domingo, 30 de septiembre de 2012

Las divas subsidiadas


Las divas subsidiadas

Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economista, Docente Universidad EAFIT.

 Como casi todos los seres humanos soy un admirador desinteresado – bueno, más o menos  desinteresado - de la belleza, la riqueza y el poder. Experimento especial simpatía por Paola Turbay, Juanita Acosta, Angie Cepeda y tantas otras hermosas y talentosas actrices colombianas que engalanan con sus figuras las páginas de las revistas que siguen la vida de las gentes famosas y adineradas. Me molesta, no obstante, saber que contribuyo a su sustento, sin recibir de ellas ninguna muestra de gratitud.
Desde hace años existe el llamado Fondo para el desarrollo cinematográfico (FDC). Dicho fondo se nutre de una contribución para-fiscal, creada por la ley 814 de 2003,  incluida en el precio de la boleta pagado por todos los que asistimos a la salas de cine en Colombia. Todos – pobres o ricos, blancos o negros, grandes o chicos – contribuimos a la financiación del FDC. Desde su creación y hasta 2011 el Fondo ha recaudado más de $ 73.000 millones que han permitido la financiación de dos o tres películas memorables y  casi 100 bodrios cinematográficos, entre los que se encuentra “Mamá, tómate la sopa”, desvergonzadamente dirigido por un tal Mario Rivero García - ¿el hijo del poeta? – y deplorablemente interpretado por la encantadora Paola Turbay.   Sólo es rescatable, en ese esperpento, la actuación de Consuelo Luzardo.


El FDC, al igual que su antecesor FOCINE, fue creado con el propósito de promover la industria cinematográfica colombiana. En otras palabras, para subsidiar una actividad que es incapaz de generar en el mercado los ingresos que garantizan su sostenibilidad. En efecto, desde su creación, los ingresos del FDC han crecido sustancialmente, pasando de $ 1.851 millones, en 2003, a $ 15.729 millones en 2011. También ha crecido el número de películas subsidiadas y el subsidio promedio de por película. Las cifras parecen alentadoras. El único problema es que cada vez es menor el número de espectadores por película subsidiada: 116.605, en 2012, frente a 350.862, en 2006, año de máxima taquilla promedio.  
 
 
La gente que trabaja en el negocio del cine – al igual que los que trabajan en teatro, música clásica, poesía, etc. – están convencidos de la importancia social de su actividad y reclaman del gobierno los ingresos que son incapaces de obtener en el mercado con la venta de sus servicios. Su prédica ha sido exitosa y es así como proliferan las salas de teatro subsidiadas - a las que escasamente asisten los mismos actores y sus familiares -  las casas, los recitaderos  y los festivales de poesía financiados con los recursos públicos, etc. También se subsidia el ballet, la zarzuela y la ópera. Algún día habrá que examinar el impacto redistributivo de esas transferencias y su efecto sobre la productividad de las actividades beneficiadas. Por lo pronto, volvamos al cine.

La mediocridad del cine colombiano – revelada por el desinterés de los espectadores frente a sus productos - es el resultado de la propia política de subsidios. Anualmente el FDC realiza convocatorias que “buscan apoyar de manera integral y en forma no reembolsable mediante asignaciones directas y gratuitas de recursos (…) proyectos cinematográficos colombianos en todas sus etapas pasando desde el desarrollo de guiones y proyectos, producción, posproducción, hasta las de promoción distribución y exhibición”. Es decir, se garantizan de entrada unos ingresos que superan el 40% de los obtenidos en taquilla. Naturalmente con este esquema, el incentivo es a la producción del mayor número de películas para obtener la mayor cantidad de recursos del fondo. Que la película sea de buena o mala calidad – es decir, que lleve o no espectadores a la sala – es algo que carece de importancia puesto que el ingreso básico está garantizado.
El impuesto a las boletas de cine es regresivo pues la tarifa es la misma para todos los espectadores y estos en su mayoría son personas de estratos bajos. Más regresiva aún es la asignación del subsidio pues sus beneficiarios principales son glamorosas actrices, apuestos actores, atareados directores y todos los integrantes de la variopinta farándula colombiana. La empleada de aseo de mi oficina – doña Carmen -  es una furibunda cineasta que detesta el cine colombiano - es muy malo, doctor, esas películas parecen telenovelas, es su opinión. Ojalá no lea este artículo: no me atrevo a revelarle que parte de su ingreso gastado semanalmente en las salas de cine va a parar a los bolsillos de Juanita Acosta, Angie Cepeda, Harold Trompetero o el insufrible Dago García.

Pero esta inequidad redistributiva podría perdonarse si el resultado fuera la producción de algunas películas de calidad y si los beneficiarios de los subsidios se mostraran un poco agradecidos. Sería mejor que el subsidio fuera una suma fija por cada espectador efectivo de la película y, naturalmente, que fuese pagado al final del primer año de exhibición de la película. De esta forma los Dagos, los Trompeteros, los Rivero, los Cabreras y todos los demás tendría que asumir riesgos y probablemente se esforzarían por hacer películas que atrajeran a los espectadores. Las divas subsidiadas también se esforzarían y seguramente desistirían de los vergonzosos papelones como el cometido por mi adorada Paola Turbay en “Mamá, tómate la sopa”. Tendríamos menos películas colombianas, pero seguramente de mejor calidad.

LGVA
Septiembre de 2012.


 

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