Reflexiones
en el día del economista
(Para
mis alumnos de Pensamiento Económico de EAFIT)
Luis
Guillermo Vélez Álvarez
Economista
I
La economía ha sido definida
de diversas formas. Una de las definiciones más aceptadas y conocidas es la de
Lionel Robbins para quien la economía es “la ciencia que
estudia la conducta humana como una relación entre fines y medios escasos que
tienen usos alternativos”. Si los medios
son escasos y múltiples los fines, es preciso elegir. De ahí que la economía
sea – como lo precisa Robbins – una ciencia de la elección en condiciones de
escasez. Esta definición incluye tanto las decisiones del individuo aislado –
Robinson en su isla antes de la aparición de Viernes – como la de grupos de
individuos que viven en comunidad.
El hombre es el único ser vivo
que no se adapta instintivamente al medio. No puede hacerlo porque ello no está
en su naturaleza. Para sobrevivir el hombre tiene que pensar, hacer uso de la
razón. En la identificación de los objetivos y de los medios para alcanzarlos,
el hombre se ve obligado a conocer, es decir, a descubrir las propiedades del
mundo natural. Pero el hombre, lo sabemos desde Aristóteles, es un animal
social. Sólo los dioses o los barbaros pueden vivir aislados, señala el
Estagirita. La existencia de grupos
humanos a lo largo de toda la historia de la humanidad es prueba de que el
hombre no puede vivir sólo. Para sobrevivir, el hombre debe cooperar.
El problema de la elección
tiene pues dos dimensiones. La que tiene que ver con la relación cognitiva del
hombre con la naturaleza y la que tiene que ver con su relación de cooperación con
sus semejantes. Pero esta separación es puramente analítica: las formas de
cooperación inciden en el avance del conocimiento y el avance del conocimiento
transforma las modalidades de la cooperación. En términos de los
griegos, la primera dimensión da lugar a la filosofía natural y la segunda a la filosofía política.
II
A lo largo de la historia, la
cooperación
social ha tenido, y las tiene en la actualidad, múltiples manifestaciones o
formas concretas que pueden agruparse en tres grandes categorías, a saber:
Cooperación
voluntaria. Los individuos miembros del grupo comparten un
objetivo común y para alcanzarlo aceptan voluntariamente determinadas reglas
que fijan obligaciones y derechos. Seguramente entre las primitivas comunidades
humanas existió esta forma de asociación. Los gremios de artesanos o
comerciantes de la edad media – las Guildas – clasifican también dentro de este
grupo; al igual que las comunidades imaginadas por Fourier – los Falansterios
- donde los individuos trabajarían
voluntariamente según sus capacidades y
distribuirían en el producto según sus necesidades. Las cooperativas, al menos
las que operan bajo el concepto inicial de los pioneros de Rochdale, las
comunidades hippies de los años 60, algunas comunidades religiosas y las
familias son otras de las formas de la cooperación voluntaria.
Cooperación
jerárquica y coactiva. En este caso el grupo social está escindo
por lo menos en dos subgrupos: el que define los objetivos de la cooperación y
las obligaciones y derechos de los participantes y el otro o los otros
subgrupos que las acatan en razón de la
coacción sobre ellos ejercida. La coacción puede tener múltiples formas:
ideológica, religiosa, consuetudinaria, jurídica, reglamentaria y, por
supuesto, la violencia: efectiva o potencial. Dentro de esta categoría caen
pues un gran número de instituciones que abarcan desde sistemas sociales
completos – esclavismo, feudalismo, etc. – hasta organizaciones como las
fuerzas militares, los equipos deportivos, las empresas y las asociaciones
delincuenciales. De hecho, los estados modernos son una modalidad de esta forma
de cooperación.
Cooperación
libre, espontánea y no – teleológica. Existe,
finalmente, una forma particularmente extraña y sorprendente de cooperación. Al
contrario de lo que suele ser la
cooperación voluntaria; ésta es espontánea y no-deliberada. Adicionalmente, los
individuos que en ella participan tienen sus propios objetivos y como grupo
carecen de un objetivo común. Los objetivos individuales pueden ser
contradictorios. Como los recursos son escasos puede haber conflicto por su uso. Sin embargo,
esta cooperación es posible cuando los individuos se reconocen mutuamente como
libres, es decir, dueños de su propio ser; como propietarios, es decir, dueños
del producto de su trabajo o de lo obtenido libremente de otros; y como
conocedores indiscutibles de aquello que les conviene.
III
Este es un tema fundamental. Es
preciso detenerse un poco más en su comprensión. Bajo las formas de cooperación
voluntaria o jerárquica existe claridad en cuanto al objetivo de la acción
humana y sobre los medios para alcanzarlo. No importa que el objetivo sea
utópico o alcanzable o que la distribución de obligaciones y derechos se justa
o injusta. Lo que importa es que hay un esfuerzo racional y deliberado por
tener coherencia entre objetivos y medios.
No ocurre lo mismo con la que
hemos denominado “cooperación libre, espontánea y no – teleológica”. Aparentemente, ésta, tal como ha sido definida, es todo lo
contrario a una cooperación. Imaginemos por ejemplo una empresa donde cada uno
de los empleados decidiera sobre el uso de los medios puestos a su disposición
de acuerdo con sus propios intereses y propósitos sin atenerse a un plan y a
unos objetivos preestablecidos. ¿Cuál sería el resultado? Probablemente el
caos.
Sin embargo, lo que los
economistas han tratado de demostrar, prácticamente desde los inicios de la
disciplina, es que en esa gran empresa que llamamos sociedad económica, la Gran
Sociedad, para utilizar un expresión de Adam Smith, esa forma de cooperación – donde los
individuos actúan según sus propios intereses y deciden de manera
descentralizada sobre el empleo de sus medios sin ajustarse a un plan u
objetivo común preestablecido - no sólo
no conduce al caos sino que conduce a un empleo eficiente de los recursos
económicos y que, probablemente, es la única forma de cooperación que garantiza
la existencia y el progreso de esa Gran Sociedad.
Kenneth Arrow lo ha expresado
de la siguiente forma:
“…la
noción de que un sistema social movido por acciones independientes en búsqueda
de valores diferentes es compatible con un estado final de equilibrio
coherente, donde los resultados pueden ser muy diferentes de los buscados por
los agentes; es sin duda la contribución intelectual más importante que ha
aportado el pensamiento económico al entendimiento general de los procesos
sociales”
Esa forma de cooperación o,
mejor, de interacción social, es lo que los economistas han denominado proceso
de mercado o, simplemente, mercado; y su entendimiento es el objeto fundamental
de la economía hoy y en sus orígenes. James Buchanan, premio nobel de economía
en 1986, ha definido la economía como
“la ciencia de los mercados o las instituciones de intercambio”. La historia del
pensamiento económico es el estudio de los esfuerzos intelectuales por
comprender el funcionamiento de los mercados.
IV
Las formas de cooperación
descritas han coexistido a lo largo de la historia de la humanidad y coexisten
actualmente. La teoría económica contemporánea se ocupa de todas ellas
aplicando en buena medida el instrumental desarrollado para el análisis del
mercado. Ahora bien, aunque el
mercado y el dinero son creaciones humanas cuyos orígenes se pierden en las
profundidades del pasado, sin embargo, la reflexión sistemática sobre
ellas es un acontecimiento relativamente reciente y probablemente asociado a la
generalización del comercio hacia finales de la Edad Media. Esto no tiene nada
de sorprendente: el mayor descubrimiento de la humanidad, el lenguaje, es
probablemente tan antiguo como el hombre mismo, no obstante lo cual la
lingüística científica es un producto del siglo XIX.
Naturalmente, la aparición de
una reflexión sistemática sobre el mercado y moneda supuso, además, de un grado
determinado de desarrollo de las relaciones mercantiles y pecuniarias,
existencia de reflexiones previas sobre el mismo objeto enmarcadas en una
reflexión sobre un objeto más general del cual lo económico o lo mercantil era
sólo un aspecto.
Específicamente, entre los
griegos, como veremos, lo económico hace parte de la reflexión sobre la
sociedad política. Esta tradición, que se inaugura con Platón y Aristóteles, se mantendrá hasta los albores de la
modernidad. En las obras de Hobbes y Maquiavelo, creadores de la ciencia
política moderna, persiste la concepción aristotélica según la cual “la moneda
es un objeto fundamentalmente político” y que en consecuencia lo
económico está subsumido en lo político. Por ello, como lo ha señalado Carlo
Benetti, el proyecto científico de la economía en el siglo XVIII implicaba suprimir la
relación entre el valor de la moneda y la voluntad del Príncipe. Es decir,
hacer de la moneda un objeto económico gobernado en su valor por “leyes
naturales”. Esto está planteado con más claridad que en ningún otro autor en la
obra de Ferdinand Galiani:
“…puesto
que el precio es una medida de la fatiga de la gente, es ella quien lo
determina; y si el Príncipe fija el
precio de algunas cosas y quiere que se respete, está obligado a conformarse
con la medida del pueblo; de lo contrario, o no se aplica este precio, o decae
la industria, y, en ambos casos, el Príncipe no logra su objetivo”
Desde entonces y hasta ahora
la economía no ha buscado otra cosa que demostrar que:
“…..no
sólo (la moneda) sino todas las cosas en el mundo, sin ninguna excepción,
tienen su valor natural que deriva de principios ciertos, generales y
constantes, que ni el capricho, ni la ley, ni el Príncipe, ni ninguna otra cosa
pueden violar estos principios y sus efectos”
V
Es conveniente recopilar lo
expuesto hasta este punto:
1.
El problema central de la ciencia económica es
describir el funcionamiento de una economía descentralizada, es decir,
conformada por individuos independientes y especializados que actúan movidos
por sus propios intereses sin tener un objetivo común previamente establecido,
y demostrar que el resultado obtenido, que puede ser muy diferente del buscado
por los agentes, garantiza la compatibilidad y coherencia de las acciones
individuales en búsqueda de sus propios propósitos. Este es el proyecto
científico de la economía en el siglo XVIII y en la actualidad.
2.
Eso es lo que hace interesante la economía y lo
que permite su pretensión de ser un discurso científico sobre la sociedad, es
decir, un discurso con objeto y métodos propios. Si se tratara simplemente de
describir el funcionamiento de una sociedad jerárquica o de una pequeña
comunidad en donde los participantes acordaran deliberadamente los objetivos de la acción común y definieran
también deliberadamente las
obligaciones y derechos de cada uno de ellos; habría espacio para la
sociología, el derecho, la historia, la teoría política o las disciplinas de la
organización más no para la economía como ciencia teórica.
3.
Las relaciones entre los individuos se van
concebir como relaciones de intercambio: los individuos que conforman la
sociedad económica son gentes que cambian “cosas”. Naturalmente, se trata de
“cosas” útiles y escasas. Y deben cambiar o bien porque están especializados en
la producción de ciertas “cosas”, no de todas; o porque las que poseen como un
don gratuito de la naturaleza – el maná que cae desde
el cielo sobre los israelitas – no se adaptan a priori a sus necesidades. En ambos casos el problema que se
plantea entonces es el de la determinación cuantitativa de las relaciones de
intercambio. Por ello puede decirse que la economía estudia las relaciones
sociales que tienen una expresión cuantitativa.
4.
Hasta el siglo XVIII la reflexión sobre lo
económico carece de un estatus científico propio. Está subsumida, por así
decirlo, dentro de la reflexión general sobre la sociedad política. Lo económico
es, desde Aristóteles, un aspecto de la filosofía o la ciencia política. En el
marco de filosofía política el dinero – la expresión por excelencia de las
relaciones sociales cuantitativas - es un objeto esencialmente político. Una
convención, creación del soberano cuyo valor depende de la voluntad de éste. Por
ello, para el proyecto científico de la economía en el siglo XVIII es
fundamental desvincular el valor de dinero de la voluntad del soberano pues de
otra forma, al depender en definitiva la coherencia global del sistema de la
virtud del soberano, la idea de una sociedad económica que se auto-regula se
derrumba por completo.
5.
La economía adoptará un enfoque analítico inaugurado
por Smith consistente en buscar primero la determinación de los precios de las
mercancías en una economía sin moneda e introducir luego la moneda y determinar
su valor mediante la aplicación de principios esencialmente análogos a los que rigen el valor de las mercancías.
VI
El enfoque de la economía –el
que Carlo Benetti ha denominado Hipótesis de la Nomenclatura – tiene, como se
indicó en la nota 13, dos variantes, a saber:
·
La de teoría
de los precios de producción que también se conoce como economía clásica y
dentro de la cual se incluyen las contribuciones de Smith, Ricardo, Marx y,
modernamente, Sraffa y sus discípulos, y a la de algunos economistas antecesores de
Smith, en especial la llamada Escuela Fisiocrática. La característica
fundamental de este enfoque es suponer conocidas las técnicas de producción empleadas
y postular como regla de distribución del producto la uniformidad de la tasa de
beneficio entre las diferentes ramas de actividad.
·
La teoría
del equilibrio general que también se conoce como economía neo-clásica y
dentro de la cual se incluyen las contribuciones de Walras, Jevons, Menger, Edgeworth,
Pareto y prácticamente las de todos los grandes economistas del siglo XX - Samuelson,
Arrow, Debreu, Koopmans, Hicks, etc. Este es, por así decirlo, el enfoque
dominante tanto en la economía académica como en la en la economía aplicada. Su
característica analítica fundamental es suponer como dadas las dotaciones
iniciales de recursos, la preferencias de los consumidores y la posibilidades
de producción de las empresas y asumiendo la regla de maximización - de la
utilidad para los consumidores y del beneficio para las empresas – determinar
simultáneamente la asignación de los recursos, las cantidades producidas y los
precios de todos los bienes y servicios.
Los textos de historia del pensamiento
económico mencionan una serie de “escuelas” dando así la impresión de que los
economistas se dividen en sectas de la misma forma que los creyentes de una
religión o los partidarios de una ideología. Se habla así de la “escuela de la
elección pública”, de los “monetaristas”, de los “keynesianos”, de los
“institucionalistas”, de los “austríacos” y sabe Dios qué más.
Eso son puros nombres que
simplemente resaltan el énfasis analítico de un grupo de autores o una especial
simpatía por los temas o el método de trabajo de algún economista o grupo de
economistas destacados. Pero en lo que se refiere al núcleo central de la
economía – la descripción de un sistema social descentralizado mediatizado por
relaciones cuantitativas – no puede haber diferencias. Así entendida, en economía no hay sino dos escuelas: la de los
que saben y la de los que no, como dejó dicho lapidariamente Maffeo Pantaleoni.
VII
Surge naturalmente una pregunta:
¿Qué significa saber economía?
Indirectamente he estado
tratando de decirlo todo el tiempo y he estado tratando de explicar la
importancia del estudio de la historia del pensamiento económico en la
formación de ese saber. Voy a encarar ahora nuevamente el tema desde una
perspectiva más subjetiva: desde la forma en que entiendo mi labor docente en
este campo.
Cuando enseño pensamiento económico
estoy enseñando economía, tanto o más que el profesor de micro o el de comercio
internacional. La enseñanza de la economía, como la de cualquier ciencia, tiene
dos aspectos o dimensiones que conviene distinguir.
La primera es la que podríamos
llamar “vocacional” o propiamente técnica, la que capacita al aprendiz para el
ejercicio de una función en el marco de la división del trabajo. Su contenido
está integrado por lo necesario para la práctica corriente del oficio, por lo
que se sabe o se cree saber es la mejor forma de ejecutarlo. Esta enseñanza debe
ser, por supuesto, precisa, rigurosa y situada en la frontera de saber técnico
adquirido en la disciplina en cuestión. El cómo llegó saberse lo
que se sabe, cuáles fueron los errores o imperfecciones que se superaron en la
construcción de ese saber es algo que carece de toda importancia.
Carece de importancia incluso
abrumar al alumno hablándole de las limitaciones o debilidades que tiene el
conocimiento actual. El operario de una máquina impresora del siglo XXI no
necesita saber nada de las prácticas de los operarios que trabajaban en el
taller de Gutenberg. En este caso lo que importa es capacitar al aprendiz en lo
más avanzado de su práctica para que ejerza sus habilidades de la forma más
eficiente en el mundo de hoy. Aquí la educación es certeza y precisión.
Adquisición de algo, no el reconocimiento de algo ausente.
Pero hay un segundo tipo de
enseñanza cuya descripción es un tanto más problemática. No es una enseñanza de
las certezas; es más bien el aprestamiento en una cierta forma de pensar que
posibilita, dentro de cada campo, el reconocimiento del saber como carencia,
como algo ausente pero que puede ser aprendido. Es una capacitación en el
interrogar. Pero no en un interrogar cualquiera, sino en un interrogar definido
por una problemática y por un lenguaje. Esta última palabra me lleva a una
analogía útil empleada por Oakeshott.
Se trata de la distinción entre
un “lenguaje” y una “literatura” o “texto”. Lo primero es una manera de decir –
o de pensar- lo segundo es lo dicho en ese lenguaje – o lo pensado en esa forma
de pensar. Saber un idioma no significa conocer todas las palabras que lo
conforman ni saber música significa conocer todas las obras del repertorio.
Saber el idioma o el lenguaje posibilita construir los textos o las literaturas.
No creo que exista campo mejor que el estudio de las grandes obras del pasado
remoto, del pasado reciente y las actuales para aprestar a los alumnos en la
problemática y el lenguaje de la economía, es decir, en la forma de interrogar
que le es propia y que la diferencia de otros saberes.
Pero esto no ocurre sólo con
la economía. Los grandes físicos del presente, como Stephen Hawking, leen su
Maxwell, su Einstein, su Newton. Cuando enseño a Smith o a Ricardo me
siento como un maestro de música que está enseñando a su alumno a interpretar
su instrumento o a componer, valiéndose, por ejemplo, de una obra de Bach.
Ciertamente le estoy enseñando a Smith, pero, sobre todo, le estoy enseñando el
lenguaje de la economía.
Hay otro aspecto que me parece
especialmente importante en la enseñanza de la historia del pensamiento. Es lo
que tiene que ver con la formación del economista como intelectual.
Personalmente me veo como un intelectual: es decir, como alguien que se
preocupa, se interroga y que discurre - con un lenguaje, el de la economía -
sobre la vida social, sobre la acción humana. Los grandes economistas del
pasado y los grandes economistas del presente fueron y son intelectuales. Keynes escribió, hablando de su maestro Marshall,
que en la formación del economista intervenía una rara combinación de saberes:
la historia, la estadística, un poco de matemáticas, algo de filosofía, de
ciencia política y, por supuesto, de teoría económica. Es decir la formación de
un intelectual.
No todos los economistas son
intelectuales. Se puede ser economista, incluso muy competente, sin tener esa
condición. Pero si se la tiene, mucho mejor. La historia del pensamiento es para
el economista un campo privilegiado para acercarse a la condición de intelectual.
La economía es la hija
predilecta de la filosofía liberal, desde su nacimiento y en
la actualidad. La filosofía liberal y su hija predilecta nacieron en lucha
contra el absolutismo, contra las concepciones teocráticas del estado y el
poder, contra la intolerancia
religiosa, y contra las restricciones
medievales y mercantilistas a la actividad comercial. Esa lucha continúa hoy.
Las concepciones según las cuales la sociedad es una organización que puede
diseñarse racionalmente y gobernarse al antojo de sus diseñadores no han
desaparecido y probablemente no desaparezcan jamás. La economía liberal se
opone radicalmente a esa visión. No me cabe la menor duda de que la comprensión
de ese aspecto militante de la economía es fundamental. La historia del
pensamiento económico es un medio privilegiado para transmitir a los futuros
economistas ese contenido militante de nuestra disciplina.
LGVA
Julio de 2023