sábado, 31 de agosto de 2024

El sendero de Gorbachov

 

El sendero de Gorbachov

(Para Juan Felipe)

 

Luis Guillermo Vélez Álvarez

Economista

 

El pasado 30 de agosto se cumplieron, sin que nadie lo notara, dos años de la muerte, tampoco muy notada, de Mijaíl Gorbachov; ocurrida en el Hospital Clínico Central de Moscú, a sus 91 años. Si la historia de las últimas cuatro décadas hubiese transcurrido por otro de los múltiples senderos posibles en el momento de su ascensión al poder, el 11 de marzo de 1985, no es improbable que hubiera fallecido dirigiendo los destinos de la URSS, después de haber enfrentado episodio tras episodio de la guerra fría, en lugar de pasear por el mundo narrando sus experiencias en conferencias de menguante interés, después de su caída, al disolverse la Unión Soviética el 25 de diciembre de 1991.

 

A fin de cuentas, todos sus antecesores, con la excepción de Kruschev, murieron ejerciendo el poder y tres de ellos – Stalin, Kruschev y Breznev – se mantuvieron en él durante largos períodos: casi 30 años Stalin; 11, Kruschev y 18, Breznev. Sus dos antecesores inmediatos, Andropov y Chernenko, sólo estuvieron en funciones durante unos cuantos meses pues llegaron a la cumbre ya viejos y enfermos.

 

Los acontecimientos extraordinarios que se desencadenaron como consecuencia del desmadre de la perestroica y el gladnost no eran inevitables, al menos en sus etapas iniciales. El derrumbe de las democracias populares, la caída del Muro de Berlín, la unificación alemana, la disolución de la URSS y el retiro de la bandera roja de la hoz y el martillo de las torres del Kremlin no estaban fatalmente escritos en un acontecer histórico determinado por fuerzas económicas o sociales inexorables.

 

Ciertamente existían evidencias del estancamiento económico y tecnológico de la Unión Soviética y sus aliados. En Polonia, Solidaridad había puesto contra las cuerdas al gobierno comunista sin que los soviéticos se decidieran a intervenir en defensa de sus camaradas en apuros, como lo habían hecho en Hungría (1956) y Checoslovaquia (1968).  Pero está lejos de ser obvio que eso fuera suficiente para desencadenar el proceso que condujo a los acontecimientos mencionados, que tomaron por sorpresa a los intelectuales y los políticos del mundo entero.

 

Por supuesto, no era eso lo que deseaba la burocracia comunista cuando llevó a Gorbachov a la cima del partido y el estado. Al igual que en los años 50, cuando encomendó a Kruschev hacer el ajuste de cuentas con la siniestra época de Stalin, la nomenclatura soviética era conciente de que se necesitaban reformas para garantizar su continuidad, no su destrucción. Gorbachov era uno de los suyos, un comunista convencido, y sus camaradas esperaban, seguramente tanto como él, que hiciera todos los cambios necesarios para que todo siguiera igual.

 

Muy tardíamente la nomenclatura comprendió que los acontecimientos se salían de cauce y que lo que estaba haciendo el camarada secretario no era lo que se esperaba de él. El partido trató, como lo había hecho en el 64 con Kruschev, de oponerse, con el fallido golpe de estado de 1991, a un ímpetu reformista que ya no podía controlar. Era tal la debilidad – la sorprendente debilidad – del Partido Comunista que la intervención alicorada de un patético personaje como Yeltsin bastó para conjurar la intentona.

 


Ha pasado muy poco tiempo desde que ocurrieron los acontecimientos mencionados. Un juicio histórico, incluso provisional, no es aún posible. Aun rechazando de plano todo determinismo histórico, no es evidente que pueda negarse, más allá de cualquier duda, que Gorbachov es uno de esos personajes sin los cuales la historia habría sido distinta. Mark Almond, en un ejercicio de historia virtual – “1989 sin Gorbachov. ¿Y si el comunismo no se hubiera derrumbado”- explora con agudeza esa hipótesis y sugiere, esto es lo que aquí interesa, que Gorbachov jugó, como nomenclaturista, un juego peligroso y lo perdió:

 

“Para hacerle justicia a Gorbachov, gran parte de los errores de cálculo cometidos se debieron a lo limitado de su contacto con la realidad. Alejado de la realidad soviética a causa del protocolo y el trato privilegiado que rodeaban al sumo sacerdote de la nomenclatura, sus relaciones con los dirigentes occidentales malamente podían haber alentado la duda. Adulado y celebrado por todos ellos, Gorbachov se creyó su propia propaganda, un error que sus predecesores (tantas veces calificados de campesinos seniles ascendidos a la cumbre) jamás cometieron. Después de que muchas generaciones de plúmbeos apparatchiks hubieran llevado con mano firme a la Unión Soviética hasta la categoría se superpotencia, fue Gorbachov, con la mirada iluminada, quien se hizo con el timón y puso directamente el rumbo contra las rocas” (N. Ferguson. Historia Virtual. Taurus, Madrid 1998, página 364)  

 

En un libro publicado en 1981, cuatro años antes del ascenso de Gorbachov al poder, Jacques Lesourne había profetizado, con precisión asombrosa, el accidente histórico que llevó al derrumbe del comunismo. Esta es la traducción del texto fundamental:  

 

“La impresionante colección de septuagenarios que reina en la Unión Soviética está próxima a su fin. Dentro de un mes, dentro de un año…y durante varios años sin duda se va abrir un nuevo período transitorio, un nuevo período de espera en lo económico y lo estratégico, antes de que emerja otro primus inter pares y se desprenda una nueva política. ¿Qué resultará de esta confusión? ¿La continuidad o la ruptura? La ruptura no está excluida. Recordemos a Parkinson y su sátira sobre la elección del presidente de una corporación, esa sátira donde él narra la desgracia de una tecnocracia que se esfuerza para asegurar la ascensión a la silla presidencial del funcionario más conformista, más desprovisto de imaginación, ¡más fiel a los objetivos tradicionales y que descubre – demasiado tarde – una personalidad creadora y fuerte que ha ocultado su juego durante decenios! Piénsese en el anodino Juan XXIII!. El centralismo democrático puede conocer un accidente semejante, el de una reforma impulsada desde arriba. La historia futura de la URSS y del mundo cambiaría”. (J. Lesourne. Les Milles sentiers de l´avenir. Seghers, Paris, 1981. Página 87). 

 

El Parkinson mencionado es Cyril Northcote, historiador naval británico, célebre por la famosa ley que lleva su nombre de acuerdo con la cual “el trabajo se expande hasta llenar el tiempo disponible para que se termine”, lo que conduce a la inevitable expansión de la burocracia.

 

LGVA.

Enero de 2005.

Agosto de 2024.

lunes, 5 de agosto de 2024

Desigualdad y desarrollo económico

 

Desigualdad y desarrollo económico

Luis Guillermo Vélez Álvarez

Economista

La igualdad jurídica y la igualdad política dependen de la voluntad de los ciudadanos y pueden ser decretadas constitucional y legalmente y garantizadas por el poder del gobierno. La igualdad económica no puede ser decretada a voluntad ni impuesta coercitivamente, no puede ser absoluta y el mayor o menor grado de desigualdad depende de un conjunto de fuerzas que obran en las diferentes fases del desarrollo económico.     

Angus Deaton, nobel de economía en 2015, señala que “el crecimiento económico es el motor de escape de la pobreza y de la carencia material”, sin embargo, “la desigualdad es, frecuentemente, una consecuencia del progreso”. Y ello es así porque siendo el crecimiento resultado, principalmente, de las nuevas invenciones o innovaciones, cuando éstas surgen “alguien tiene que ser el primero en beneficiarse”. Añade, Deaton: “las desigualdades asociadas a la espera por un tiempo son un precio razonable que hay que pagar”. 

También el marxista Piketty señala que el crecimiento económico mismo, a causa de las innovaciones que lo impulsan, es la mayor fuente de desigualdad, más importante que los patrimonios heredados:

“El crecimiento puede dar origen a nuevas formas de desigualdad – por ejemplo, se pueden amasar fortunas muy rápidamente en los nuevos sectores de actividad – y al mismo tiempo provoca que la desigualdad de los patrimonios originados en el pasado sea menos importante y que las herencias sean menos determinantes”.

Esta esa vinculación entre crecimiento y desigual distribución del ingreso fue bien comprendida por los grandes estudiosos del desarrollo económico, como los también nobeles de economía Arthur Lewis y Simon Kuznets.

Señala Lewis:

“El desarrollo económico exige recompensas diferenciales a la pericia, el trabajo arduo, la instrucción, los riesgos y la disposición a asumir responsabilidades”

Y añade:

“…el crecimiento económico puede deplorarse en la medida en que dependa de la desigualdad del ingreso. No puede negarse que esa dependencia existe, puesto que el crecimiento económico sería muy pequeño o negativo, si no existieran recompensas diferenciales para el trabajo arduo, para el trabajo concienzudo, para las pericias, para la responsabilidad y para la iniciativa”. 

Por su parte, Kuznets planteó que las fases iniciales del proceso de crecimiento económico, la desigualdad tiene a aumentar, se estabiliza luego y más tarde tiende a disminuir. Así, la relación entre crecimiento y desigualdad tendría la forma de una invertidala que se conoce como la Curva de Kuznets. Señaló que la desigualdad tendía a ser mayor en los países en vía de desarrollo que en los más avanzados.

La desigualdad es el resultado de un complejo conjunto de fuerzas que operan de forma diferente en las distintas fases del desarrollo económico y no el resultado de políticas económicas inadecuadas y que supuestamente se eliminaría por la acción decidida del gobierno.

Nada más contrario a la verdad que la teoría según la cual el aumento del tamaño del gobierno y su control sobre la vida económica reduce la desigualdad. La experiencia muestra que los países más libres son más ricos y más igualitarios. 

LGVA

Agosto de 2024.

Me duele Venezuela, temo por Colombia

 

Me duele Venezuela, temo por Colombia

Luis Guillermo Vélez Álvarez

Economista

El gobierno se necesita para protegernos de los criminales y la constitución para protegernos del gobierno, decía Ayn Rand. No nos dejó dicho dónde buscar protección cuando los criminales son el gobierno y escriben la constitución. Esa es la situación de Venezuela desde que, en un acto de estupidez colectiva, decidieron sus ciudadanos confiar su destino a un grupo de delincuentes disfrazados de redentores.

Aunque no hay que dejar de hacerlo, no se debe ser demasiado cruel con los venezolanos al recordarles la responsabilidad que les cabe en el miserable destino que les está tocando vivir. A fin de cuentas, los cultísimos alemanes cargaron en hombros a Hitler y los alegres italianos hicieron antes lo propio con Mussolini. En 2022 los colombianos elegimos un guerrillero sanguinario y a su banda delincuencial. La democracia es un sistema riesgoso, dejó dicho Ortega y Gasset.

Es admirable la voluntad de lucha que aún exhibe el pueblo venezolano al votar masivamente por Edmundo López y María Corina Machado el 28 de julio y la valiente defensa del voto que están haciendo, enfrentando con inteligencia y determinación un régimen criminal dedicado al narcotráfico y al saqueo de los recursos naturales del país.

Veinte años después de la llegada al poder de la banda criminal de Castro, los cubanos habían perdido toda voluntad de lucha y la ominosa dictadura era reconocida por la llamada “comunidad internacional”. A un cuarto de siglo de la entronización de Chávez y sus bandidos, los venezolanos continúan luchando y el régimen criminal de su heredero Maduro cosecha el repudio de los gobiernos decentes del mundo entero. Por eso el pueblo venezolano es merecedor de gran admiración y de todo el apoyo que podamos brindarle.

La experiencia de Venezuela muestra, a la vez, la facilidad con la que un pueblo pletórico de demagogia puede lanzarse engañado en los brazos de una dictadura criminal y la enorme dificultad de librarse de ese abrazo letal. Por eso es tan preocupante que los criminales de la política colombiana y los tibios que cogobiernan hayan recibido una millonaria votación en 2022 y que, después de dos años de desgobierno y la más escandalosa corrupción, Petro tenga aún 30% de favorabilidad.

Petro es el más delirante y estrafalario personaje que haya surgido en la política colombiana desde los tiempos de Regina Once o el Doctor Gabriel Antonio Goyeneche; con la diferencia fundamental de que Regina y Goyeneche eran estrafalarios, pero divertidos; Petro es siniestramente estrafalario. 

A pesar de no esperar otra cosa, a fin de cuentas, son socios políticos en el Foro de Sao Paulo, como colombiano siento gran vergüenza de que el gobierno de Petro no haya condenado inmediatamente el fraude, como lo hicieron los países democráticos de América Latina, y que, en lugar de ello, esté dedicado, con Lula y AMLO, a darle oxígeno a la dictadura, lo que lo vuelve cómplice del baño de sangre prometido y que Maduro está ejecutando a cabalidad. Me duele Venezuela, temo por Colombia.

LGVA

Agosto de 2024