Las elecciones de 2022: crisis de los partidos y
reforma política
Luis Guillermo Vélez Álvarez
Economista
Usando una imagen cada día más incomprensible, decía
el expresidente Alfonso López Michelsen que votar por las listas de candidatos
a los cuerpos colegiados se parece a lo que ocurre con los discos LP, que uno los
compra por uno o dos temas que le gustan, teniendo que llevarse diez u once más
que no le agradan o le son indiferentes. También es salida del fértil magín
político del expresidente López la expresión “Operación Avispa”, con la cual
bautizó la estrategia usada por el Partido Liberal, por allá en los años 90 del
siglo pasado, presentando una multitud de listas para maximizar el número de
curules obtenidas con una votación dada bajo el sistema de cociente electoral.
La reforma política de 2003 suprimió el aval de
múltiples listas por un partido, introdujo el umbral mínimo para participar en
la distribución de curules y adoptó el sistema de la cifra repartidora para su
asignación, todo lo cual condujo a la reducción del número de listas inscritas
y de partidos participantes en las elecciones de cuerpos colegiados. Estas
reformas tuvieron un notable efecto, como puede apreciarse examinando las
cifras de la tabla.
En las elecciones de
senado de 2002 – las últimas con el sistema cociente electoral[1], listas múltiples por
partido y sin umbral - participaron 60 partidos o movimientos que inscribieron
312 listas, 96 de las cuales obtuvieron curules, 11 se ganaron por cociente y
89 por residuo. En las elecciones siguientes el número de listas inscritas, que
coincide con el número de partidos y movimientos, se reduce sustancialmente. Para
las de 2022, las listas serán16 en la circunscripción nacional.
Pero, aun así, los partidos continúan siendo muchos y
muy débiles organizativamente pues la política personalista se perpetúa bajo la
figura del voto preferente. Algunas personas, especialmente
jóvenes, piensan el voto preferente les permite votar por el candidato que les
gusta sin tener que hacerlo por aquellos que les desagradan. No es así. Todo
voto emitido en una elección de cuerpos colegiados es, en primer lugar, un voto
por una lista dada y contribuye a determinar el número de curules que esa lista
obtiene. Las curules obtenidas se asignan en el orden en que están inscritos
los candidatos, en las listas cerradas, o en el orden que resulte de los votos
preferentes, en la abiertas.
El principal objetivo de
la mayoría de los candidatos es su propia elección. El voto preferente es el
equivalente a la multiplicación de listas pues permite controlar la clientela
electoral. Los votos de clientela no se transan al menudeo sino en paquetes. Un
líder político es un personaje que maneja cierto número de votos, lo cual
significa que tiene una o varias listas de ciudadanos cuyas cédulas están
inscritas en una o varias mesas. El político intercambia con el líder promesas
por votos o, también, dinero por votos. El político espera que en determinadas
mesas salga cierta cantidad de votos preferentes por su nombre, así como antes
esperaba que salieran por su lista.
Otra expresión de la
debilidad de los partidos es la multiplicación de precandidatos y candidatos a
la elección presidencial. La pequeñez de los partidos hace que casi ninguno
esté en condiciones de tener su propio candidato y algunos que podrían tenerlo
son despreciados por los candidatos que prefieren lanzarse mediante la
recolección de firmas. Esto está determinado, en gran medida, por la separación
de los calendarios de las elecciones legislativas y presidenciales.
La multiplicidad de partidos
y candidatos tiene cinco consecuencias muy negativas para la democracia:
1.
Genera confusión en el electorado lo cual
eleva la abstención, incrementa los votos nulos y la votación en blanco.
2.
Empobrece el discurso político despojándolo
de ideas y valores y llenándolo de baratijas electorales cada vez más
populistas.
3.
Favorece el clientelismo y la corrupción
electoral.
4.
Encarece los procesos electorales que se
convierten, además, en un medio para ganar dinero con la reposición de votos.
5.
Hace más difícil la gobernabilidad obligando
a complejas transacciones burocráticas para aprobar la legislación.
Para llegar a un régimen
político con dos o tres partidos relevantes, como en las democracias
anglosajonas, seria necesario adoptar un sistema electoral mayoritario de
circunscripción uninominal o muy reducida, lo cual haría extremadamente
compleja, sino imposible, la negociación de una reforma política. Sin embargo,
manteniendo las circunscripciones actuales y los demás elementos fundamentales
del sistema electoral – cifra repartidora y umbral – sería posible llegar a un régimen
de cinco o seis partidos relevantes con una reforma política de dos artículos,
a saber:
1.
Supresión del voto preferente.
2.
Unificación del calendario electoral de
legislativas y presidenciales.
Todos los políticos del país
saben que esos dos cambios tendrían consecuencias políticas extraordinarias y beneficiosas
para la democracia en el mediano plazo, aunque puedan contrariar sus intereses electorales
de corto plazo. Por eso, deberían tratar de aprobarse desde la primera
legislatura del próximo congreso, de tal suerte que haya un cierto velo de la ignorancia
sobre sus consecuencias en las elecciones de 2026.
LGVA
Enero de 2022.
[1]
Los sistemas electorales para la elección de cuerpos colegiaos se dividen en
mayoritarios y proporcionales. En los primeros, la totalidad de las curules en
disputa en cada circunscripción se asigna al partido que obtiene la mayoría de
los votos; en los segundos, la asignación se hace en proporción al número de
votos emitidos. Existen dos grupos de métodos o fórmulas de asignación
proporcional: los de residuo mayor y los de promedio mayor. El más conocido de
los métodos de residuo mayor es el de la cuota de Hare o de cociente electoral,
que fue utilizado hasta 2002. Este sistema conduce a la multiplicación de
listas pues el mismo número de votos divididos en varias listas permite obtener
más curules por residuo que las que se obtendrían en una sola por cociente. Los principales métodos de promedio mayor son
el de D´Hont y el de Sainte-Laguë. Con el método de D´Hont, que se aplica desde
las legislativas de 2006, los votos de todas las listas, ordenados de mayor a
menor, se dividen sucesivamente por 1,2, 3…n, donde n es el número de curules,
y se obtienen una serie de cocientes decrecientes. El enésimo es la cifra
repartidora por la cual se dividen los votos de cada lista y el resultado
entero es el número de curules asignado a cada una de ellas. Bajo este sistema
no hay residuos, todas las curules tienen el mismo costo en votos y este es
igual a la cifra repartidora. No hay lugar para el juego de residuos mediante
la multiplicación de listas. Al contrario, los políticos agrupan sus fuerzas en
listas unificadas para aumentar sus probabilidades de elección. Otro elemento
del régimen electoral que refuerza la agrupación es la existencia del umbral,
que es el número mínimo de votos requeridos para que una lista sea tenida en
cuenta en el cálculo de la cifra repartidora y en la asignación de curules.
Para el senado es el 3% de los votos válidos emitidos.