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jueves, 20 de octubre de 2011

Jubilados jubilosos

Jubilados jubilosos

Luis Guillermo Vélez Álvarez
Docente, Universidad EAFIT

Ayer murió Don Ramón, o quizás fue antier. Tenía 92 años y era jubilado. Pero no un jubilado cualquiera, para mí era el jubilado por antonomasia.  Su hijo, Ramoncito, era mi compañero de primaria en la Escuela Carlos Franco. Me intrigaba profundamente que Don Ramón no saliera de su casa a trabajar todas las mañanas como lo hacían los otros papas de la calle El Talego, en Belén-Vicuña. Es que es un jubilado, me explicó un día Ramoncito, soltando esa enigmática palabra que mis oídos de 8 o 9 años escuchaban por primera vez.  Los jubilados no trabajan, eso fue lo único que entonces me quedó claro. Después entendería otras cosas.
Don Ramón había sido detective del Das o del F-2,  un “Tira”, decían los vagos del barrio.  Por aquella época la gente podía jubilarse después de 20 años de trabajo y con cualquier edad. Los que desempeñaban trabajos riesgosos,  y el suyo lo era, podían jubilarse mucho más rápido.  Don Ramón se había jubilado a los 42 años de edad después de ejercer durante 17 como “Tira”. Así es, Don Ramón trabajó 17 años y vivió 50 como pensionado. Pero hay más. Hace dos años Don Ramón se casó con su sobrina María Imelda, de 28 a la sazón, para que “no se vaya  a perder esa pensioncita, si de pronto yo me muero”, fueron sus premonitorias palabras.  Ya la dolida viuda está “haciendo las vueltas” para eso de la sustitución pensional. Como seguramente vivirá 50 o 60 años más; los 17 años de trabajo de Don Ramón habrán financiado una pensión durante un siglo o poco más.  ¡Larga vida a María Imelda!

Un sistema pensional es un régimen de ahorro forzoso cuyo buen funcionamiento depende, además del desempeño de la economía, de la articulación de cuatro elementos: monto de la cotización; tiempo de cotización cuyo término está marcado por la edad de jubilación; cuantía del beneficio y, finalmente, tiempo durante el cual éste se disfruta.  El aumento de la esperanza de vida, el cambio demográfico más significativo ocurrido en el siglo XX (en Colombia pasó de 34 a 72 años para los hombre y de 36 a 78 para las mujeres, entre 1910 y 2010), ha desequilibrado los sistemas pensionales de todos los países. De ahí que desde hace tres o cuatro décadas menudeen por todas partes las reformas tendientes a aumentar las cotizaciones, reducir los beneficios, elevar la edad de jubilación o todas a la vez.

Desde 1993, a partir de la Ley 100, Colombia tiene un sistema pensional mixto conformado por el régimen de ahorro individual, los fondos de pensiones, y el de prima media, el del antiguo Seguro Social. Desde hace algunos años este último está desfondado de suerte que las mesadas pensionales de sus 900.000 jubilados jubilosos, que en promedio se retiraron a los 53 años,  se pagan con recursos del presupuesto general de la Nación. En 2010 la partida fue de 22 millones de millones  de pesos – ese número seguido de doce ceros – y en 2011 será de 23,6.  Algo así como el 16% del presupuesto nacional o, si se prefiere, el 5% del PIB. En promedio cada uno recibe 26 millones de pesos anuales; lo que, aunque no parece mucho, es pocos más del doble del producto por habitante.

Con los actuales pensionados es poco lo que tenemos que hacer por aquello de los “derechos adquiridos”. Tocará esperar la extinción de sus beneficios en unos 60 años.  Pero alguna cosa debería hacerse con los demás.

Lo primero es cerrar el acceso al régimen de prima media y dejar que se marchite en el tiempo. Todavía los afiliados a los fondos privados pueden migrar al sistema público que le otorga más beneficios, entre ellos una mesada adicional, que debería eliminarse para los recién llegados. Esto hay que hacerlo pronto, pero no antes de que yo me cambie. También deberían revisarse las condiciones de la sustitución pensional. No puede ser que por ese mecanismo sigamos pensionado gente de 30 años como la dolorida viuda de Don Ramón.

El régimen de fondos privado en Colombia parece bien diseñado. La gente debe hacer una cotización mínima, pero nada le impide cotizar más si desea elevar su tasa de sustitución, es decir, la relación entre la pensión y el salario previo. También puede la gente jubilarse antes de la edad de ley, aceptando una mesada inferior. En principio puede jubilarse más tarde, siempre que el empleador lo acepte.

El sistema debería reformarse en el sentido de dar más posibilidades de elección al trabajador. Buena parte de los problemas de los sistemas pensionales provienen de su poca flexibilidad y de la escasa capacidad de elección responsable que tiene la gente. Debería haber una edad de retiro mínima y una máxima fijadas en función de la esperanza de vida. La tasa de sustitución debería también ser variable, con un piso que permita que el jubilado no sea una carga para nadie. Los cotizantes de ingresos más elevados deben tener más discrecionalidad para elegir la colocación de sus ahorros. La parte obligatoria debería reducirse para que los fondos tengan que competir por atraer la porción voluntaria. Probablemente esto llevaría a que manejaran más eficientemente sus portafolios y redujeran sus costos de administración.

El año pasado, con la supresión de los regímenes especiales, se eliminaron los aspectos más odiosos del sistema de prima media; pero eso no tiene mayor significación desde el punto de vista financiero.  Pero todavía faltan muchas cosas por hacer. Lamentablemente el gobierno de Santos parece haberse desentendido del asunto y anda más bien dedicado a imponerle nuevas cargas al fisco con su famosa ley de víctimas. ¡El que viene atrás que arree!

LGVA, octubre de 2011.

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