jueves, 20 de julio de 2017

¡Viva la prensa libre e irresponsable y viva Twitter libre e insolente!

¡Viva la prensa libre e irresponsable y viva Twitter libre e insolente!

Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economista

“Confieso que no tengo por la libertad de prensa ese amor completo e instantáneo que sentimos por las cosas soberanamente buenas por naturaleza. La amo por la consideración de los males que ella evita más que por los beneficios que produce”

“En materia de prensa no hay realmente término medio entre la servidumbre y la licencia. Para recoger los bienes inestimables que asegura la libertad de prensa, hay que saber someterse a los males inevitables que hace nacer”

(Alexis de Tocqueville)


En otro texto ya fijé mi posición sobre el asunto Uribe-Samper, no pienso abundar sobre el tema. Voy a referirme a un par de declaraciones a las que ha dado lugar: la de los periodistas solidarios con Samper y la de los políticos seguidores de Uribe que, con ciertas reservas difíciles ocultar, apoyaron a su jefe.

Dejando de lado la ostensible antipatía contra el expresidente que se destila a lo largo de ese comunicado, lo expuesto por los periodistas puede resumirse en tres puntos:

1.    Uribe calumnió a Samper al llamarlo violador de niños. Lo hizo a sabiendas de que esa afirmación era falsa y con el propósito de dañarlo.

2.    Uribe hizo semejante calumnia “frente a sus más de cuatro millones de seguidores de Twitter”. Esto es grave puesto que “en las redes sociales se ha vuelto común hostigar a los periodistas hasta ponerlos en peligro”

3.    La acción de Uribe es un “premeditado ataque contra la prensa y la libertad de expresión (…) que es una arremetida contra la democracia”.

En otro artículo ya traté el primer punto. Voy a referirme a los otros dos, empezando por el tercero.

Los periodistas, los novelistas, los compositores de canciones, los pastores religiosos, los que hacen cine, los políticos, en fin, todos aquellos que hacen públicos los productos de su mente son productores y difusores de ideas. Como cualquier acto de producción, la de ideas supone el empleo de recursos materiales más o menos cuantiosos  que podrían dedicarse a otros usos. Desde este punto de vista, la producción de ideas en nada se diferencia de la producción de cualquier otra cosa, como alimentos o productos farmacéuticos. Al igual que los productores de objetos materiales, los productores de ideas lanzan sus productos al mercado buscando, con desigual fortuna, la aprobación de los consumidores que se expresa en el acto de la compra. Existe pues un mercado de las ideas.

La mayoría de la gente acepta la intervención del gobierno en un gran número de mercados para evitar, según se dice, que el consumidor sea dañado por un producto mal hecho o defectuoso. En Colombia existe, para controlar la calidad de alimentos y medicamentos, el Instituto Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos. Para llegar legalmente al mercado, la más miserable galleta debe portar su sello IMVIMA. No existe un INVIMA para el mercado de las ideas, pero es indudable que, bien vistas las cosas, muchos de los productos que se lanzan a ese mercado podrían calificarse de deficientes y mal confeccionados y que pueden dañar, por lo menos, el buen gusto del consumidor.  

La libertad de prensa no es buena porque los periodistas escriban o hablen bien o porque estén bien informados o porque sepan de las cosas que tratan o porque siempre digan la verdad. Muchos escriben mal y hablan peor, son superficiales e ignorantes y mienten con frecuencia. Buena parte de los productos de la prensa son de pésima calidad y eventualmente pueden ser nocivos para el consumidor. Dejamos llegar al mercado de las ideas productos claramente defectuosos o con bajos estándares de calidad porque asumimos que la valoración de esa calidad por parte de la autoridad pública será siempre subjetiva y arbitraria y que admitir esa intervención entraña más peligros que beneficios.

Prensa libre pero responsable es una frase vacía que puede invocar cualquier dictador para justificar sus tropelías. Los Castro, tan apreciados hoy en Colombia, y sus aventajados discípulos Correa, Maduro, Morales y Ortega pueden decir que no reprimen la libertad de prensa sino su irresponsabilidad. A los amigos de Uribe, con ánimo conciliatorio, pero con una escandalosa ignorancia de la historia, les pareció apropiado traer a cuento la famosa frasecita que profiriera Núñez  el 11 de noviembre de 1885 en la instalación de la Asamblea Nacional Constituyente: “La prensa debe ser antorcha y no tea, cordial y no tósigo, debe ser mensajera de verdad y no de error y calumnia, porque la herida que se hace a la honra y al sosiego es con frecuencia la más grande de todas”.

Apoyado en esa frasecita, Núñez, después de sacar del poder a Payan por blandengue con los periodistas opositores,  expidió por decreto, en 1888, la que Don Fidel Cano llamó “La ley de los Caballos”, la cual, entre otras infamias,  autorizaba el destierro y el confinamiento de periodistas. Bajo el imperio de esta ley y de su sucesora, la ley de prensa de 1896, que definió como delito de prensa “las publicaciones ofensivas, o sea las que vulneren la honra de cualquier persona, y las subversivas, que son las que atentan contra el orden social y la tranquilidad pública” se cerraron numerosos periódicos y se persiguieron a los periodistas. Debe estar removiéndose en su tumba Don Fidel al ver uno de sus descendientes firmando una declaración en contra de la libertad de expresión. Cuenta Jorge Orlando Melo que, en conversaciones con el General Máximo Nieto, Núñez manifestó que la prensa era “un enemigo natural de la humanidad, y como tal deben tratarla los gobiernos”.  ¡Este es el nuevo paladín de la libertad de prensa!

Entre los firmantes de la declaración de los periodistas están algunos que presumen de liberales, como el señor Darío Arismendi Posada y  el señor Héctor Riveros Serrato, director de un tal Instituto de Pensamiento Liberal. ¿Liberales? Liberales, los constituyentes de Rionegro que 1863 decretaron la libertad de imprenta absoluta y la libertad de expresión de palabra o por escrito sin limitación alguna. Esos si eran liberales.

Llama la atención la defensa unánime que de su colega “agredido” hacen los mismos periodistas que hace poco más de un año dejaron sola a Vicky Dávila, quien sorprendentemente también firma la declaración,  en medio de un incidente similar al que hoy atrae la atención de la gente. A la periodista Dávila la botaron de su medio por hacer público un video que revelaba la orientación sexual de una persona que quería mantenerla en secreto. Ninguno, de quienes hoy defienden el derecho de Samper, que lo tiene, a decir lo que le venga en gana en sus escritos y que le niegan a Uribe el derecho a responder como le dé la gana, que también lo tiene, salió a defender a la maltrecha Vicky, quien tuvo que refugiarse durante varios meses en el estercolero de twitter hasta purgar su culpa. ¿Por qué callaron entonces? Por la simple razón de que también a ellos los podían botar. Dejémonos de hipocresía. El límite a la libertad de expresión de los periodistas lo impone el propietario de los medios que los emplean y el poder de los anunciantes. Como cualquier derecho, el derecho a la libre expresión, surge y está limitado por el derecho de propiedad.

En Colombia, los medios tradicionales que aún sobreviven son propiedad de algún rico y, desafortunadamente, tenemos muy pocos de ellos. Con un estado tan poderoso por sus contratos y su desmedida capacidad de regular la vida económica, malquistarse con el gobierno de turno, cualquiera sea su orientación, puede ser extremadamente costoso. Un articulillo en decreto o en una resolución o unos términos de referencia amañados en una licitación o la demora de algún trámite, pueden ocasionar grandes pérdidas al propietario del medio donde labora el periodista deslenguado. Ya pasaron los tiempos en que se podía decir, como el gran Calibán, que la libertad de prensa era para hablar mal del gobierno. Tendremos más libertad de prensa cuando tengamos un gobierno más chico y menos intervencionista y, por supuesto, muchos más ricos. Entre tanto, tenemos a Twitter.

Yo no sé qué estaban pensando sobre la libertad de expresión los creadores de Twitter, Facebook y todas esas redes  sociales, pero lo cierto es que la han hecho avanzar mucho más que desde invención de la imprenta hasta nuestros días. Twitter - ágora insolente, desafiante y grosera, donde no se pide ni se da cuartel – acabó con el poder de mercado que en el mercado de las ideas detentaban los periodistas. Con su twitter Trump acorraló y tiene acorralados a los grandes medios de Estados Unidos y Uribe a los colombianos. Esa es la verdad monda y lironda. Pero el problema no es Trump, ni Uribe que algún día se van a morir. El problema, señores periodistas,  es Twitter y las otras redes sociales y las que aparezcan en el futuro y todos los medios digitales que permiten entrar a bajo costo al mercado de las ideas a cualquiera que tenga un computador, un teléfono inteligente y una cámara digital. En lugar de quejarse porque en twitter los hostigan y los amenazan, lo que pasa con todo el mundo, y de reclamar una libertad de expresión que no le reconocen a Uribe, los periodistas deberían tomar en serio el chiste según el cual Twitter es a los periodistas lo que Uber es a los taxistas. ¡Viva twitter libre e insolente!

LGVA

Julio de 2017

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