El decrecimiento en la teoría y en la práctica
Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economista
En un congreso minero en Cartagena, la ministra Irene
Vélez Torres conminó a los países desarrollados a decrecer sus economías
para dar espacio ambiental, por así decirlo, al crecimiento de los menos
desarrollados. Buscando defenderla de las críticas que provocó esa ocurrencia, Petro Urrego manifestó haber estudiado la teoría del decrecimiento
de Serge Latouche durante su estancia en Bruselas. Esta confesión es en extremo inquietante.
La frivolidad, estupidez y cinismo de la intelectualidad
francesa de izquierda – Sartre, Althusser, Beauvoir, Deleuze, Foucault,
Derrida, Bettelheim, Debray,
etc. – no tiene parangón en la historia de la humanidad. Alabaron a Stalin,
incluso mucho tiempo después de que Kruschev denunciara sus más horrorosos
crímenes. Después, endiosaron a Mao Tse Tung cuando, en medio de la Revolución Cultural,
perseguía, encarcelaba y asesinaba a los intelectuales chinos. Convirtieron a
criminales genocidas y homófobos, como Fidel Castor y Che Guevara, en los
referentes políticos y morales de América Latina.
Por ello, no tiene nada de sorprendente que, desde la
opulencia del primer mundo rico, sean intelectuales franceses los promotores de
las ideas de decrecimiento para uso de los países del tercer mundo pobre.
Hace unos cincuenta años, estando en sus treinta, el hoy
reconocido banquero y exitoso político, Jaques Attali, escribió, en compañía de
su colega Marc Guillaume, un librillo titulado El antieconómico,
diatriba implacable contra la "sociedad de consumo unidimensional" escrita desde
la opulencia, en donde puede leerse, entre otras perlas, la siguiente:
“…en la actualidad existen dos estrategias de
desarrollo. Una, fundada en la exacerbación de las necesidades mercantiles a
través de la desigualdad (…) Otra, colectiva e igualitaria, hace del consenso
colectivo el motor del crecimiento (…). La primera estrategia, adoptada por la
mayor parte de los países industriales (…) conduce, sin duda alguna, a
evoluciones del tipo que describe el informe del M.I.T. (…). La segunda
estrategia, llevada a cabo con diferente intensidad en unos pocos países (Cuba,
Tanzania, China) conduce a un crecimiento de la producción mercantil quizá
menos rápido, pero con mayor respeto a hacia la naturaleza, una mayor reducción
de la desigualdad…”[1]
La Cuba de hoy sigue siendo la Cuba de entonces, para
desgracia de los cubanos y para consuelo de Attali y Guillaume, porque la China de Mao de
la Revolución Cultural y el comunismo agrario que idealizaron en su libro se
transformó en la China de Xi Jinping, mercantilizada, industrializada y
contaminante para contento de sus habitantes.
La Tanzania a la que se refieren Attali y Guillaume,
es la de Julius Nyerere, primer presidente de esa nación tras su independencia
del Reino Unido y fundador de la ideología conocida como “socialismo africano”
o Ujamaa en Suahili[2]. Nyerere estuvo en el gobierno entre 1964 y
1985, año en el que se retira admitiendo el fracaso de la Ujamaa. Hoy sus
habitantes están entre los más pobres del mundo, puesto 168 en el ranking del
PIB per cápita y puesto 163 en el Índice de Desarrollo Humano de las
Naciones Unidas. Esa es la herencia del “socialismo africano” que los
habitantes de Tanzania tratan de superar contrariando el querer de los
intelectuales franceses que todavía les aconsejan lo contrario.
Cuando los países africanos más pobres se esfuerzan
por dejar atrás los desvaríos socialistas y buscan integrarse a la economía
mundial y atraer inversión extranjera buscando mejorar el bienestar material;
uno se queda perplejo sin saber si es por frivolidad, cinismo o ignorancia que
los intelectuales franceses escriben estas cosas:
“¿Qué mejor podría ocurrir a
los habitantes de los países pobres que ver bajar su PIB? El Incremento de su
PIB mide únicamente el crecimiento de la hemorragia. Cuanto más aumenta más se
destruye la naturaleza, más alienados están los hombres, más se desmantelan los
sistemas de solidaridad y se lanzan al olvido las técnicas simples pero
eficaces y las habilidades ancestrales. Decrecer, para los habitantes de los
países pobres, significaría, por tanto, preservar su patrimonio natural, salir
de las fábricas de sudor para reconciliarse con la agricultura de subsistencia,
la artesanía y el pequeño comercio, retomar en sus manos su destino común”[3]
Estas palabras del novelista
Martin Hervé-René son recogidas con entusiasmo por el economista Serge
Latouche, sumo sacerdote de la religión del decrecimiento, quien tuvo su
epifanía en Indochina:
“Fue en Laos donde se produjo el cambio de
perspectiva, en 1966-1967. Allí descubrí una sociedad que no estaba ni
desarrollada ni subdesarrollada, sino literalmente “adesarrollada”, es decir,
fuera del desarrollo: comunidades rurales que plantaban el arroz glutinoso y
que se dedicaban a escuchar cómo crecían los cultivos, pues una vez sembrados,
apenas quedaba ya nada más por hacer. Un país fuera del tiempo donde la gente
era feliz, todo lo feliz que puede ser un pueblo. Pero ya se veía venir lo que
iba a ocurrir, y que de hecho está ocurriendo en el momento actual: que el
desarrollo iba a destruir esta sociedad que, aunque no fuera idílica (no existe
ninguna sociedad idílica), poseía una especie de bienestar colectivo, de arte
de vivir, refinado a la par que relativamente austero, pero en cualquier caso
en equilibrio con el medio ambiente”[4].
Este párrafo resume la visión
de la naturaleza humana que comparten todos los enemigos del crecimiento
económico moderno: todos son rousseaunianos. En efecto, todos comparten con el
Ginebrino el mito del buen salvaje – generoso, tranquilo y pacífico –
corrompido por la sociedad capitalista que lo vuelve codicioso, ansioso y
violento[5]. Convencidos de que esa es
la verdadera naturaleza humana, están empeñados, desde Marx, el más importante
e influyente de los rousseaunianos, en destruir la sociedad capitalista de la
codicia para construir sobre sus ruinas la sociedad comunista de la
generosidad.
Aunque los modernos
rousseaunianos hayan cambiando de lenguaje, el contenido esencial sigue siendo
el mismo, pero añadiendo un elemento mistico-religioso completamente ajeno a Marx.
Escribe el sumo sacerdote Latouche:
“La vía del decrecimiento es
una conversión de uno mismo y de los otros (…) Implica la necesidad de una
descreencia. Es preciso abolir la fe en la economía, renunciar al ritual del
consumo y al culto del dinero. Para los teólogos (…) la sociedad de crecimiento
se basa en una estructura de pecado”[6].
Pol Pot, el sanguinario líder de
los Jemeres Rojos, estudió en Francia y, en sus años de formación, estuvo
estrechamente vinculado al Partido Comunista Francés por lo que no resulta
sorprendente que haya sido uno de los más aventajados discípulos de la escuela
francesa del decrecimiento. Lo trágico es que llevó a la práctica las ideas de
sus maestros mientras estos padecían en Paris los tormentos de la sociedad de
consumo.
Cuentan los biógrafos que, a su regreso de Vietnam, Pol
Pot se refugió
en las montañas de Camboya para vivir con una tribu. Allí, como Latouche, tuvo su epifanía, impresionado
por la simplicidad de la vida de esos montañeses, que vivían felices con pocas
cosas materiales compartidas generosamente, se convence de que ese es el ideal
del comunismo, y decide consagrar su vida a implantarlo en su país[7]
En 1975, Pol Pot se tomó el
poder. al frente de sus Jemeres Rojos. De inmediato decidió implantar su comunismo agrario en lo que llamó el
Gran Salto, a la manera de Mao.
·
Aisló por completo el país para cumplir el
ideal de la autosuficiencia.
·
Suprimió la moneda y el mercado para acabar con
la codicia.
·
Se cerraron las escuelas y se suprimió la
televisión para acabar la influencia de la ideología burguesa.
·
Ordenó la destrucción de la infraestructura urbana
y la conversión forzosa de la población camboyana en agricultores.
Cinco años duró el
decrecimiento de la economía y su retorno a la simplicidad de la vida campesina.
Se estima que en ese periodo la población camboyana decreció en tres millones
de personas - casi la mitad de la existente al inicio del experimento – quienes murieron
de hambre o asesinadas por sus salvadores.
En la península de Corea se realizó, y se continúa realizando desde hace 70 años, el más grande experimento comparativo de las economías del crecimiento, en el Sur, y del decrecimiento, en el Norte.
Hoy el PIB per cápita de Corea
del Norte es de 600 dólares, el de Corea del Sur de 31.000. Los ciudadanos del Norte no pueden salir de su país, lo del Sur tienen los medios y la libertad para moverse por el mundo entero. Como una imagen vale más que mil palabras, ahí puede verse cómo lucen vistas desde el espacio las noches de las dos Coreas.
En América Latina hay también casos notables de decrecimiento deliberado como Cuba y Venezuela, países estos que, antes de comenzar sus procesos de involución, ostentaban los primeros lugares de producto por habitante en América Latina. Estos países han visto decrecer o estancarse sus economías al tiempo que sus poblaciones decrecían como consecuencia de la emigración pues sus habitantes, en cuanto pueden, huyen de los paraísos donde ha sido desterrada la codicia capitalista y el consumo suntuario que destruyen el medio ambiente.
No está demás decir que todos los países que han
seguido las ideas de Serge Latouche, el maestro de Petro Urrego, han visto
decrecer su economía, su población y su libertad.
LGVA
Septiembre de 2022.
[1] Attali, J. y Guillaume, M. (1974,
1976). El antieconómico. Editorial Labor, Barcelona, España, 1976.
Página
[2]
Ujamaa se puede traducir más
precisamente por “familia extensa” o “hermandad”. Nyerere y sus partidarios la tradujeron
como “socialismo africano”.
[3] Hervé-René, Martin (2007) Éloge
de la simplicité volontaire. Flammarion, Paris, 2007. Página 190.
[5]
Dice Rousseau: “"Algunos se han apresurado a concluir que el hombre es
naturalmente cruel y que hay necesidad de organización para dulcificarlo,
cuando nada hay tan dulce como él en su estado primitivo…”
Rousseau, Jean-Jacques (1755, 1990). Discurso
sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Madrid:
Alianza. p. 256.
[6] Latouche, Serge (2010, 2012). Salir
de la sociedad de consumo. Ediciones Octaedro, Barcelona, España, 2012.
Páginas 188 y 190.
Un artículo genial, como todos los suyos. Gracias
ResponderEliminarMuy interesante, gratificante , oportuno y a tener en cuenta para un seguimiento comparativo permanente y mantener un estado de alerta a tiempo para detener desgracias y lamentaciones que ya no sirven. Guerra avisada no mata a soldado
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