con el análisis de la mercancía.[7] Indica que la mercancía es, en primer lugar es una cosa apta para satisfacer necesidades humanas, una cosa útil o, en su terminología, un valor de uso. Luego señala que los valores de uso son el contenido material de la riqueza en cualquier tipo de sociedad y en la sociedad capitalista son, además, el soporte material del valor de cambio, es decir, de la relación cuantitativa en la que se cambian los diversos valores de uso. Llegado a este punto Ricardo, quien también arranca del análisis de la mercancía, indica que las cosas útiles obtienen su valor de cambio de su escasez y de la cantidad de trabajo requerida para obtenerlas. Algunos bienes, admite Ricardo - como obras de arte, objetos antiguos, vinos que se producen con una clase especial de uvas, etc.- obtienen su valor exclusivamente de su escasez y los excluye explícitamente de la teoría del valor-trabajo. Marx no lo hace de forma explícita pero puede suponer que sobre este punto pensaba de forma similar a Ricardo.

El valor de cambio de cualquier mercancía, es decir, la cantidad de cualquier otra por la cual puede cambiarse,  depende de la cantidad relativa de trabajo requerida para su producción. Naturalmente, no se trata de los trabajos concretos sino de lo que queda de después de prescindir del carácter concreto de la actividad productiva, de la utilidad del trabajo, es decir, el gasto de fuerza humana de trabajo. Por tanto, para Marx, el valor de la mercancía sólo representa trabajo humano, gasto de trabajo humano puro y simple. En este punto, Marx llega al mismo problema que había enfrentado Smith: la transformación de los trabajos concretos en ese trabajo homogéneo sin el cual es imposible determinar los valores de cambio y determinar la plusvalía. Marx ofrece un “solución” análoga a la de Smith:

“… el valor de la mercancía sólo representa trabajo humano, gasto de trabajo humano pura y simple (…) El trabajo humano es el empleo de esa simple fuerza de trabajo que todo hombre común y corriente, por término medio, posee en su organismo corpóreo sin necesidad de una especial educación. El trabajo simple medio cambia, indudablemente, de carácter según los países y la cultura de cada época, pero existe siempre, dentro de una sociedad dada. El trabajo complejo no es más que el trabajo simple potenciado o, mejor dicho, multiplicado: por donde una pequeña cantidad de trabajo complejo puede equivaler a una cantidad grande de trabajo simple. Y la experiencia demuestra que esta reducción de trabajo complejo a trabajo simple es un fenómeno que se da todos los días y a todas horas. Por muy complejo que sea el trabajo a que debe su existencia una mercancía, el valor la equipara en seguida al producto del trabajo simple, y como tal valor sólo representa una cantidad de trabajo simple”[8]  

Este razonamiento que parece muy convincente no es más que un ardid teórico. El valor del producto de un día de trabajo de un economista puede ciertamente equipararse al valor del producto de cinco días de trabajo de un obrero no calificado. Y se puede decir por tanto que un día de trabajo del economista equivale a cinco días de trabajo del obrero. Pero para hacer esto es necesario conocer justamente el valor de sus productos o las remuneraciones de uno y otros. Ciertamente, como dice Marx, esa reducción de trabajo complejo a trabajo simple se da todos los días. ¿Dónde y cómo se da esa reducción?  No puede ser en otro lugar que en el mercado y en el intercambio a precios de mercado de los productos del trabajo del economista y del obrero no calificado. Es decir, tenemos que suponer conocida la relación de intercambio para determinar las cantidades de trabajo homogéneo que determinan la relación de intercambio. Racionamiento circular.

La determinación de la plusvalía depende también de otro ardid teórico. La plusvalía es la parte del valor total producido después de descontarle el valor del salario, todas las cantidades medidas en tiempo de trabajo homogéneo:

Plusvalía = Valor del producto – valor del salario.

Podemos dar por conocido el valor del producto que no es otra cosa la duración de la jornada de trabajo. Queda por determinar el valor de salario en tiempo de trabajo para que la operación de la cual surge la plusvalía tenga sentido.  El salario o valor de la fuerza de trabajo “como el de toda otra mercancía, lo determina el tiempo de trabajo necesario para su producción”, dice Marx. Y añade:

“La fuerza de trabajo sólo existe como actitud del ser viviente. Su producción presupone, por tanto, la existencia de éste. Y partiendo del supuesto de la existencia del individuo, la producción de la fuerza de trabajo consiste en la reproducción o conservación de aquel. Ahora bien, para su conservación, el ser viviente necesita una cierta suma de medios de vida. Por tanto, el tiempo de trabajo necesario para producir la fuerza de trabajo viene a reducirse al tiempo de trabajo necesario para la producción de esos medios de vida; o lo que es lo mismo, el valor de la fuerza de trabajo es el valor de los medios de vida necesarios para asegurar la subsistencia de su poseedor”[9]

Los medios de vida son un conjunto de cosas heterogéneas: pan, huevos, leche, etc. En breve, una canasta de bienes y servicios que suplen las necesidades de los obreros y sus familias. Para conocer su valor es preciso conocer los precios de las cosas que la conforman. Y conocido el valor de la canasta, es preciso conocer el salario nominal por unidad de tiempo de trabajo y poder así determinar el valor del salario en tiempo de trabajo homogéneo. Una vez más estamos ante un razonamiento circular.

Ricardo no incurre en este error pues su teoría supone la existencia del beneficio. En su teoría a cada nivel de la tasa de beneficios corresponde un nivel de salario nominal. En Ricardo el trabajo es directamente homogéneo en tanto que trabajo asalariado. Marx no puede proceder de la misma forma pues él, con su teoría de la plusvalía, está justamente tratando de establecer el origen  del beneficio. Toda la teoría del valor-trabajo carece de coherencia lógica.

Pero aun suponiendo resueltos los problemas planteados y “creyendo” que los precios relativos depende de las cantidades relativas de trabajo queda el problema mayor, inicialmente señalado por Böhm-Bawerk, de la contradicción entre la teoría de los precios del Tomo I de El Capital y la desarrollada en el Tomo III. Este asunto puede ilustrarse fácilmente con la tabla siguiente, similar a la que presenta Marx en el capítulo IX del tomo III de El capital, donde aborda el problema de la transformación de los valores en precios de producción.

Hay cinco ramas de producción con composición orgánica diferente. La tasa de plusvalía y la tasa de ganancia son las mismas en todas las ramas. La diferencias en la composición orgánica hace que los precios de producción difieran de los valores en todas las ramas, salvo en aquella cuya composición orgánica es similar a la composición orgánica del capital agregado.





A Marx parece no preocuparle que los precios de producción y los valores difieran sustancialmente, de tal suerte que las relaciones de intercambio no estén regidas en lo absoluto por las cantidades relativas de trabajo.  Señala que, cualquiera sea el modo en que se regulen los precios, la “ley del valor preside el movimiento de los precios, ya que al aumentar o disminuir el tiempo de trabajo necesario para la producción los precios de producción aumentan o disminuyen (…) la ganancia media, que determina los precios de producción, tiene que ser siempre, necesariamente, igual a la cantidad de plusvalía que corresponde a un capital dado como parte alícuota del capital de toda la sociedad”[1]
El hecho de que la ley del valor no regule las relaciones de intercambio que para Ricardo era un problema fundamental, no parece serlo para Marx quien lo escamotea con el argumento peregrino de que tomadas en conjunto las mercancías cambiadas la suma de los valores es igual a la suma de los precios de producción. Al respecto, la crítica de Böhm-Bawerk es contúndete:
“¿Cuál es, en realidad, la función de la ley del valor? No creemos que pueda ser otra que la de explicar las relaciones de cambio observadas en la realidad. Trátase de saber por qué en el cambio, por ejemplo, una chaqueta vale 20 varas de lienzo, por qué 10 libras de té valen media tonelada de hierro, etc. Así es como Marx concibe la función esclarecedora de la ley del valor. Y es evidente que sólo puede hablarse de una relación de intercambio cuando se cambian entre sí distintas mercancías”[2].
Y más adelante:
“Ante el problema del valor, los marxistas empiezan contestando con su ley del valor, consistente en que las mercancías se cambian en proporción al tiempo de trabajo materializado en ellas. Pero más tarde revocan esta respuesta – abierta o solapadamente – en lo que se refiere al cambio de mercancías sueltas, es decir, con respecto al único campo en que el problema del valor tiene sentido, y sólo la mantienen en pie en toda su pureza con respecto al producto nacional tomado en su conjunto, es decir, con respecto a un terreno en el que aquel problema no tiene sentido”[3].
Los marxistas han puesto mucho trabajo y empeño en la solución de lo que se ha denominado el problema de la transformación. Ninguna de las “soluciones” hasta ahora aportadas ha dado respuesta a la crítica de Böhm-Bawerk. Es curiosa la insistencia de los marxistas en la teoría del valor, cuando el propio Marx reconoce que su ley del valor carece de vigencia en la economía capitalista. El texto en cuestión es especialmente significativo y merece ser citado en toda su extensión:
“El cambio de las mercancías por sus valores o aproximadamente por sus valores presupone, pues, una fase mucho más baja que el cambio a base de los precios de producción, lo cual requiere un nivel bastante elevado en el desarrollo capitalista. (…) Prescindiendo de la denominación de los precios y del movimiento de éstos por la ley del valor, no sólo es teóricamente sino históricamente, como el prius  de los precios de producción. Esto se refiere a los regímenes en que los medios de producción pertenecen al obrero, situación que se da tanto en el mundo antiguo como en el mundo moderno respecto al labrador que cultive su propia tierra y respecto al artesano”[4]
Es decir, la ley del valor, fundamento de la teoría de la plusvalía y por tanto de la teoría de la explotación en el régimen de producción capitalista deja de regir justamente con el advenimiento de ese régimen de producción. Engels lo admite de una forma casi candorosa:
“En otros términos: la ley del valor de Marx rige con carácter general, en la medida en que rigen siempre las leyes económicas, para todo el período de producción simple de mercancías; es decir, hasta el momento en que ésta es modificada por la forma de producción capitalista. Hasta entonces los precios gravitan con arreglo a los valores determinados por la ley de Marx y oscilan en torno a ellos (…) la ley del valor (…) tiene, pues, una vigencia económico-general, la cual abarca todo el período que va desde comienzos del cambio (…) hasta el siglo XV de nuestra era. Y el cambio de mercancías data de una época anterior a toda la historia escrita (…) la ley del valor rigió, pues, durante un período de cinco a siete mil años…”[5]
Exactamente lo que había planteado Smith: el intercambio de mercancías con arreglo a las cantidades relativas de trabajo sólo se da en “el estado primitivo y rudo de la sociedad que precede a la acumulación del capital y la apropiación de la tierra”. En la economía capitalista, la teoría del valor trabajo no explica los precios relativos  cuando la relación capital trabajo o la composición orgánica del capital, como la denomina Marx, es diferente en las distintas ramas de la producción. Si las relaciones de intercambio no están determinadas por las cantidades relativas de trabajo, la teoría de la explotación carece de todo fundamento. 
Bibliografía:
Böhm-Bawerk. (1884,1986). Capital e interés. Fondo de Cultura Económica, México, 1986.
Cuevas, Homero. (2003). Valor y sistema de precios. Universidad Nacional, Bogotá, 2003.
Marx, Carlos. (1867,1971). El capital. Contribución a la crítica de la Economía Política. Tomo I. Fondo de Cultura Económica, México, 1971.
Marx, Carlos. (1894,1971). El capital. Contribución a la crítica de la Economía Política. Tomo III. Fondo de Cultura Económica, México, 1971.
Mill, John Stuart. (1848,1978). Principios de Economía Política. Fondo de Cultura Económica, México, 1978.
Ricardo, David. (1817,1997). Principios de Economía Política y Tributación. Fondo de Cultura Económica, México, 1997.
Smith, Adam. (1776,1979). Investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones. Fondo de Cultura Económica, México, 1979.
Sraffa, Piero. (1960, 1975). Producción de mercancías por medio de mercancías. Oikos-Tau, s.a. Ediciones. Barcelona, España, 1975.

LGVA, Noviembre de 2017.


[1] Marx, C. (1894,1971). Tomo III. Páginas 183-184.

[2] Böhm-Bawerk, E. (1921,1986). Página 460.

[3] Böhm-Bawerk, E. (1921,1986). Página 461.

[4] Marx, C. (1894,1971). Tomo III. Páginas 183-184.

[5] Cuevas, H. (2003). Página 61-62.






[1] Escribe Smith: “Si una clase de trabajo es más penosa que otra, será también natural que se haga una cierta asignación a ese superior esfuerzo, y el producto de una hora de trabajo, en un caso, se cambiará frecuentemente por el producto de dos horas. Del mismo modo, si una especie de trabajo requiere de un grado extraordinario de destreza e ingenio, la estimación que los hombres hagan de esas aptitudes dará al producto un valor superior al que corresponde al trabajo en él empleado. Dichas aptitudes raramente se adquieren sino a fuerza de una larga dedicación, y el valor superior de sus productos representa, las más de las veces, sólo una compensación razonable por el tiempo y el trabajo que se necesitan para adquirirlos. Con el progreso de la sociedad las compensaciones de esta especie. Que corresponden a una mayor pericia y esfuerzo, generalmente se reflejan en los salarios, y algo de esto tuvo que haber ocurrido en las épocas primitivas y atrasadas” Smith (1776, 1979). Página 47.  

[2] Escribe Smith: “Salarios, beneficio y renta son las tres fuentes originarias de toda clase de renta y de todo valor de cambio. Cualquier otra clase de renta se deriva en un última instancias de una de estas tres” Smith (1776, 1979). Página 51-52. 
[3]“El tipo de beneficio, en cuanto que es una razón, tiene un significado que es independiente de cualquier precio, y que puede ser, por tanto, dado antes de que los precios sean fijados. Es así susceptible de ser determinado desde fuera del sistema (de precios) de producción, en especial, por el nivel de los tipos monetarios de interés”.  Sraffa (1960,1975). Páginas 55-56.  

[4] Ricardo, D. (1817, 1997) Página 9.

[5] “Todas las mercancías en cuya producción interviene de forma importante las maquinaria, sobre todo si esta es de gran duración, bajan en su valor relativo cuando se reducen las ganancias; o, lo que es equivalente, otras cosas suben de valor con respecto a ellas. Este hecho se expresa algunas veces con un vocabulario más plausible que adecuado, diciendo que un alza de los salarios eleva el valor de las cosas que se hace con trabajo, por comparación con aquellas que se hacen con maquinaria” Mill J.S. ( 1848,1978). Página 410.

[6] Este asunto de la mercancía patrón es irrelevante para lo que sigue. Quien quiera ahondar en el tema puede consultar esta referencia: http://luisguillermovelezalvarez.blogspot.com.co/2015/05/pensamiento-economico-ii-leccion-14_26.html


[7] Imposible no recordar la primera frase de El Capital. “La riqueza de las sociedades en que impera el régimen capitalista de producción se nos aparece como un inmenso arsenal de mercancías y la mercancía como su forma elemental. Por eso, nuestra investigación arranca del análisis de la mercancía” Marx, K. (1867,1971) Página 3.

[8] Marx, C. (1867,1971). Página 11-12.

[9] Marx, C. (1867,1971). Página 124.