Si
no puedes con los ebrios delincuentes, castiga a los sobrios inocentes
Luis
Guillermo Vélez Álvarez
Economista,
Docente Universidad EAFIT
Tomarse una cerveza o
una copa de vino los viernes con los amigos a la hora del almuerzo se ha
convertido en delito por obra de un congreso mediocre, que ve en ello su máxima
realización, y con el aplauso unánime de unos medios de comunicación irreflexivos
y bobalicones. Ante la incapacidad de un sistema judicial que no puede condenar
a los ebrios al volante que provocan accidentes y causan muertes todos los
días, el congreso ha decidido castigar a las personas de bien impidiéndoles beberse
un par de cervezas o imponiéndoles multas y sanciones desproporcionadas si se
atreven a hacerlo y son sorprendidas conduciendo sus vehículos. En lugar de
reformar el código penal para impedir que los borrachos evadan la sanción por
sus delitos; se ha decidido castigar a los que podrían cometerlos si llegaran a
emborracharse. La mayor parte de los accidentes de tránsito con pérdidas de
vidas los provocan personas que estaban sobrias pocas horas antes de
embriagarse. Impidamos pues, con multas y amenazas, que se embriaguen, restrinjamos
su libertad, castiguémoslas preventivamente para evitar que comentan un delito.
Por increíble que
parezca, el congreso ha hecho suya la teoría del abogado Francisco Malgaz,
personaje de ficción creado por Giovanni Papini en su inolvidable GOG: castigar
a los inocentes antes de que comentan sus delitos. “La salvación de la moral y
de la sociedad no se obtiene con vanos y costosos procesos contra los
culpables, sino con interminables procesos contra los inocentes. La mayor parte
de los crímenes los realizan hombres que parecían, una hora antes, inocentes y
que así eran considerados por la ley. Los pretendidos inocentes son el
semillero del cual salen los malhechores más repugnantes. (...) Nadie en la
tierra, examinado de dentro a afuera, puede llamarse inocente. Procesar a un
supuesto inocente significa, precisamente, salvarle a él y a nosotros del
delito que podría cometer mañana”. Ésta es la teoría de Malgaz y del congreso
colombiano.
Es dudoso que la nueva
ley reduzca los accidentes de tránsito provocados por los ebrios o que
modifique la propensión de algunas personas a beber exageradamente. Una cosa es
segura: la ley anti-ebrios crea una nueva oportunidad de corrupción. En lugar
de ocuparse de aligerar el tráfico, ya veremos a los guardas de tránsito
agazapados en las cercanías de los restaurantes y bares prestos a caer sobre
los imprudentes que violen la norma. Una multa millonaria, la suspensión de la
licencia y la incorporación a la lista negra de infractores bien valen un
pequeño soborno de doscientos o trecientos mil pesos.
Pero lo más grave de
todo esto es la forma complacida o indiferente en que la mayoría de las
personas parece aceptar esta nueva restricción a la libertad. Los castigos
preventivos con sus limitaciones a la libertad están más extendidos de lo que
gente llega a percatarse. En todas partes somos manoseados bajo sospecha de
portar armas; es ilegal llevar un cortaúñas o un aerosol en un avión y el humor
está sometido a normas legales para garantizar su corrección política. Hace
algunos meses una actriz fue puesta en la picota pública por hacer chistes flojos
supuestamente ofensivos contra la dignidad de las gordas y un político vulgar
fue sancionado por una expresión vulgar sobre el uso de los recursos públicos
por los políticos del Chocó. En ambos casos la codena social fue unánime
convirtiendo en delito una estupidez.
Una sociedad
verdaderamente libre es un tanto desordenada y en ella pueden ocurrir y ocurren
cosas ética o estéticamente desagradables. Es imposible evitar su ocurrencia sin imponer grandes restricciones a la libertad. La señora ebria que atropelló seis personas y mutiló un niño debe ser
sin duda sancionada; pero no hay ninguna razón para convertir en delincuentes
potenciales a todas señoras que conducen un auto y que eventualmente se toman
una copa. Esto es lo que hace ley aprobada por el congreso y aplaudida de forma
casi unánime por la sociedad. Pero por qué sorprenderse si hace más de cuatro
siglos Étienne de La Boétie descubrió que la servidumbre es voluntaria.
LGVA
Diciembre, 2013.