Presidencialismo y conflicto político
Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economista, Docente Universidad EAFIT
En
última instancia las diferencias entre un monárquico y un demócrata se reducen
a que el primero prefiere los azares de la genética en tanto que el segundo se
inclina por los de la voluntad popular, porque tanto uno como el otro desean
que el gobernante esté adornado con los atributos de la bondad, la sabiduría y
el carácter.
La
observación más superficial sugiere que los hombres excepcionales en todo
sentido son más bien raros. Son raros los extremadamente bondadosos al igual
que los extremadamente malos; la estupidez supina es tan infrecuente como la gran
sabiduría; la pusilanimidad extrema es tan rara como la grandiosidad de
carácter. La mayor parte de la humanidad
está formada por seres medianos en estos aspectos y en todos aquellos que
definen su naturaleza.
No
hay ninguna razón para suponer que quienes nos gobiernan, por herencia o
elección, se aparten de la forma de ser de los demás mortales. Los “calígulas”
son tan infrecuentes como los “aurelios” y la aparición de un Hitler es tan
insólita como la de un Adenauer. La historia de los reinados y la de las
democracias muestra una sucesión de medianías coronadas o electas interrumpida
de tanto en tanto por princeps excepcionales
por su inteligencia y su bondad o por tiranos abyectos e infames.
Si
el princeps fuera siempre el
filósofo, como soñara Platón, el buen gobierno estaría garantizado. La
sabiduría le permitiría identificar el bien común más allá de toda duda y la
bondad haría que aplicara todos sus esfuerzos a su obtención. Las reglas y las
instituciones son innecesarias en el reino del princeps filósofo. Allí, el objeto de la ciencia política, como
creía Leo Strauss, no puede ser otro que el de ahondar en el conocimiento del
bien común y de los medios para alcanzarlo. Cuando ello no es así, es decir,
cuando el bien común no es ostensible y los gobernantes son, como sus gobernados,
humanos demasiado humanos, se precisan reglas o instituciones que los
restrinjan en el ejercicio del poder para evitar que éste se torne despótico y
arbitrario.
La
realización de elecciones de periódicas es la institución más importante de la
democracia porque, como lo señalara Karl Popper, permite a los pueblos
deshacerse de los malos gobernantes sin derramamiento de sangre. Las monarquías
absolutas carecían de una institución semejante y cuando la genética les
deparaba un príncipe inepto o criminal no quedaba más que la esperanza del
accidente afortunado o la intervención oportuna del veneno o el puñal regicidas.
Las
democracias y las monarquías parlamentarias europeas disponen de mecanismos
para perpetuar en el poder a los buenos gobernantes, deshacerse de los malos y
resolver los conflictos entre el parlamento y el jefe del ejecutivo: el voto de
confianza y la disolución. Los regímenes presidenciales con sus períodos fijos
y el origen popular de los mandatos del presidente y el congreso se enfrentan
periódicamente a graves bloqueos institucionales cuando los presidentes
enfrentan fuerte oposición, como Samper, y también cuando gozaron de gran apoyo
popular, como Uribe. El régimen parlamentario habría permitido abreviar el
mandato del primero y prolongar el del segundo sin ningún conflicto institucional.
Desde
principios de los noventa se ha presentado en los países de América Latina,
donde el presidencialismo es el régimen político típico, por lo menos de 15
bloqueos institucionales que llevaron a decisiones políticas, un tanto al
margen de la constitución o con reformas sobre medida, para prolongar el mandato de presidentes con
gran apoyo popular, como Fujimori, Chávez y Uribe; o abreviar el de mandatarios profundamente
desprestigiados, como Collor de Mello, Abdala Buracán y Sánchez Lozada. La
intolerancia de la comunidad internacional frente a los gobiernos de facto probablemente
evitó que buena parte de esos conflictos se hubiera resuelto por la vía del
golpe militar. Pero nada garantiza que no pueda ocurrir en el futuro pues lo
que sí es seguro es la persistencia de conflictos como los descritos que
parecen inherentes al régimen presidencial. Parece que ya es hora, en Colombia
y América Latina, de empezar a andar el camino hacia el parlamentarismo.
LGVA
Agosto
de 2013.
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