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martes, 7 de octubre de 2014

La desmaterialización del dinero


La desmaterialización del dinero

Luis Guillermo Vélez Álvarez

Economista, Docente Universidad EAFIT


I

Hace un par de años se dio la noticia de que en Suecia se sacarán de la circulación los billetes y las monedas. Cuando esto ocurra se dará inicio al proceso de desmaterialización total del dinero que podrá tomar algunas décadas pero que a la postre se extenderá al mundo entero de forma irreversible, salvo que ocurra una colosal catástrofe informática o de otra índole. Llama la atención el hecho de que sea en Suecia donde al parecer está más avanzado el proceso de desmaterialización del dinero y ello por dos razones. Fue en ese país donde por primera vez en occidente apareció el billete de banco, en 1658; el cual, según Marco Polo, habría sido inventado por los chinos varios siglos antes. Suecia es también la patria de Knut Wicksell, brillante economista, quien imaginó, ya a finales del siglo XIX, un sistema monetario de banco ideal o de crédito puro donde todas las transacciones se realizaban - sin intervención de efectivo- mediante el simple movimiento de los saldos de las cuentas corrientes de los agentes. El efectivo – billetes y moneda – sólo se usaría en transacciones menores. Esto es lo que se hace hoy en el mundo entero. El mérito de Wicksell es el de haberlo concebido a finales del siglo XIX, cuando las transacciones electrónicas no figuraban ni en la mente visionaria de Julio Verne.

II

La historia del dinero es también la historia de su desmaterialización. El dinero es tremendamente antiguo y se encuentra en todas las civilizaciones. En algún momento de la historia una o varias mercancías - en razón de la relativa universalidad de las necesidades por ellas satisfechas – fueron aceptadas en el cambio no porque los cambistas las precisaran para su propio uso sino por tener la expectativa de poder cambiarlas por el bien que efectivamente les era necesario. Progresivamente alguna de esas mercancías devino dinero, es decir, medio general de cambio. En algún otro momento, también remoto, los metales preciosos comenzaron a ser usados como dinero. Sus atributos naturales – durabilidad, incorruptibilidad, divisibilidad en alícuotas sin menoscabo de su valor – los hacían especialmente aptos para ese propósito. El abate italiano Ferdinand Galiani, gran teórico monetario del siglo XVIII, veía en ello la intervención previsora de la Divina Providencia. La acuñación, es decir, la impresión en trozos de metal de una marca o sello que garantizara su peso y ley es también antigua. Se cuenta que fue Creso rey de Lidia quien acuñó las primeras monedas de oro, 5 ó 6 siglos antes de Cristo.

Durante siglos los metales preciosos – acuñados o no – funcionaron de forma exclusiva como dinero. Los banqueros o, como se les denominaba entonces, los orfebres lombardos inventaron en la Edad Media la letra de cambio que permitía transacciones entre mercados distantes sin que fuera necesario el transporte de un gramo de metal. Un comerciante de Florencia que deseaba adquirir mercancías en París, en lugar de viajar a esta ciudad llevando consigo dinero metálico – lo que lo exponía al riesgo de ser asaltado y eventualmente asesinado - se acercaba a uno de los orfebres de su ciudad quien a cambio de su dinero metálico le entregaba un certificado de depósitos o letra de cambio redimible por su corresponsal en París.  La letra de cambio no era otra cosa que un documento mediante el cual un orfebre - el girador o librador - ordenaba a su corresponsal – el girado o librado – entregar a su presentación una suma de dinero contante al beneficiario. Con el oro o la plata recibidos a la presentación de la letra, el beneficiario podía llevar a cabo sus negocios en París; pero también podía abstenerse de redimir la letra y usarla directamente en sus transacciones. Progresivamente la confianza de los mercaderes en el crédito de algunos orfebres hizo que las letras libradas por éstos circularan en el cambio como dinero contante por períodos más o menos largos antes de que alguien la redimiera.

Los orfebres o banqueros se percataron en algún momento de que podían expedir o emitir sus certificados de depósito o letras sin la contrapartida efectiva de un depósito de oro. Y empezaron a hacerlo en favor de algunos clientes a quienes les acordaban créditos contando para su reembolso con el resultado de la actividad comercial o productiva de éstos. Empieza de esta forma a delinearse el mecanismo de la creación monetaria moderna en el cual la emisión monetaria no tiene como contrapartida un depósito de oro o de alguna otra forma de dinero sino un crédito otorgado a un cliente.  Estos certificados de depósito, que en algún momento empezaron a emitirse al portador, desplazan paulatinamente al oro y la plata y empieza a producirse así la desmaterialización del medio de cambio.

III

La desmaterialización total del dinero – entendida como la generalización de un medio de cambio carente de valor como mercancía – tomaría varios siglos. De hecho, sólo culminaría plenamente en 1971, cuando al gobierno de Estados Unidos suspendió la convertibilidad del dólar.   Pero antes de llegar a este punto fueron grandes las transformaciones que se produjeron en las instituciones y en la conciencia de los hombres. Exploremos brevemente este asunto volviendo a los mercaderes medievales.

Los mercaderes medievales se recibían unos a otros las letras de los orfebres porque tenían la confianza en que a su presentación éstos las redimirían en monedas o lingotes oro o plata. Esta es la base del sistema monetario de patrón oro que nacería en Inglaterra a finales del siglo XVII y se mantendría vigente hasta principios del siglo XX.  El principio de funcionamiento del patrón oro es extremadamente simple.

Un banco emisor pone en circulación sus billetes con el compromiso de convertirlos en oro a su presentación a un precio fijo. Si el precio del oro en el mercado libre es superior al precio de conversión fijado por el banco, los tenedores de los billetes obtendrán beneficio redimiéndolos, es decir, comprando oro al banco y vendiéndolo en el mercado libre. Si por el contrario, el precio en el mercado es inferior al de conversión, los tenedores de los billetes obtendrán beneficio comprando oro en el mercado libre y vendiéndolo al banco. De esta forma la cantidad de billetes en circulación se reduce o se amplia de acuerdo con la relación entre el precio de conversión y el precio de mercado del oro. El descrito es el patrón oro estricto. El funcionamiento es similar con el llamado patrón oro lingote bajo el cual la regla de la conversión se aplica solamente a una cantidad de oro sustancialmente mayor.

Al final de la segunda guerra mundial, en la conferencia de Bretton Woods, surgió el sistema monetario de patrón dólar que rigió hasta 1971.  Bajo este sistema, la única moneda directamente convertible en oro era el dólar a razón de US$ 35 la onza. Las demás monedas nacionales se vincularon al dólar a tasas de cambio fijas dentro de una banda de fluctuación del 1%. De esta forma el dólar – una moneda nacional - se convirtió en la moneda de referencia internacional y en la moneda de reserva de los bancos centrales de todos los países. El dólar – “as good as gold”, como solía decirse– cumplía el papel del oro como determinante de la creación monetaria de las economías nacionales, que debía expandirse o contraerse de acuerdo con la variación de las reservas en dólares; al tiempo que la variación de las reservas de oro de Estados Unidos determinaba las variaciones de la oferta de dólares. Era así como se esperaba que sucedieran las cosas.

Por razones que no es posible tratar en extenso sin desviar excesivamente el curso de la argumentación, la oferta de dólares creció considerablemente, lo que se expresaba en el aumento del precio del oro en el mercado libre. Comprar oro a la tasa de paridad de US$ 35 la onza para venderlo en el mercado libre era un negocio cada vez más atractivo al punto que, entre noviembre de 1967 y marzo de 1969, Estados Unidos perdió la quinta parte de sus reservas. En los últimos años de la década de los sesenta se escenificaron agrios enfrentamientos entre los países europeos deseosos de convertir en oro sus excesos de dólares y los Estados Unidos reticentes a hacerlo y acusados por aquellos de incumplir los acuerdos de Bretton Woods. El economista francés Jacques Rueff , ferviente partidario del patrón oro y asesor económico del general De Gaulle, llamó al dólar “le néant habillé en monnaie”, la nada vestida de moneda. El 15 de agosto de 1971, el presidente Nixon expide la orden ejecutiva que cierra la “ventanilla del oro” y pone fin a la convertibilidad del dólar en oro. Se inicia así la era actual de las monedas completamente fiduciarias creadas por los gobiernos o sus bancos centrales.

IV

La existencia de una moneda completamente fiduciaria plantea a los economistas dos problemas: de naturaleza teórica el primero, de naturaleza práctica el segundo.

El primero es conocido como el “problema de Hahn”, por Frank Hahn, economista inglés, coautor, con Kenneth Arrow, del libro “Análisis General Competitivo”, probablemente la obra de teoría económica más influyente del siglo XX. Como no hace parte de la riqueza real, analíticamente el valor de la moneda no es aprehensible en ninguna de las dos teorías del valor que históricamente se han disputado el interés de los economistas. Para todos los efectos teóricos y prácticos su costo de producción es nulo, lo cual la excluye del ámbito de la teoría ricardiana de la dificultad de producción, y no satisface directamente ninguna necesidad, razón por la cual carece de utilidad propia y no tiene demanda alguna en el mundo perfecto del equilibrio general. Este es el problema de Hahn.  Pero evidentemente, la moneda fiduciaria normalmente tiene un precio positivo lo cual implica la existencia de una demanda. La racionalización de esa demanda es en definitiva el objeto de la teoría monetaria.  

El segundo problema es de naturaleza práctica. Los gobiernos de todos los países han monopolizado la creación monetaria. Impera el mito de que ésta es un atributo de la soberanía de los estados. Puede ser, puede no ser. Lo cierto es que los bancos centrales y comerciales subordinados pueden expandir la oferta nominal de moneda prácticamente sin límite alguno. La teoría monetaria y la historia económica enseñan que la expansión excesiva de los medios de pago se traduce inexorablemente en esa elevación continua y persistente de los precios nominales denominada inflación.

Desde antiguo los economistas se han ocupado del problema de cómo imponer límites a una creación monetaria excesiva, cuestión que se hace más imperiosa con el desarrollo del sistema de reservas bancarias fraccionadas y con el abandono del patrón oro. Wicksell pensaba que debía aplicarse una política monetaria de ajuste a las tendencias observadas de los precios nominales. Cuando estos tendían al alza, era indicador de que la tasa de interés bancaria estaba siendo inferior a la tasa de interés natural de largo plazo razón por la cual aquella debía elevarse para contraer el crédito bancario. Para Milton Friedman la oferta monetaria debía crecer a una tasa ligeramente superior a la tasa de crecimiento del producto real. Actualmente, la mayoría de los bancos centrales para fijar la tasa de interés nominal de intervención se acogen a la llamada regla de Taylor en la que se combinan las ideas de Wicksell y Friedman.

V

En Colombia la desaparición del efectivo – monedas y billetes de curso forzoso emitidos por el banco central – no será un acontecimiento de ocurrencia inminente. La oferta monetaria (M1) es la suma del efectivo (E) y los depósitos en cuenta corriente (D).

En los años 80 el efectivo se situó alrededor de un 30% de la oferta monetaria. Hacia mediados de los 90, esa participación empezó a elevarse para situarse en niveles de 50% y 45% en las dos últimas décadas.  Esa gran demanda de efectivo, que eleva los costos de la creación de dinero, es reflejo de un retroceso en la bancarización del País como consecuencia políticas inadecuadas como el impuesto a las transacciones financieras. Además de los mayores costos de la gestión monetaria, la elevada participación del efectivo facilita las actividades ilegales y la evasión fiscal. Estas consideraciones deberían ser tenidas en cuenta a la hora de decidir la perpetuación de un impuesto como el llamado 4 por mil. Es muy probable que los costos que soporta la economía en su conjunto como consecuencia de ese impuesto excedan su recaudo tributario. En todo caso, los niveles actuales de efectivo en las transacciones permiten anticipar que pasará bastante tiempo antes de que en Colombia el dinero se desmaterialice totalmente.

LGVA

Octubre de 2014.

1 comentario:

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