domingo, 23 de noviembre de 2014

Noticia sobre la pobreza en Colombia


Noticia sobre la pobreza en Colombia

Luis Guillermo Vélez Álvarez

Universidad EAFIT - Fundación ECSIM

"Para las clases medias que marcan el paso general, profundamente comprometidas con la religión del progreso, la existencia de la pobreza resulta perturbadora no sólo emocional sino también intelectualmente, del mismo modo que la existencia del mal para los deístas más simples. " (Bertrand de Jouvenel) 

En los últimos 12 años Colombia ha registrado una significativa reducción de la pobreza monetaria y la pobreza monetaria extrema o indigencia. La incidencia de la primera – porcentaje de la población - pasó de 49,4%, en 2002, a 29,3% en julio de 2014; la segunda se redujo de 17,6% a 8,4% entre las mismas fechas. Se han reducido la pobreza y la indigencia urbana y la rural como se observa en las figuras 1 y 2[1].

Figura 1
Figura 2
 
La pobreza monetaria es la insuficiencia de recursos pecuniarios para comprar una canasta mínima de bienes y servicios fisiológica y socialmente deseable. El valor de esa canasta define la llamada línea de pobreza. Son pobres aquellos cuyos ingresos están por debajo de dicha línea. El costo de la canasta de alimentos, que se calcula con los precios empleados para construir el IPC, define la línea de pobreza extrema. Es decir, son pobres extremos o indigentes aquellos cuyos ingresos no les permiten adquirir dicha canasta. Para los menos pobres se define una canasta que, además de los alimentos, incluye otros bienes y servicios. Esto se basa en la llamada ley de Engel según la cual a medida que crece el ingreso el gasto en alimentos también lo hace pero en menor proporción, de tal suerte que la gente destina parte de su mayor ingreso a otros bienes y servicios diferentes de los alimentos. Para determinar la línea de pobreza de los pobres no-extremos se emplea usualmente el coeficiente de Orshansky, que es la relación entre el gasto total y el gasto en alimentos. El valor de la canasta de alimentos multiplicado por el coeficiente Orshansky arroja el valor de la línea de pobreza de los menos pobres. Todo esto es más fácil decirlo que hacerlo. La estimación de las líneas de pobreza requiere del arduo y cuidadoso trabajo estadístico de muchos expertos[2].

En el documento citado se estimó la línea de indigencia urbana en $ 73.984/mes y la rural en $ 60.968/mes, a precios de marzo de 2007. Con coeficientes Orshansky de 2,4 y 1,74, respectivamente, se estimó la línea de pobreza urbana en $ 177.562 y la rural en $ 106.084. Estas cifras, ajustadas por el IPC, arrojan las líneas de indigencia y pobreza a noviembre de 2014 que se muestran en la figura 3.

Figura 3
 

 

Es usual que los gobiernos de todas las orientaciones reclamen como logros de sus políticas asistencialistas los avances en la reducción de la pobreza y la indigencia. Sin duda alguna, dichas políticas en algo ayudan. Pero más importantes son otras cosas que frecuentemente ignoran los defensores oficiosos de los pobres.

La línea de pobreza o de indigencia no es otra cosa que el producto de unas cantidades por unos precios. Dadas las cantidades, nada ayuda más a sacar la gente de la pobreza y mantenerla por encima de las fatídicas líneas que el control de la inflación. Por eso los que atacan la política del Banco de la República centrada en el control de la inflación, que casi siempre son los mismos defensores oficiosos de los pobres, están actuando en contra de sus defendidos. También militan, quizás sin saberlo, en contra de los pobres los que se oponen a la importación de alimentos baratos o los que propugnan por la devaluación del peso invocando toda suerte de argumentos del nacionalismo económico.

Figura 4
 

 

La pobreza o la indigencia monetaria se superan con un poder de compra que permita adquirir las canastas básicas de bienes y servicios. Para los pobres ese poder de compra, dejando de lado las donaciones, proviene del empleo, de la ocupación o, si se prefiere, de la venta de su trabajo al capital explotador. Peor que ser explotado es no ser explotado, decía Joan Robinson, economista marxista-keynesiana. Para la mayoría de los pobres la diferencia entre no serlo y serlo radica en tener o no un trabajo. Y el empleo depende de la demanda de trabajo de los capitalistas y ésta a su turno de sus decisiones de inversión. Hacia el año 2000, por razones harto conocidas, el coeficiente de inversión de la economía colombiana estaba por el suelo – 14% del PIB – y el desempleo y la pobreza por las nubes. Desde entonces el coeficiente de inversión no ha dejado de crecer y en 2014 es de 27,6% con un desempleo de 9,6% y una pobreza de 27,6%.  Más que de cualquier política asistencialista, la reducción de la pobreza es resultado del empleo resultante del crecimiento económico y éste a su turno de la mayor inversión. La viabilidad misma del asistencialismo y de todas las políticas redistributivas reposa también, en definitiva, en el crecimiento económico. Lo demás es fantasía.

LGVA

Noviembre, 2014.




[1] Véase: DANE (2014). Pobreza Monetaria. Boletín Técnico. Bogotá, Septiembre de 2014 y DANE (2012) Misión para el empalme de las series de empleo, pobreza y desigualdad. Pobreza monetaria en Colombia: Nueva metodología y cifras 2002-2010.
 
 
[2] La más reciente estimación de las líneas de pobreza en Colombia fue realizada por un grupo de expertos convocados para el efecto por el DANE. Véase: DANE (2012) Misión para el empalme de las series de empleo, pobreza y desigualdad. Pobreza monetaria en Colombia: Nueva metodología y cifras 2002-2010.
 

viernes, 14 de noviembre de 2014


Pensamiento económico II – Lección VIII

Thorstein Veblen y la economía institucional

 

Luis Guillermo Vélez Álvarez

Economista, Docente Universidad EAFIT

 

I.                   Introducción

La economía clásica y la economía neo-clásica tienen un enfoque metodológico similar. Ambas parten de ciertos principios o postulados a partir de los cuales buscan deducir proposiciones o leyes de alcance general que permitan explicar los problemas económicos más relevantes como la formación de los precios, la distribución del producto y el crecimiento económico. Este enfoque, que puede denominarse lógico-deductivo, implica que las proposiciones de la teoría son válidas de forma general siempre que se presente la circunstancia esencial que da lugar al surgimiento del problema económico: la escasez. Esa pretensión de una teoría general de lo económico es más acentuada en la visión neo-clásica que en la clásica puesto que esta última parece limitar el alcance de sus proposiciones a la producción capitalista[1].

Desde su surgimiento, y aún en la actualidad, el enfoque lógico-deductivo no ha tenido una aceptación unánime entre los estudiosos de la economía. Ha dado lugar a planteamientos críticos que cuestionan la validez general de los supuestos de las teorías clásica o neo-clásica y que abogan por enfoques alternativos. En la obra de Federico List (1789 – 1846), Sistema Nacional de Economía Política[2], cara a los proteccionistas de todas las épocas, se encuentra el origen de uno de esos enfoques alternativos, el de la Escuela Histórica Alemana, el cual, siguiendo a List, un buen sistema de economía necesita de una firme base histórica[3]. También en Inglaterra, muy tempranamente, surgió una oposición historicista a las “abstracciones ricardianas” con la obra de Richard Jones, An Essay on the Distribution of Wealth and on the Sources of Taxation, publicada en 1831[4].

La obra de Thorstein Veblen (1857- 1929), teniendo obviamente sus propias características, se ubica dentro de esa tradición crítica del enfoque lógico-deductivo, que él llamará teleológico, de la economía clásica y neo-clásica.

Veblen – hijo de inmigrantes noruegos y cuyo nombre significa hijo de Thor - tuvo bastante notoriedad pública, probablemente por sus ataques a los “capitanes de industria”, los modernos representantes de la “clase ociosa”. En diversas ciudades de Estados Unidos se crearon círculos veblenianos, se vendieron camisetas estampadas con su nombre y algunas de sus frases sirvieron de eslóganes de campaña electoral. Inició su vida académica en la Escuela de Economía de la Universidad de Chicago, cuya creación y sostenimiento fueron financiados, irónicamente, con recursos aportados por J.D. Rockefeller, uno de los más denostados capitales de industria. Allí permaneció por cerca de 12 años y fue editor del Journal of Political Economy.  Estudió en la Johns Hopkins University, donde fue alumno de J. B. Clark (1847-1938), uno de los primeros y más influyentes economistas neo-clásicos de Estados Unidos. Basta con decir que la mayor distinción que aún hoy se otorga entre los economistas de ese país es la medalla que lleva su nombre[5]. Veblen recibió su doctorado en la Universidad de Yale. Su producción es extensa y variada. Su obra más significativa y también la más conocida es, sin duda alguna, The Theory of the Leisure Class: an economic study of institutions, publicada en 1899. El importante resaltar el subtítulo. Son también importantes The Theory of Business Enterprise (1904) y The Engineers and the Price System (1921). Estos tres libros contienen el núcleo de su visión de lo económico.

Se presenta inicialmente una síntesis de su crítica de la economía neo-clásica (II). Más adelante se exponen algunos aspectos de su visión de lo económico (III). Posteriormente se hace referencia a sus más destacados discípulos (IV). Finalmente se destaca la relación de su obra con la de los institucionalistas modernos (V).

II.                Crítica de la economía neo-clásica.

Comenzar por la crítica de Veblen de la economía neo-clásica es un buen punto de partida puesto que de dichas críticas se infiere la orientación de su propio pensamiento.

Lo fundamental de la crítica de Veblen a la economía neo-clásica está contenida en un artículo titulado “Limitaciones de la teoría de la utilidad marginal”, publicado en 1909. Desde el comienzo se anuncia un ataque en línea:

“Las limitaciones de la economía basada en la utilidad marginal son bastantes claras y peculiares. Es, de principio a fin, una doctrina del valor y, en cuanto a forma y método, es una teoría de la imputación de valores. Por consiguiente, la totalidad del sistema cae dentro del campo de las teorías de la distribución, y sólo tiene una relación de carácter secundario con cualquier otro fenómeno diferente de la distribución, entendida en su sentido usual de distribución pecuniaria o distribución referente a la propiedad”[6]

Esto es naturalmente cierto pero no es un defecto o limitación de la teoría. Explicar la asignación de los recursos y la distribución del producto por medio del sistema de precios, dados un estado de la técnica y las preferencias, es el propósito de la teoría de la utilidad marginal. Como Veblen mismo lo admite, dados los supuestos, ésto se hace con gran consistencia lógica en el marco de la teoría. La crítica de Veblen, por tanto, parece referirse más que a lo que la teoría hace a lo que deja de hacer. Esto queda claro con el siguiente enunciado:

“...la teoría de la utilidad marginal es de carácter totalmente estático. No ofrece explicación de ningún tipo de cambios porque sólo se ocupa del ajuste de los valores en una situación dada”[7]

En efecto, la teoría neo-clásica asume un estado de la tecnología y de las preferencias. No tiene ninguna explicación teórica del cambio técnico ni de la formación o cambio de las preferencias. El problema es saber si tales teorías del cambio técnico y de las preferencias son factibles, de una parte, y relevantes, de la otra.

La crítica de la incapacidad de explicar los fenómenos de cambio se aplica tanto a la escuela marginalista como a la escuela clásica. Escribe Veblen:

“...la escuela marginalista es semejante a la escuela clásica del siglo XIX, con la diferencia de que la primera está circunscrita por unos límites más estrechos y se apega con mayor coherencia a sus premisas teleológicas. Ambas son teológicas, y ninguna de ellas puede admitir argumentos causales en la formulación de sus principios teóricos sin perder consistencia lógica. Ni la una ni la otra pueden tratar teóricamente los fenómenos de cambio; a lo sumo, pueden tratar el ajuste racional posterior a un cambio que ya ha ocurrido”[8]

El hecho de que la economía clásica y neo-clásica no explique lo que él denomina los “fenómenos de cambio” es una deficiencia fundamental dado que “...los fenómenos de crecimiento y de cambio son los hechos más apremiantes y de mayores consecuencias en el acaecer económico. Para entender la economía moderna, el avance tecnológico de los dos últimos siglos (...) es de primordial importancia, pero la teoría marginalista no se ocupa de ésta cuestión, y ésta nada tiene que ver con la utilidad marginal. Esta doctrina y todos sus desarrollos son totalmente inadecuados para dar una explicación teórica de la evolución tecnológica...”[9]

Dos citas más son suficientes para completar el cuadro de la las críticas de Veblen a la escuela marginalista:

“Tampoco tiene nada que decir sobre la evolución de los usos y procedimientos de las empresas, ni  sobre los cambios correspondientes en las normas de conducta que gobiernan las relaciones pecuniarias entre los hombres, normas que condicionan y son condicionadas por las nuevas relaciones de la actividad comercial o que llevan a modificarlas”[10]

“Es característico de esta escuela que siempre que un elemento de la estructura cultural – es decir, una institución o fenómeno institucional – está involucrado en los hechos de que se ocupa la teoría, da por supuestos, niega o descarta con alguna argucia esos elementos institucionales”[11]

Las ideas de Veblen sobre la teoría neo-clásica pueden resumirse en dos puntos:

·         La teoría marginalista es una teoría de la distribución bajo el supuesto de una tecnología, unas preferencias y unas instituciones dadas.

·         La teoría marginalista es limitada o insuficiente porque supone dado justamente lo que hay que explicar: la evolución tecnológica, el cambio de las preferencias y el cambio institucional.

Así las cosas ,el proyecto científico de Veblen se define por oposición al de la economía neo-clásica.

Para entender mejor los reproches de Veblen y los institucionalistas de todas las épocas a la economía teórica – clásica o neoclásica – quizás resulte útil el esquema de la figura 1. El proyecto científico de la economía es la explicación del funcionamiento de los mercados. Es decir, explicar la formación de los precios relativos que rigen los intercambios voluntarios de un conjunto de agentes que actúan guiados por su propio interés y que se diferencian los unos de los otros por sus preferencias, los recursos que poseen y las cosas que saben hacer. Este es el proyecto tanto de la economía clásica como de la neoclásica que sólo se diferencian por la teoría del valor.  Ésto está representado por el círculo interior de la figura. El círculo exterior representa el entorno institucional que, a juicio de Veblen y los institucionalistas, la economía ortodoxa deja de lado o es incapaz de explicar.

 Figura 1
 

El reproche es la vez válido y exagerado. Es válido, porque ciertamente la teoría pura de los precios supone dado ese entorno institucional; es exagerado, porque no es cierto que los economistas ortodoxos no hayan dicho nada sobre ese entorno institucional y menos aún que los instrumentos analíticos de la economía ortodoxa sean completamente inútiles para ofrecer explicaciones bastante coherentes y persuasivas sobre los elementos de ese entorno institucional.  La teoría de los precios de Smith está presentada en unas cuantas páginas; el resto de La Riqueza de las Naciones es una extraordinaria reflexión sobre los más variados aspectos de las llamadas instituciones: familia, educación, gobierno, moneda, etc. Modernamente la obra de Gary Becker constituye el más notable ejemplo – no el único, por supuesto – de la aplicación fructífera del instrumental analítico de la teoría neo-clásica a la más variada gama de cuestiones – familia, discriminación, crimen, legislación, política, etc.- que típicamente caen bajo el campo de la llamada economía institucional.

III.             La visión de Veblen.

Como buena parte de los críticos de la teoría económica, Veblen rechaza el postulado de racionalidad, que él resume de la siguiente forma:

“El dogma fundamental que profesan es el del cálculo hedonista. De acuerdo con este dogma (...) la conducta humana se concibe e interpreta como una respuesta racional a las exigencias de cualquier situación en que se encuentre el ser humano; en lo que respecta a la conducta económica, se trata de una respuesta racional y libre de prejuicios al estímulo proporcionado por un placer o una aflicción conjetural (...) se piensa que la humanidad es, en general y normalmente, clarividente y acertada en su apreciación de las ganancias y pérdidas sensuales futuras (...) los economistas hedonistas no reconocen ningún otro fundamento o guía de la conducta diferente de este cálculo racionalista en su forma más pura. De modo que esta teoría sólo puede tomar en cuenta la conducta en la medida en que sea racional, guiada por una elección inteligente, deliberada y exhaustiva, una sabia adaptación a las exigencias el azar”[12] 

Esta descripción del postulado de racionalidad contiene algunas imprecisiones que es conveniente señalar. La elección racional significa simplemente que los individuos tienen preferencias y que eligen entre las acciones que están a su disposición aquellas que a su entender satisfacen de la forma más apropiada dichas preferencias. Una elección racional no tiene que ser razonable, inteligente o sabia. Un individuo que fuma, bebe o se droga puede ser considerado estúpido por atentar contra su salud pero no por ello su comportamiento cuando elige fumar, beber o drogarse deja de ser racional. La racionalidad tampoco es incompatible con la conducta envidiosa o altruista y tampoco supone un conocimiento absoluto o perfecto de todos los aspectos involucrados en una elección.

 Al postulado de racionalidad Veblen opone lo que denomina el instinto del trabajo eficaz (Instinct of workmanship), que se encuentra presente en todos los hombres.[13] Lo define de la siguiente forma: 

“...el hombre es un agente (...) que busca en cada acto la realización de algún fin concreto, objetivo e impersonal. Por el hecho de ser tal agente tiene gusto por el trabajo eficaz y disgusto por el esfuerzo inútil. Tiene un sentido del mérito de la utilidad o eficiencia y del demérito de lo fútil, el despilfarro o la incapacidad. Se puede denominar esta actividad o propensión instinto del trabajo eficaz.. [14]

El instinto del trabajo eficaz es pues un rasgo de la naturaleza humana y, por lo tanto, está presente en todas las épocas y sociedades, pero se manifiesta de diferentes formas. Los hombres aprecian instintivamente el trabajo eficaz y aquellos que se destacan en su realización son objeto de admiración, envidia y emulación. En las sociedades primitivas los guerreros más destacados, aquellos que acometen actos heroicos que los ponen por encima de sus pares, son los que suscitan la admiración y asumen por tanto posiciones de liderazgo. La base de la admiración es el acto heroico o la prueba de su realización: el cuerpo del animal o del enemigo vencido o el botín obtenido en la hazaña. Este es un punto fundamental en la concepción de Veblen, el surgimiento de la propiedad:

“La propiedad comenzó por ser el botín conservado como trofeo de una expedición afortunada”[15]

Con la aparición de la propiedad así concebida se produce un cambio en la forma en que se manifiesta y se aprecia el trabajo eficaz.

“...la propiedad se convierta ahora en la prueba más fácilmente demostrable de un grado de éxito honorable, a diferencia del hecho heroico o notable. Se convierte por la tanto en la base convencional de la estimación. Se hace indispensable acumular, adquirir propiedad, con el objeto de conservar el buen nombre personal. Cuando los bienes acumulados se han convertido en de este modo en prenda acreditada de eficiencia, la posesión de riqueza asumen el carácter de base de estimación independiente y definitiva. La posesión de bienes, adquiridos agresivamente por medio de la hazaña personal o pasivamente por título hereditario, se convierte en base convencional de reputación. La posesión de riqueza, que en un principio era valorada simplemente como prueba de eficiencia, se convierte, en el sentir popular, en cosa meritoria en sí misma. La riqueza es ahora intrínsecamente honorable y honra a su poseedor. La riqueza adquirida de modo pasivo, por transmisión de los antepasados o de otras personas, se convierte, por un refinamiento ulterior, en más honorífica que la adquirida por el propio esfuerzo del poseedor...”[16]

Recapitulando: instintivamente los hombres admiran el trabajo eficaz. En las sociedades primitivas la admiración porta sobre la acción heroica misma y posteriormente sobre la prueba de la hazaña: el botín. El botín se convierte en propiedad. La propiedad se convierte en sí misma en la base de la estima y el reconocimiento social. Pero nadie puede admirar al poseedor de la riqueza si esa posesión no es evidente y ostensible para todos los hombres.

“Para ganar y conservar la estima de los hombres no basta con poseer riqueza y poder. La riqueza y el poder tienen que ser puestos de manifiesto, porque la estima sólo se logra ante la evidencia”[17]

Hay dos formas de hacer manifiesta la riqueza a los ojos de los demás: el ocio y el consumo suntuario. Sobre el ocio, escribe Veblen:

“Desde los días de los filósofos griegos hasta los nuestros, lo hombres reflexivos han considerado como un requisito necesario para poder llevar una vida humana digna, bella o incluso irreprochable, un cierto grado de ociosidad y de exención de todo contacto con los procesos industriales que sirven a las finalidades inmediatas de la vida humana. A los ojos de todos los hombres civilizados, la vida de ociosidad es bella y ennoblecedora en sí misma y en todas sus consecuencias”[18].

Más adelante, precisa:

“... el término ocio (...) no comporta indolencia o quietud. Significa pasar el tiempo sin hacer nada productivo por un sentido de la indignidad del trabajo y como demostración de una capacidad pecuniaria que permite una vida de ociosidad (...) el ocio considerado como ocupación tiene un parecido muy cercano con la vida de hazañas..”[19]

El cuadro se completa con la aparición del consumo ostensible:

“El consumo ostensible de bienes valioso es un medio de aumentar la reputación del caballero ocioso. Al acumular en sus manos la riqueza su propio esfuerzo no bastaría para poner de relieve por este método su opulencia. Recurre, por tanto, a la ayuda de amigos y competidores ofreciéndoles regalos valiosos, fiestas y diversiones caras (...) El único medio posible de hacer notoria la propia capacidad pecuniaria a los ojos de los observadores que no tienen ninguna simpatía por el observado, es una demostración constante de capacidad de pago”[20]

La figura 2 resume el esquema analítico de la Teoría de la clase ociosa.

Figura 2
 

Con lo expuesto queda resumido el instrumental analítico que Veblen utilizará en sus obras posteriores en las que busca describir la economía de Estados Unidos de su tiempo. La segunda mitad del siglo XIX y las tres primeras décadas del XX es el período durante el cual Estados Unidos se consolida como la primera economía industrial. Es también la época en la que aparecen las grandes corporaciones y empresas monopolísticas a cuya cabeza están los más renombrados capitanes de industria: Rockefeller, Carnegie, Morgan, Hill, Harrison, Ford, etc. Veblen los describe de la siguiente forma:

“Así, el capitán de industria ha pasado a ocupar el lugar de primera importancia y ha asumido las responsabilidades de prototipo, filósofo y gran amigo de la humanidad civilizada. Y nadie dirá que no lo ha hecho bien como sería de esperarse; ni se ha quedado corto respecto de la favorecedora gravedad que imprime a sus actos. Cuanto es mayor la proporción de la riqueza y el ingreso de la comunidad que ha tomado, mayor ha sido la deferencia y la atribución de mérito para él, y mayores y más graves esa afable condescendencia y esa tranquila benevolencia que suelen adornar el carácter del gran capital de industria. No hay rama ni esfera de las humanidades donde no sea competente el acaudalado propietario absentista para actuar como guía, filósofo y amigo, ya sea con arreglo a su propia vanidad o por la estimación de la población afectada por él (...) y esa población lo acepta contenta. Y en ninguna parte está el personaje financiero en una posición más elevada o más segura, como depositario por excelencia de las virtudes cívicas, que en los democráticos Estados Unidos; y así tenía que ser, ciertamente, pues los Estados Unidos son el país más democrático del mundo. Y en ninguna parte dirige el capitán de la gran empresa los asuntos de la nación, civiles y políticos, no controla las condiciones de la vida tan irrestrictamente como en los democráticos Estados Unidos; así ha de ser también, porque la adquisición de propiedad absentista es, después de todo, para la mente popular, el trabajo más meritorio y necesario que puede realizarse en este país”[21]

El dominio de los capitanes de industria sobre la actividad económica era nefasto a los ojos de Veblen. Éstos están más interesados por el aspecto pecuniario de la producción que por el aspecto material. “El capitán de industria es más bien un hombre astuto que ingenioso y su capitanía tiene un carácter más pecuniario que industrioso”[22]. Para expresarlo en la terminología de Marx, el capitán de industria está más interesado por la generación de valor de cambio que en la producción de valores de uso y está dispuesto a sacrificar la segunda en beneficio de la primera. Y para ello no vacila en “sabotear” la producción de bienes materiales si de esa forma pueden mantener sus beneficios pecuniarios al máximo nivel. Las formas de sabotaje incluyen la concentración de los negocios, las restricciones cuantitativas de la oferta para elevar los precios, las trabas a la adopción de métodos de producción más eficientes y la captura del regulador aparato del gobierno para obtener beneficios en las compras públicas, subsidios, regulaciones que protejan sus monopolios y aranceles proteccionistas.

Veblen pensaba que el dominio de los capitanes de industria y sus vinculados sobre la actividad económica era responsable de las crisis y recesiones de la actividad económica. La concentración en su poder de grandes beneficios limitaba el ingreso y la capacidad de gasto de los demás generando tendencia al sub-consumo.  “La acumulación de riqueza en el extremo superior de la escala pecuniaria implica privaciones en el extremo inferior”[23]. Por esa razón creía que el control de la producción debía pasar de los capitanes de industria a los técnicos e ingenieros que a su entender estaban más interesados en el aspecto material de la producción, es decir, en la producción de valores de uso más que en la generación beneficios, de valor de cambio. Escribe:

“...está a la vista un nuevo movimiento en la organización de la empresa de negocios, por lo cual el control discrecional de la producción industrial se desplaza todavía más hacia el lado de las finanzas y se separa aún más de las exigencias de la máxima producción. El nuevo movimiento tiene un doble carácter: a) los capitanes financieros de industria han estado demostrando su incompetencia industrial de una manera cada vez más convincente, y b) su propio trabajo de dirección financiera ha tomado progresivamente un carácter de rutina estandarizada tal que ya no piden no admiten ninguna medida apreciable de discreción o iniciativa. Han perdido el contacto con la dirección del proceso industrial...”[24]

IV.             La escuela institucionalista norte-americana.

Veblen tuvo una gran influencia, negativa y positiva, en el desarrollo de la economía en Estados Unidos. El premio nobel Kenneth Arrow cuenta que a principios de los años 40, cuando él adelantaba sus estudios de licenciatura, en la Universidad de Columbia no se impartía ningún curso obligatorio de teoría de los precios – es decir, de lo que hoy se llama microeconomía – y que ideas de Veblen se exponían en los más variados cursos que conformaban el plan de estudios[25]. Finalmente la influencia de J.B. Clark fue más grande y duradera para bien de desarrollo de la teoría económica en Estados Unidos. No obstante, Veblen tuvo varios seguidores que tienen un lugar destacado en la historia de la disciplina: Wesley Clair Mitchell (1874-1948) y John Rogers Commons (1862-1944).

Mitchell compartió con su maestro Veblen la antipatía por la economía neo-clásica, pero a diferencia de éste se orientó por la investigación aplicada, dedicando la mayor parte de su trabajo al estudio estadístico de los ciclos económicos. A esto consagró dos grandes obras: Business Cycles and their Causes (1913) y Business Cycles: The Problem and its Settings (1927).  Fue fundador del National Bureau of Economic Research entidad de investigación que aún produce la información más reconocida sobre el ciclo económico en los Estados Unidos.

Commons no fue discípulo directo de Veblen y en su valoración de la economía neo-clásica se apartaba de la visión de éste pues pensaba que más que opuestos el enfoque neo-clásico y el institucional eran complementarios. En 1930 publica un artículo titulado “Institutional Economics”, en el cual resume su visión de la economía. Allí pone de manifiesto con toda claridad el problema de indefinición conceptual que aún hoy aqueja a la llamada economía institucional:

“La dificultad para definir el campo de la llamada economía institucional es la incertidumbre sobre lo que es una institución. Algunas veces una institución parece significar el marco de leyes o derechos naturales en el que los individuos actúan como prisioneros. Otras veces parece significar la conducta de los mismos prisioneros. Otras veces cualquier cosa adicional o crítica de la economía clásica o de la hedonista es juzgada como institucional. Algunas veces cualquier cosa como economía conductista es institucional. Algunas veces cualquier cosa como dinámica en lugar de estática; o proceso en lugar de mercancías, o actividad en lugar de sentimientos, o acción de masas en lugar de acción individual, gestión en lugar de equilibrio, o control en lugar de laissez faire, parece ser economía institucional”[26]

Commons introduce un concepto que es central en su visión de la economía institucional. Se trata del concepto de “acción colectiva”. Escribe: 

“...una institución puede definirse como una acción colectiva que controla, libera o expande la acción individual. Acción colectiva incluye desde las costumbres hasta entidades como la familia, los gremios, la empresa, los sindicatos, el sistema de la reserva federal, el estado. El principio común de todas esas entidades es el mayor o menor control, liberalización o expansión de la acción individual por la acción colectiva. Este control sobre los actos de un individuo se traduce siempre, y ese es su objetivo, en ganancias o pérdidas para otro u otros individuos”[27].   

El estudio de esas entidades de la acción colectiva sería el objeto de la economía institucional y a ello consagrará Commons su investigación. Las relaciones entre los individuos en el mercado– que él denomina transacciones de contratación- constituyen sólo un aspecto de la actividad económica, el único del cual se ocupa la economía ortodoxa. A estas transacciones habría que añadir las denominadas transacciones de gerencia o de mando que son las que se configuran entre superiores e inferiores al interior de las empresas u otro tipo de organización jerárquica. Finalmente están las transacciones de distribución mediante las cuales se define la repartición de los costos y beneficios dentro de una organización, éstas incluyen la distribución de los beneficios en las empresas o la repartición de las cargas y beneficios fiscales del estado. Todas esas transacciones se desarrollan dentro de un marco consuetudinario y de un marco legal que les da cierta su configuración y las vuelve obligatorias. El estudio de esos marcos consuetudinario y legal sería al objeto de la economía institucional.

Hay que mencionar, finalmente, uno de los economistas más populares y reconocidos del siglo XX, especialmente entre el público no especializado y en el mundo de los políticos. Se trata de John Kenneth Galbraith (1908-2006) discípulo directo de Commons y admirador de Veblen. Sus más de dos docenas de libros, que alcanzaron muchas ediciones de grandes tirajes y fueron traducidos a muchos idiomas, han tenido escasa o ninguna influencia en el desarrollo de economía académica. Pero aun así no fueron ignorados del todo por ésta y economistas de la talla de Stigler, Friedman, Solow y Hayek – que alcanzaron todos ellos el premio Nobel que nunca se le otorgó a Galbraith – se sintieron en la obligación de refutar sus planteamientos, más que por su valía intrínseca, con el propósito de desvirtuar la aparente validez que les confería la rúbrica de un profesor de Harvard.    

Las razones de su éxito entre el público semi-ilustrado en cuestiones económicas son las mismas de su fracaso entre los miembros de su profesión. Galbraith hizo suyos - y los adornó con singular ingenio, dándoles cierta apariencia de respetabilidad - la mayor parte de los prejuicios populares sobre la economía académica y el funcionamiento de las economías de mercado.  Una pluma fácil, una gran ironía y un singular desprecio por  las reglas mínimas de la argumentación científica le permitían transformar las proposiciones y teoremas de la teoría económica en odiosos muñecos de paja que con su complicado aparato matemático y su jerga impenetrable no parecían tener otro propósito que el de ocultar la “realidad verdadera”; de la cual él - y de su mano sus lectores – tenía un percepción directa que no precisaba ser mediatizada por ninguna teoría o validada por cualquier evidencia empírica.

Lo esencial del pensamiento de Galbraith está contenido en un par de libros publicados en los años 50: El Capitalismo Americano (1952) y La Sociedad Opulenta (1958).  Su obra posterior, El Nuevo Estado Industrial (1967), es un desarrollo profuso de los mismos tópicos a los que permanecerá fiel hasta el final de su vida como lo prueba el contenido lo que se ha dado en llamar su testamento intelectual, La economía del fraude inocente, pequeño libro publicado en 2004.

No es difícil hacer una síntesis de las ideas económicas de Galbraith. Su punto de partida es la negación de la teoría la demanda. El consumidor carece de toda libertad en la formación y expresión de sus preferencias y es un mero títere de las manipulaciones de la publicidad de las grandes corporaciones. Éstas tienen en sus manos todos los medios para controlar los precios y decidir a su antojo lo que se debe producir. “Desde que General Motors produce cerca de la mitad de los automóviles, sus diseños no reflejan la moda actual, pero son la moda actual” - escribió en El Nuevo Estado Industrial.

Adicionalmente, estas grandes corporaciones, que deciden soberanamente sobre precios y producción, son controladas no por sus accionistas sino por sus directivos - la tecnocracia corporativa- quienes, por su manejo de la información, la manipulación y el fraude, lo deciden todo. “Que nadie lo ponga en duda: en cualquier empresa suficientemente grande, los accionistas – se lee en La economía del fraude inocente - están subordinados por completo a la dirección” .De ahí la necesidad de que el estado intervenga controlando los precios y fomentando la aparición del “poder compensador” de los sindicatos, las ligas de consumidores, las asociaciones de pequeños productores y todo lo demás.

Pero la intervención del estado debe ser también activa y permanente en el terreno del gasto agregado y la redistribución de las rentas para contrarrestar la tendencia crónica de la economía hacía la sobre producción causada por la propensión de los ricos a no gastar parte considerable de sus ingresos: “Mientras a los necesitados se les niega el dinero que seguramente gastarán, a los ricos se les conceden unos ingresos que casi con certeza ahorrarán”, proclamó sin pudor en La economía del fraude inocente.  

Estas tres naderías – corporaciones monopolísticas, tecnocracias desalmadas y ricos tacaños que provocan las crisis – adobadas con referencias al complejo militar-industrial, a las tropelías del FMI y a los poderosos grupos de presión de Washington le permitieron construir una visión conspirativa del mundo económico muy acorde con las representaciones y prejuicios de los pequeños tenderos, los oficinistas medios y los literatos de izquierda.  Adicionalmente, esta visión de lo económico también le venía como anillo al dedo a los políticos de todas tendencias, pues ella da sustento a la convicción, que en últimas justifica su profesión, de acuerdo con la cual todos los males de la sociedad pueden resolverse por un estado benevolente y previsor si hay eso que llaman “voluntad política”. 

A pesar de su condición de profesor emérito en Harvard, de su gran influencia en el mundo político de Estados Unidos, de sus best-sellers, en fin, de su inmensa popularidad; de la obra económica de Galbraith es poco lo que se puede rescatar. Al keynesianismo, del que se proclamó portaestandarte, no le añadió más que la retórica de un intervencionismo fiscal todo poderoso. Aunque se le ubica doctrinalmente dentro de la llamada escuela institucional, su visión de proceso económico está tan apartada de los modernos desarrollos de este enfoque – los de Coase, North, Robinson, etc. - como lo está de la economía neoclásica que nunca comprendió. En verdad, de Galbraith puede decirse lo que en alguna oportunidad él mismo dijera de su maestro Veblen: fue más un sociólogo que un economista.  

V.                El neo-institucionalismo.

El otorgamiento en 1991 del nobel de economía a Ronald Coase (1910-2013)[28] puso de relieve la importancia del reconocimiento académico alcanzado por lo que se llamará neo-institucionalismo, para diferenciarlo del viejo institucionalismo, un tanto desprestigiado y relativamente marginal. En efecto, aunque los nuevos institucionalistas se ocupan fundamentalmente de los mismos temas que sus predecesores, su enfoque es un tanto diferente y más cercano a la economía neo-clásica que éstos – Veblen, Ayres, Mitchell, Galbraith – atacaban con vigor.

En efecto, como señalan Menard y Shirley, los nuevos institucionalistas: “consideran que las elecciones están enmarcadas en instituciones, de una forma mucho más estrecha que la economía neo-clásica, la cual se ocupa principalmente de precios y productos. Pero a diferencia de los antiguos institucionalistas, el neo-institucionalismo no abandona la teoría económica neo-clásica. Los neo-institucionalistas rechazan los supuestos neo-clásicos de información perfecta y de racionalidad instrumental, pero aceptan los supuestos ortodoxos de escasez y competencia. Tanto Arrow como Williamson han atribuido la elevación de la influencia del neo-institucionalismo a su aceptación del éxito del núcleo de la teoría neo-clásica”[29]

El institucionalismo moderno o neo-institucionalismo o la nueva economía institucional se ha integrado dentro de la corriente principal, recogiendo los temas del viejo institucionalismo -  también de otras disciplinas como la sociología, la historia, la ciencia política, el derecho, la administración de empresas, etc. - y aplicando para su análisis las técnicas analíticas de la teoría economía. Así, la nueva economía institucional puede ser definida como un conjunto de enfoques, temas y teorías que partiendo de la crítica de las hipótesis básicas del modelo neoclásico de competencia perfecta trata de aclarar el papel jugado por factores “extra-económicos” en el desempeño de las economías reales. Podría decirse que el institucionalismo ocupa el lugar de lo que Walras llamó en su momento la economía aplicada y la economía social[30].  En cierto sentido puede decirse que el punto de partida del análisis institucional es el abandono de las hipótesis del modelo de competencia perfecta de la economía neo-clásica. La figura 3 contrasta las hipótesis de competencia perfecta con las de la economía neo-institucional.
Figura 3
 

Dentro del neo-institucionalismo pueden distinguirse dos grandes vertientes que podemos denominar el institucionalismo enfocado en el desarrollo económico y el institucionalismo enfocado en la empresa y las organizaciones.

En los años 50 y 60 el problema del sub-desarrollo ocupó un lugar destacado en la agenda de investigación académica. Economistas como Simon Kuznets (1901 – 1985) y Arthur Lewis (1915-1991), ganadores del premio nobel en 1971 y 1979, respectivamente, publicaron un gran número de trabajos en los cuales introdujeron en la explicación del atraso económico elementos que aparecen como una novedad del enfoque neo-institucional. Tanto Kuznets como Lewis eran economistas neo-clásicos ortodoxos y nunca manifestaron que su consideración de los aspectos “institucionales” en la explicación del desarrollo económico significara una ruptura con la economía neo-clásica.

Así, por ejemplo, en la obra que le dio mayor reconocimiento, Crecimiento económico moderno, publicada en 1966, Kuznets analizó detenidamente las características políticas y culturales de los diferentes países llegando a conclusiones que se presentan como novedosas en los trabajos más recientes de los economistas neo-institucionalistas:

“La asociación que se acaba de resumir entre el resultado y el crecimiento económicos y la estructura política es categórica, y sugiere que, al menos hasta el presente, el crecimiento económico moderno se alcanzó en países que tienen hoy día una estructura política muy diferente de la que impera en la mayor parte de los países subdesarrollados”[31]

Señalaba que “la ausencia de una teoría sólida y verificable cuantitativamente de las interrelaciones entre la estructura política y el crecimiento económico moderno”[32] no es impedimento para extraer ciertas conclusiones o hechos estilizados que son particularmente destacados en obras representativas del neo-institucionalismo histórico como la muy celebrada ¿Por qué fracasan los países?, de Acemoglu y Robinson[33]. Se lee en el texto de Kuznets:

“La preponderancia de los regímenes representativos con legislaturas fuertes, electas y una tolerancia efectiva de los grupos políticos autónomos es mucho menor entre los países subdesarrollados. (...) Las características distintivas de la jefatura política en los países subdesarrollados emanan principalmente de la falta de representatividad política de sus regímenes políticos y del dominio de los grupos de parentesco, étnicos y religiosos. En semejantes condiciones no puede esperarse una distribución equitativa del poder entre las diversas ramas del gobierno (...) ni una jefatura política ajena a cualquier élite. (...). La inestabilidad política y la no representatividad de los regímenes, combinadas con una estructura autoritaria dominada por líderes personalistas y respaldada por núcleos familiares y étnicos y por la policía, son condiciones difícilmente favorables al crecimiento económicos...”[34]

Arthur Lewis es aún mucho más explícito que Kuznets en el tratamiento del papel de las instituciones. Su obra principal, Teoría del desarrollo económico, publicada en 1955, encara las mismas preguntas que se hacen los institucionalistas modernos: 

“En primer lugar, debemos investigar qué clase de instituciones favorecen el crecimiento y cuáles se oponen al esfuerzo, a la innovación o a la inversión. Luego debemos entrar al campo de las creencias y preguntarnos: ¿por qué una nación crea instituciones que favorecen el crecimiento y no las que se le oponen? (...) ¿Qué es lo que hace que un pueblo tenga un conjunto de creencias y no otro, más o menos favorable al crecimiento? ¿Se deben las diferencias de creencias e instituciones a diferencias raciales o geográficas; o se trata solamente de un accidente histórico?. Todas estas preguntas son preguntas de compatibilidad; tratan de averiguar qué instituciones, creencias o condiciones del medio son compatibles con el crecimiento económico. Pero también hay preguntas de evolución. ¿Cómo cambian las creencias e instituciones? ¿Por qué cambian de manera favorable o perjudicial al crecimiento? ¿Cómo el propio crecimiento actúa a su vez sobre ellas?[35].

Estas son las preguntas que trata de responder Lewis y son las mismas que conforman la agenda de investigación del neo-institucionalismo histórico. Veamos algunos ejemplos:

Mancur Olson (1932-1998) escribe:

“Cuando se pregunta uno: ¿por qué algunas naciones son ricas mientras otras son pobres?, la idea clave es que las naciones producen dentro de sus fronteras no aquello que la dotación de recursos permite, sino aquello que las instituciones y las políticas públicas permiten”[36]

Douglas North (1920), nobel de economía en 1993, señala:

“Es innegable que las instituciones afectan el desempeño de la economía. Tampoco se puede negar que el desempeño diferencial de las economías a lo largo del tiempo está influido fundamentalmente por el modo en que evolucionan las instituciones. Sin embargo, ni la teoría económica corriente ni la historia cliométrica muestran muchos signos de apreciar la función de las instituciones en el desempeño económico porque todavía no ha habido un marco analítico que integre el análisis institucional en la economía política y en la historia económica”[37]

La otra vertiente del institucionalismo, la enfocada al estudio de la empresa y las organizaciones, tiene su origen en el célebre artículo del nobel de economía de 1991, Ronald Coase (1910-2013), La naturaleza de la empresa, publicado en 1937. Coase expone el objetivo de su trabajo de la siguiente manera:

En este artículo espero demostrar que se puede llegar a una definición de la empresa que no sólo sea realista en el sentido de que corresponda a lo que se entiende por empresa en el mundo real, sino que sea manejable mediante los más poderosos instrumentos del análisis marshalliano: los conceptos de marginalidad y sustitución, unidos los cuales tenemos el concepto de sustitución marginal”[38]

La contribución más importante de este artículo es la conceptualización de la empresa como un mecanismo de asignación de recursos alternativo al mercado:

Fuera de la empresa, los movimientos de los precios dirigen la producción, la cual se coordina a través de una serie de transacciones de cambio en el mercado. Dentro de la empresa, estas transacciones están eliminadas, y la complicada estructura de transacción está sustituida por el empresario coordinador que dirige la producción. Es evidente que éstos son métodos disyuntivos de coordinar la producción; aunque, considerando el hecho de que si la producción está regulado por los movimientos de los precios, ésta podría llevarse a cabo sin ninguna organización, cabe preguntarse el porqué de que exista alguna organización en absoluto”[39]

Esa es pues la pregunta: ¿por qué existe la empresa?. Esta es la respuesta de Coase:

La principal razón por la que resulta rentable establecer una empresa parece ser la existencia de unos costos de utilizar el mecanismo de los precios. El coste más obvio de organizar la producción por medio del mecanismo de los precios es precisamente el de descubrir cuáles son los precios. (...) También son de considerar los costes de negociar y concluir un contrato separado para cada transacción de cambio que tenga lugar en el mercado”[40]

Esos costos se denominarán posteriormente costos de transacción, noción que se convertirá en el concepto central de los estudios sobre las empresa y las organizaciones que adelantarán los alumnos de Coase. Se destacan la obra de Harold Demsetz (1930), La economía de la Empresa, y las de Oliver Williamson (1932), ganador del nobel en 2009, Las instituciones económicas del capitalismo y Mercados y jerarquías.

El campo de la economía institucional o, de forma más general, el de la aplicación de las técnicas del análisis económicos a los aspectos no-pecuniarios de la vida social es actualmente extremadamente variado. El profesor Homero Cuevas (1947-2012), uno de los más destacados economistas colombianos, lo sintetiza de esta forma:

1.      El desarrollo de la teoría de los costos de los contratos, o de los costos de transacción positivos, con contribuciones sobre la naturaleza de las empresas como las de Coase (1937) y Williamson (1990).

2.      La consolidación del análisis económico de la legislación como una de las corrientes jurídicas más influyentes en Norteamérica, con el rescate de los enfoques de Beccaria (1768) y Bentham (1800) y con las innovaciones de las obras de Calabresi (1961), Becker (1968), Posner (1983), entre otros.

3.      El desarrollo del análisis económico de la política, en los campos de public choise y economía constitucional, con contribuciones como las de Black (1948), Arrow (1951), May (1953), Hayek (1959), Buchanan y Tullock (1962).

4.      Los avances sobre el análisis económico de la familia en los trabajos de Becker (1977, 1981), Pollack (1985) y Bergstrom (1993).

5.      El proceso de construcción de una teoría económica de las instituciones y del gobierno, rescatando los enfoques de Veblen (1898), Weber (1925), Schumpeter (1950) en los análisis de North (1973), Downs (1967), Niskanen (1971), Olson (1965), entre otros[41].  

El institucionalismo moderno es actualmente un enfoque completamente integrado en la corriente principal de la teoría económica. De Veblen se conservan algunos de los temas sociológicos, pero tratados con las técnicas analíticas de la economía neo-clásica.

 

Bibliografía

Acemoglu, D. y Robinson, J. (2012). Por qué fracasan los países?. Editorial Planeta. Impreso en Colombia, 2012.

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Williamson, O.E. (1985). Las instituciones económicas del capitalismo. Fondo de Cultura Económica, México, 1989.

 

 




[1] Teóricamente el capitalismo se define por dos características: i) la división de la sociedad en dos clases de agentes: propietarios (capitalistas) y no propietarios de medios de producción (trabajadores) y ii) la regla según la cual los capitalistas se remuneran en proporción al valor del capital avanzado.
 
[2] La primera edición en alemán es de 1841. Un siglo después, en 1942, el Fondo de Cultura Económica la publica en español. Véase: List, F. (1841). Sistema Nacional de Economía Política. Fondo de Cultura Económica, México, 1979.  
 
[3] List, Op. Cit. Página 14.
 
[4] Sobre Jones y otros historicistas británicos váese: Ekelund, R. y Hébert. Historia de la teoría económica y su método. (2005). McGraw-Hill. México, 2005. Tercera edición. Páginas 476 – 480.
[5] Por lo menos la mitad de los economistas que recibieron la Medalla J.B. Clark obtuvieron después el Nobel de Economía.
 
[6] Veblen, Thorstein (1909). “Las limitaciones de la teoría de la utilidad marginal”. Cuadernos de Economía, Volumen XIX, No 32, Bogotá, 2000. Páginas 225-241. Página 227.
 
[7] Ídem, página 227.
 
[8] Ídem, página 228.
 
[9] Ídem, página 228.
 
[10] Ídem, página 228.
 
[11] Ídem, página 229.
 
[12] Ídem, páginas 229 – 230.
 
[13] Veblen, Thorstein (1899). Teoría de la clase ociosa. Fondo de Cultura Económica, México 2002. Página 99.
 
[14] Ídem, página 23.
 
[15] Íd. Página 33.
 
[16] Íd. Página 35 – 36.
 
[17] Íd. Página 46.
 
[18] Íd. Página 47 – 48.
 
[19] Íd. Páginas 51 y 52.
 
[20] Íd. Páginas 82 y 93.
 
[21] Veblen, AO. Citado por Diggins, páginas 89 – 90.
 
[22] Íd. Página 236.
 
[23] Íd. Página 210.
 
[24] Veblen. Los ingenieros y el sistema de precios. Citado por Ekelund y Hébert (2005) Página 491-492.
[25] Arrow, K.J. (1975). “Thorstein Veblen as an economic theorist”. The American Economist Vol. 19, No 1. Página 5.
 
[26] Commons, J.R. (1930). “Institutional Economics” reproducido en Samuels, W.J. (1988). Schools of Thought in Economics 5. Institutional Economic, Vol. I. Edward Elgar Publishing Limited, Great Britain. Página 18.
 
[27] Ídem, página 19.
[28] Después de Coase, obtendrían el premio nobel otros tres economistas neo-institucionalistas. Se trata de Douglas North, en 1993; y Oliver Williamson y Elinor Ostrom, en 2009.
 
[29] Menard, C. y Shirley, M. (2005). ). Handbook of New Institutional Economics. Springer, Holanda. Página 2.
 
 
[30] Walras concebía la economía como compuesta de tres campos de estudio: la economía política pura, la economía social y la economía aplicada. A cada uno de esos campos consagró una obra, a saber: Éléments d´Economie Politique Pure (1874), Études d´Economie Sociale (1896) y Études d’Economie Politique Appliquée (1898).  Estos dos últimas no son obras sistemáticas como los Éléments, sino más bien colecciones de artículos relativos a las temáticas indicadas. La economía política pura es “la teoría de la determinación de los precios bajo el régimen hipotético de libre competencia absoluta”. La economía aplicada es la teoría de la producción agrícola, industrial y comercial de la riqueza. Finalmente, la economía social es la teoría de la distribución de la riqueza por la propiedad y los impuestos.  En el libro sobre economía aplicada aborda cuestione tales como bimetalismo y monometalismo, monopolios públicos, libre comercio, banca y crédito, etc. En el libro sobre economía social aborda tópicos como la nacionalización de la tierra, el comunismo y la propiedad privada, el individualismo, etc.
 
[31] Kuznets, S. (1966). Crecimiento económico moderno. Ediciones Aguilar, Madrid, 1973. Página 454.
 
[32] Ídem, página 455. Esa teoría no existe aún y su desarrollo debería ser la tarea prioritaria de los economistas neo-institucionalistas.
 
[33] Acemoglu, D. y Robinson, J. (2012). Por qué fracasan los países?. Editorial Planeta. Impreso en Colombia, 2012.
 
[34] Kuznets, op cit, páginas 453 y 455.
[35] Lewis, W.A. (1955). Teoría del desarrollo económico. Fondo de Cultura Económica, México, 1964.
 
 
[37] North, D.C. (1990). Instituciones, cambio institucional y desempeño económico. Fondo de Cultura Económica. México, 1993.
 
[38] Coase, R.H. (1937). “La naturaleza de la empresa” en Stigler y Boulding (1960). Teoría de los precios. Editorial Aguilar, Madrid, 1960. Páginas 303-321.
 
[39] Ídem, página 305.
 
[40] Ídem, página 307-308.
[41] Cuevas, H. (2007). Teorías económicas del mercado. Universidad Externado de Colombia, Bogotá 2007. Páginas 439-440.