Mazzucato
y el interés de las cosas
Luis
Guillermo Vélez Álvarez
Economista
I
Los economistas muy populares
entre los no economistas, especialmente entre los políticos, son extremadamente
sospechosos. El total desprecio por la teoría de la demanda y su obstinada
incomprensión del fenómeno del interés es la característica común a todos
ellos. Ese el caso de Thorstein Veblen, John Kenneth Galbraith y Thomas Piketty.
La actual estrella del firmamento de los economistas populares, Mariana
Mazzucato, no es la excepción.
El título de su libro, El
valor de las cosas, me pareció prometedor – Dios mío, me dije, frotándome
las manos, una nueva teoría del valor – pero el subtítulo, Quién produce y
quién gana en la economía global, me quitó la ilusión y me convenció de
inmediato de que lo que seguía no era más que un amasijo de cuatrocientas
caóticas páginas plagadas de diatribas contra la desigualdad, el sistema
financiero y el capitalismo en general, en el mismo tono de sus ilustres
predecesores.
La verdad me molesta tener que
gastar tiempo criticando un libro tan mediocre, pero me siento en la obligación
de hacerlo porque la profesora Mazzucato se ha convertido en la economista de
cabecera de la izquierda latinoamericana y, en particular, de Petro Urrego. Fue
ella quien le metió en la cabeza la absurda idea – que el hombre anda
proclamando Uribe et Orbi sin pudor alguno - de que solo hay “creación”
de valor en la industria y la agricultura, un poquito en el comercio, nada en
las finanzas y ni tampoco en los servicios.
El problema no es que Petro
Urrego haga el ridículo cada vez que divulga esa idea, el problema es que es el
presidente y lo que tiene metido en la cabeza tiene consecuencias nefastas en
el diseño de la política pública y en la actuación del gobierno. No creo que lo
que yo diga o escriba pueda cambiar sustancialmente ese estado de cosas, pero
me siento mejor creyendo que traté de hacer algo al respecto.
Hay una razón adicional, tal
vez más importante, que justifica el esfuerzo crítico para refutar a Mazzucato;
cual es el estado actual del pensamiento económico en Colombia, y al parecer en
el mundo entero, que ha convertido a la desigual distribución del ingreso y la
riqueza en el principal problema de la sociedad y la igualación en el principal
objetivo de la política pública en todas sus manifestaciones.
Mazzucato es, por supuesto, una apóstol más
del evangelio igualitarista, lo grave es que enfoca su ataque contra el sector
financiero, el cual, de acuerdo con su teoría, es un vampiro que extrae el
valor creado por el sector productivo, obstaculizando la inversión y, cómo no,
aumentando la desigualdad.
Es imposible encontrar un
mejor chivo expiatorio en un país donde, incluso a los economistas, les parece
adecuado que la renta del sector financiero tenga una sobretasa de 3%, que se graven
las transacciones financieras y que se castigue el ahorro gravando los
dividendos, los patrimonios y las transacciones sobre activos financieros y reales.
La teoría de Mazzucato da soporte a toda clase de barbaridades imaginables
contra las finanzas y el mercado de capitales. Es muy dañina.
II
Mazzucato pretende, según anuncia
en el prefacio, reformular la teoría del valor, nada más ni nada menos.
Curiosamente, no menciona en su extensísimo libro las dos obras más importantes
publicadas sobre el tema en los últimos sesenta o setenta años: Producción
de mercancías por medio de mercancías de Piero Sraffa[1] y Teoría
del valor de Gerard Debreu[2];
que son las presentaciones más acabadas de la teoría objetiva, la primera, y de
la teoría subjetiva, la segunda; publicadas con un año de diferencia, en 1960,
aquella, y en 1959, esta. Es algo así como pretender construir una nueva teoría
de la gravedad sin mencionar a Newton ni a Einstein.
En su lugar Mazzucato se apoya
en un literato, Oscar Wilde, y, cómo no, en el infaltable Karl Marx, referencia
obligada de todo discurso anticapitalista. La conocida boutade del
primero sobre la gente que conoce el precio de todo y el valor de nada, se convierte
en el primer enunciado de su novísima teoría; al tiempo que la desueta teoría
del valor trabajo del segundo aporta la estructura analítica.
No todo lo que tiene precio
tiene valor, es el enunciado central de la “teoría”, de ahí se sigue todo
lo demás. Cuando esto lo dice alguien, en medio de un coctel, suena divertido;
pero cuando lo dice, con toda seriedad, una economista que pretende
revolucionar la teoría del valor, da ganas de llorar. Para que no se me acuse
de calumnia, ahí va una cita, un poco larga, que contiene la esencia de las
ideas de Mazzucato:
“Este libro aborda un mito
más moderno, el de la creación de valor en la economía. Esa creación de un
mito, según sostengo, ha permitido una inmensa extracción de valor, lo que ha
facilitado que algunos individuos se hagan muy ricos y consuman, en el proceso,
la riqueza social. La finalidad de este libro reside en cambiar este estado de
cosas, revigorizando de paso el debate sobre el valor, que solía estar —y,
como planteo, debería volver a situarse— en el
centro del pensamiento económico. Si el valor es
definido por el precio —establecido por las supuestas fuerzas de la
oferta y la demanda—, entonces, siempre que una actividad
tenga un precio se debería considerar que crea valor. De modo que, si ganas
mucho, debes de ser un creador de valor. Bajo mi punto de vista, la manera en
que se utiliza el término «valor» en la economía moderna ha provocado que
resulte más fácil que las actividades de extracción de valor se hagan pasar por
actividades creadoras de valor. Y, en el proceso, las rentas (ingresos no ganados)
se confunden con los beneficios (ingresos ganados); la desigualdad aumenta, y
la inversión en la economía real cae.
III
Ofrezco
disculpas por la siguiente digresión un tanto abstracta, pero, a mi juicio,
absolutamente necesaria.
De todo el conjunto de
relaciones que se dan en la vida social, la economía se ocupa de la única que
tiene una expresión cuantitativa: la relación de intercambio.
El intercambio – la entrega de
algo por algo – es una de las tres formas posibles de obtener lo que tiene el
otro y que yo deseo. La benevolencia y el saqueo son las otras dos.
El intercambio es algo
extremadamente antiguo y al parecer está en presente en todos los pueblos y
civilizaciones. Han debido realizarse millones y millones de intercambios antes
de que la razón intentara comprenderlo. De la misma forma en que han debido caer
al suelo millones de manzanas y toda clase de frutas y demás objetos, antes de
que apareciera un Newton.
Así, la economía nace como
ciencia el día en que al primer economista se le ocurre que los
millones de intercambios que en la historia han sido y los millones que serán
en el futuro no son algo casual o arbitrario, sino que están regidos por alguna
clase de ley.
En este punto es conveniente
citar al economista favorito de Mazzucato y del cual proviene la totalidad de
su novísima teoría del valor. Dice Marx:
“A primera vista, el valor de
cambio aparece como la relación cuantitativa, la proporción en que se cambian
valores de uso de una clase por valores de uso de otra, relación que varía
constantemente con los lugares y los tiempos. Parece pues, como si el valor de
cambio fuese algo puramente casual y relativo, como si, por tanto, fuese una contradictio
in adjecto la existencia de un valor de cambio interno,
inmanente a la mercancía”
El punto con esta cita es
reiterar que el propósito de la teoría del valor o de los precios, son la misma
cosa, es explicar la relación de cambio, el valor de cambio, como lo llama
Marx, o los precios relativos. Una teoría del valor que no explique eso es una
teoría fallida.
Mazzucato retoma la teoría del
valor trabajo de Marx, en su versión más primitiva, la del Tomo I de El
Capital, que incluso los marxistas más acérrimos consideran un fracaso en la
explicación de los precios relativos o valores de cambio.
Todo economista medianamente
competente sabe que - incluso aceptando el heroico supuesto según el cual los
diferentes trabajos concretos puedan reducirse a eso que Marx llama “trabajo
general y abstracto”, supuesto sin el cual es imposible medir la plusvalía – el
intercambio de mercancías con arreglo a las cantidades relativas de trabajo que
se usan en su producción solo se da cuando dichas mercancías se producen solo
con trabajo o cuando, de usarse capital, la relación capital trabajo o la
composición orgánica del capital, como la llama Marx, es la misma en todas las ramas. Si las relaciones de intercambio no están
determinadas por las cantidades relativas de trabajo, la teoría toda se viene
al suelo, no hay plusvalía ni explotación.
Para evitar que Mazzucato y
sus amigos digan que lo expuesto es solo el ataque de un neoliberal, es mejor
que lo diga Engels, no yo. La historia es como sigue:
Inmediatamente después de la
publicación de primer tomo de El Capital en 1867, todo mundo se dio cuenta de
que la idea de que el valor de cambio de las mercancías depende de las
cantidades relativas de trabajo era incompatible con la evidencia según la cual
la ganancia está en proporción al monto total del capital invertido y que la
tasa de ganancia tiende a igualarse en todas las actividades productivas.
Marx aceptó la crítica y
anunció la solución del problema – que desde entonces se conoce como transformación
de la plusvalía en ganancia y de los valores en precios de producción – para el
tercer tomo. La verdad es que al parecer el hombre se dio cuenta de su fracaso,
empezó a procrastinar, se dio a la bebida y no hizo nada. Murió en 1883.
Desesperado Federico Engels,
el rico burgués que lo patrocinaba, tratando de recuperar con las ventas algo
el capital invertido, cogió el amasijo de manuscritos que dejó el finado y, como
pudo, publicó el segundo tomo, en 1885, y el tercero, donde está la
transformación, en 1894. En ese tercer
tomo, se encuentra esta increíble confesión de la bancarrota teórica de
Marx:
“El
cambio de las mercancías por sus valores o aproximadamente por sus valores
presupone, pues, una fase mucho más baja que el cambio a base de los precios de
producción, lo cual requiere un nivel bastante elevado en el desarrollo
capitalista. (…) Prescindiendo de la denominación de los precios y del
movimiento de éstos por la ley del valor, es, pues, absolutamente correcto
considerar los valores de las mercancías, no sólo teóricamente sino
históricamente, como el prius de los precios de producción. Esto se
refiere a los regímenes en que los medios de producción pertenecen al obrero,
situación que se da tanto en el mundo antiguo como en el mundo moderno respecto
al labrador que cultive su propia tierra y respecto al artesano”
Es decir, la ley del valor trabajo, fundamento de la
teoría de la plusvalía y por tanto de la teoría de la explotación en el régimen
de producción capitalista, funciona cuando no hay capitalistas y deja de regir
justamente con el advenimiento de ese régimen de producción. Si las relaciones
de intercambio no son reguladas por la ley del valor trabajo, hay que concluir
que la plusvalía existe tanto como el flogisto.
IV
Esta teoría fallida es la que
le sirve a Mazzucato para sacar la que hace pasar como suya decretando que las
finanzas son una actividad extractora de valor y no creadora. Como es mejor el
original que la copia, volvamos a Marx:
“El interés (…) aparece
primitivamente, es primitivamente y sigue siendo en realidad, simplemente, una
parte de la ganancia, es decir, de la plusvalía, que el capitalista activo,
industrial o comerciante que no invierte capital propio, sino capital prestado,
tiene que abonar al propietario y prestamista de este capital”
Veamos ahora la copia:
“El interés se deduce de la
tasa de beneficio del capitalista de la producción (…) la subdivide entre los
receptores de los intereses y quienes obtienen un beneficio. Sin embargo, como
el capital con intereses no produce ninguna plusvalía, no es directamente
productivo”
De los textos de Marx y su
discípula Mazzucato sale el siguiente silogismo:
·
El interés es una parte de la plusvalía.
·
La plusvalía es producto de la explotación del
trabajo por el capital industrial.
·
Por tanto, antes de la aparición del
capitalismo industrial no existe el interés.
En la Biblia puede leerse lo
siguiente:
“Si prestas dinero a alguien de mi pueblo, a un pobre
que habita contigo, no serás con él usurero; lo le exigirás intereses” (Éxodo 22,
24)
“Si un hermano tuyo empobrece y le tiembla la mano en
sus tratos contigo, lo mantendrás como forastero o huésped para que pueda vivir
junto a ti. No tomarás de él interés ni recargo; antes bien teme a Dios y deja
vivir a tu hermano junto a ti. No le darás tu dinero a interés ni le darás tus
víveres con recargo” (Levítico 25, 35-37)
“No prestarás a interés a tu hermano, sea rédito de
dinero, o de víveres, o de cualquier otra cosa que produzca interés. Al
extranjero podrás prestarle a interés, pero a tu hermano no le prestarás a
interés…” (Deuteronomio 23, 20-21)
Se estima que la historia de Moisés acontece en el
siglo XIII ó XIV antes de Cristo. Como en ese entonces no existía aún el
capitalismo industrial ni tampoco la plusvalía, la existencia del interés es un
imposible histórico.
Para confirmar el imposible histórico conviene citar
al gran Aristóteles, quien vivió en el siglo IV antes de Cristo y de quien
proceden los prejuicios contra el interés de Mazzucato y todos los economistas populares
que en la historia han sido.
Dice el Estagirita:
“Y con la mejor razón es
aborrecida la usura, ya que la ganancia, en ella, procede del mismo dinero, y
no de aquello por lo que se inventó el dinero; que se hizo para el cambio; en
cambio, en la usura, el interés, por sí sólo, produce más. Por eso ha recibido
ese nombre (gr. Tókos) porque lo engendrado (tiktómena) es de la misma
naturaleza que sus engendradores, y el interés resulta como hijo del dinero. De
forma que de todos los negocios éste es el más antinatural”
Ya en el siglo XIII de nuestra era, Santo Tomás de
Aquino, el gran discípulo de Aristóteles, le enmendaba la plana a su maestro
señalando una serie de circunstancias bajo las cuales puede obtenerse ganancia
del dinero prestado:
“Cada uno puede mirar lícitamente por su propio bien.
Pero algunas veces se sufren consecuencias por prestar dinero. Luego es lícito
obtener alguna ganancia, aún exigiéndola, del dinero prestado. (…) puede
recibirse alguna garantía por el dinero prestado, cuyo uso puede venderse, como
cuando se renta un campo o una casa”
Estuvo a un paso el Aquinate de afirmar que en
definitiva el préstamo de dinero es en realidad un préstamo de bienes presentes
a cambio de bienes futuros, punto de partida para entender el interés.
Queda pues demostrado que el fenómeno del interés es
omnipresente en la historia de la humanidad y que no depende, en lo absoluto,
del tipo de organización económica prevaleciente. Los pastores nómades de
Moisés conocieron el interés, que también aparece en la sociedad esclavista de
la Antigua Grecia y en la Edad Media feudal. Y está presente en la economía
organizada sobre la base de la propiedad privada y el mercado.
Por eso resulta evidente que hay que buscar la
explicación de la existencia del interés en algún rasgo de la naturaleza humana
y no, como lo hacen Marx y Mazzucato, en los arreglos institucionales
prevalecientes en una época histórica determinada.
V
Contrariamente a lo que dice
Mazzucato-Wilde, todo lo que tiene precio, tiene valor. El precio de una cosa
(A) es la cantidad de otra (B) que se entrega a cambio de ella en un momento
del tiempo y en un lugar del espacio. Si las cosas que se cambian no tuvieran
valor para los individuos que pueden participar de la transacción, el
intercambio no tendría lugar y no se formaría el precio. Tampoco habría precio
ni intercambio si para ambos individuos los dos bienes tuviesen el mismo valor
pues económicamente serían la misma cosa. El intercambio solo tiene lugar
cuando los individuos valoran más lo que reciben que lo que entregan a cambio.
El valor es enteramente
subjetivo y no existe por fuera de la conciencia de cada individuo. Una misma
cosa, en un instante dado, por ejemplo, en una subasta, tendrá un solo precio,
el de adjudicación al mejor postor, pero tendrán tantos valores como postores
potenciales que se abstuvieron de ofertar y pagar ese precio. Adicionalmente,
la misma cosa puede tener distinto valores para el mismo individuo, situada en
otro lugar o en otro momento, hacer que pague diferentes precios por esa misma
cosa.
En realidad, ninguna actividad
económica crea valor, mucho menos en el sentido en que lo entienden Marx y
Mazzucato. El valor no se produce ni puede producirse. Lo que la actividad de
las personas produce son “cosas” materiales - como una máquina o un pan o un
martillo - o, cada vez más, inmateriales - como una danza, un servicio financiero
o un partido de fútbol - que suponen un esfuerzo, es decir, tienen costo, pero este
costo no hace que tengan un valor inherente a ellas, como algo fijo o plasmado a su
materialidad, como creen Marx y Mazzucato. Si esas “cosas” son del agrado de
alguien – de una o de muchas personas – probablemente tendrán valor y quizás lleguen
a tener un precio lo suficientemente elevado para justificar el esfuerzo, es
decir, cubrir el costo o mucho más.
Aquellas personas que producen
“cosas” que agradan a millones, es decir, que son altamente valoradas por
millones, obtendrán por ellas elevadísimos precios, sin que importe la magnitud
del esfuerzo o de los costos incurridos, algo completamente irrelevante para el
consumidor que solo está pensando en su disfrute. Esas personas pueden hacerse inmensamente
ricas; como se hacen deplorablemente pobres aquellas cuyos productos no agradan
a nadie o solo a unos pocos. Por ejemplo, Mazzucato con su libro, que es
valioso para todos los que pagan el precio, aumenta su riqueza; mientras que esta
crítica es solo esfuerzo y nada más. Aunque me puedo sentir un poco frustrado,
no me lamento del asunto ni culpabilizo a Mazzucato o al sector financiero.
Entiendo que así son las cosas en una economía de libre mercado gana el que
mejor satisface las preferencias de los consumidores, aunque en muchos casos
dichas preferencias solo revelen ignorancia o mal gusto. ¡Qué le vamos a hacer!
Concluyamos esta parte dándole
la palabra al gran Böhm-Bawerk:
“El valor no proviene del
pasado de las cosas, sino de su futuro; no emana de los talleres en que se
producen las mercancías, sino de las necesidades que están llamadas a servir.
El valor no puede forjarse como un martillo o tejerse como una tela; si fuera
así la economía no se hallaría expuesta a esas temibles conmociones que
llamamos crisis y cuya causa reside, sencillamente, en que grandes masas de
productos para cuya creación no se ha omitido ninguna de las reglas del arte no
llegan a encontrar el valor esperado”
VI
El dinero es antiquísimo y el interés también. Desde tiempos inmemoriales
y mucho más en la época moderna, la mayor parte de los préstamos se hacen en dinero,
por lo que resulta natural que la gente piense, como Aristóteles, que el
interés sale del dinero y, por ello, lo encuentra detestable. Y es más
detestable aún si - como creen Marx, Mazzucato y todos los seguidores del evangelio
igualitarista – ese interés es una parte del valor creado por otros del cual se
apropia arbitrariamente el prestamista por el mero hecho de tener dinero que el
otro necesita.
Santo Tomás de Aquino provenía
de una familia de comerciantes, de riquísimos comerciantes que conocían muy bien
de los asuntos de intereses y dineros. El hombre tenía que conciliar lo que
había aprendido en su familia burguesa con la condena bíblica y aristotélica de
interés.
Y enunció entonces como teoría
lo que era totalmente obvio para un comerciante de su época y de cualquiera: el
interés se cobra por renunciar uso del dinero por algún tiempo. ¿Y cuál es el uso
del dinero? La adquisición de bienes y servicios. El Aquinate estuvo a un paso
del límpido enunciado con el cual sepultó siglos de tonterías:
“El préstamo es nada más y
nada menos que un auténtico y genuino intercambio de bienes presentes por
bienes futuros”
Esta
es la base de la teoría del interés de la preferencia temporal desarrollada por
Eugene Böhm-Bawerk y por Irving Fischer que vincula, como debe ser, la teoría del
interés con la teoría subjetiva del valor. El problema es que Mazzucato no
menciona en su libro a ninguno de los dos que son, probablemente, los dos más
grandes teóricos del interés y cuyas contribuciones están presentes en todos
los desarrollos modernos, incluida, por supuesto, la teoría del equilibrio
general de Arrow-Debreu, también ignorada por Mazzucato.
Este
no es el lugar para exponer la teoría del interés de la preferencia temporal y
mucho menos la del equilibrio general. No obstante, pueden decirse algunas
palabras sobre el asunto.
La imposibilidad de entender
el interés y creer que es algo totalmente arbitrario y ajeno a la teoría del
valor, proviene en gran medida de la incomprensión del concepto mismo de
mercancía.
“Resumiendo –
dice Gerard Debreu, con elegante precisión – una mercancía es un bien o un
servicio especificado física, temporal y espacialmente”
Los bienes son objetos del
mundo físico que suplen necesidades medidos en unidades apropiadas como el
trigo, el pan, el petróleo, el algodón, el auto o una computadora. Cuando a la
descripción física se añade un lugar de localización y una fecha de entrega, se
tiene la mercancía. Un servicio es el trabajo humano como el del zapatero, el
panadero, carnicero o el economista. Igualmente, cuando se añade un lugar y una
fecha de realización se tiene una mercancía perfectamente definida.
Se sigue de lo anterior que una
materia física, un galón de gasolina, por ejemplo, es una mercancía diferente
en distintos momentos del tiempo y lugares del espacio. También se expresa como
mercancías diferentes el mismo trabajo material ejecutado en diferentes
momentos y lugares.
Se entiende fácilmente que un
mismo bien físico tenga diferente valoración y, por tanto, diferentes precios
en dos lugares diferentes: un racimo de bananos en Apartadó y el mismo racimo
en Berlín, por ejemplo. De hecho, gran parte de la actividad del comercio y
todo el transporte se basa en esas diferencias.
También es perfectamente
inteligible que el precio de un bien en algún momento del futuro sea diferente,
presumiblemente mayor, que su precio presente. La diferencia porcentual entre
el precio futuro y el precio presente es la tasa de interés propia de ese bien.
Existen tantas tasas de interés propias como bienes se pueda imaginar y un
mismo bien puede tener tantas como momentos futuros puedan concebirse para su
intercambio.
Maravillosamente la teoría del
equilibrio explica y demuestra la formación del interés a partir de las valoraciones
subjetivas de los individuos que intercambian cosas. No se precisa que exista
dinero y tampoco capital para que exista y se forme el interés. El interés
existe porque existe el tiempo y es necesario elegir entre mercancías presentes
y mercancías futuras. Incluso, en una economía colectivista como la que añora
Mazzucato, existiría el interés, siempre que el tiempo no sea abolido como
la propiedad individual y la libertad.
LGVA
Septiembre de 2022.